El gobierno de Lacalle y asociados tiene la fortuna de que los hitos que marcan el rumbo del país se procesen con una subjetividad despolitizada y sofocante. Todo transcurre en el clima nefasto de la emergencia sanitaria y el cotillón electoral: la falsa Ley de Urgente Consideración, las rondas salariales y la rendición de cuentas, el presupuesto quinquenal y la ley de medios. La coalición gobierna mediante su exitosa tecnología electoral, basada en excitar, provocar, desacreditar y fingir demencia. Mientras tanto, repica el depresivo «Quedate en casa», porque el peligro está en el encuentro y la multitud; una versión actual del «Hacé la tuya», de los noventa. A pesar de sus flaquezas, la entente gobernante amplía su espacio político, recrea la locuacidad agresiva, habilita violencias y aplica su programa. Mientras tanto, las izquierdas lucen como un grupete que grita desde un palco lejano, aunque sean multitudes que explican verdades en el centro del escenario. Afonía de izquierda y castigo por derecha dejan desierto el espacio para una política de resistencia que trascienda las retóricas. Una política que nombre lo existente para levantar y organizar un deseo colectivo de reorientar la vida ahora mismo. Un tipo de política que sólo estalla cuando la intención de cambios logra encontrarse con la fuerza de los colectivos cuyas vidas transcurren resistiendo opresiones. Izquierdismo vulgar para este tiempo, dicho así para ahorrar palabras. Bajo este cielo pesado quiero comentar los sesgos de algunas reacciones en el campo de las izquierdas ante las resistencias feministas a las violencias de base sexual.
Un desafío mayor es traspasar la superficie de los espectáculos que pueblan el cotidiano vivir y hacerse parte de los sentidos políticos densos de movimientos que laten como un pulso invisible y estallan como tormentas. Por ejemplo, las macro y las microinsurgencias feministas que alimentan una revolución permanente contra la pretensión patrimonial de varones sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres y las personas feminizadas. En un polémico ensayo llamado Acoso, denuncia legítima o victimización, Marta Lamas dice que nada tiene más fuerza que una idea a la que le llegó su tiempo. Afirma que el «¡Basta de acoso!» que sacude al mundo condensa la rebeldía transhistórica de las mujeres contra las opresiones experimentadas en todos los planos de sus vidas. Es una clave de este tiempo, y también lo es la manera en que reaccionan las personas y las colectividades frente a lo caótico y lo vital de la revuelta feminista. Desde hace meses la resistencia callejera a la trata y la desaparición de mujeres, y la represión contra las redes y los sujetos prostituyentes de niñas y adolescentes se entrecruzan con denuncias públicas contra vacas sagradas del firmamento de izquierda (Daniel Viglietti) y cuestionamientos a la violencia machista estructural en instituciones populares como el carnaval.
Partiré de un sesgo en las reacciones que se produjeron frente a la violenta reactivación de una antigua referencia a Daniel Viglietti como presunto violador de una niña de su familia,1 porque evidencia rasgos comunes a la conflictividad que instalan las insurgencias feministas. Con pocas excepcionesdominó el silencio,2 en un tácito e impreciso beneficio de la duda. El núcleo argumental más reiterado, especialmente en las redes sociales, es la incredulidad militante basada en el formalismo jerárquico. Se dice que sin una denuncia a tiempo, una prueba y una condena, es de orden presumir la inocencia del acusado y, por extensión, la falsedad de la acusación. Esta racionalidad deja por el camino el saber colectivo sobre el efecto inhibitorio del abuso en la capacidad de nombrar lo ocurrido, mostrar la herida y señalar al heridor. ¿Dónde se perdió la experiencia acumulada en las luchas contra las impunidades? ¿Desde cuándo los largos silencios prueban la inexistencia del hecho? La incredulidad jerárquica formalista es un paso de baile de cortesía jurídica que permite, en un solo movimiento, inclinarse ante el statu quo dándole la espalda a lo débil. Nunca fue fundamento para defender derechos, sino abogacía de perpetradores. Las jerarquías de género son en sí mismas un orden abusivo que no ofrece muchas razones para presumirlo inocuo o inocente. Otra línea argumental de alto impacto emocional sostiene que, como el músico siempre estuvo con las causas populares y los derechos humanos, no puede haber sido un abusador. Esta racionalidad se desmorona recordando desde cuándo el abuso sexual fue tema en la agenda de izquierda. Claramente nunca en la poética de Viglietti. Que su voz y su guitarra fueran un azote de las derechas sólo prueba que fue un músico militante. Y lo fue en tiempos en que cualquier muchacha, niño o niña podía sufrir abusos sexuales sin que ese agravio recibiera el beneficio de ser politizado. Músico militante de unas izquierdas todavía no interpeladas por una potencia feminista suficiente para cuestionar el machismo heteropatriarcal allí donde este se manifestara.
Las formas públicas y masivas de esas denuncias buscan operar como un cortafuegos para frenar el cotidiano avance de las microrrutinas machistas. son barreras simbólicas frente a un sistema basado en la impunidad del silencio y la incredulidad militante.
La interpelación feminista todavía es recibida con diferentes grados de fastidio y desdén militante por izquierdas orgánicas en los partidos y los campos social y académico, pero actualmente sí tiene la potencia suficiente para que la sociedad comparezca ante sus demandas. Por eso, los diferentes episodios y los planos de estas luchas, así como las respuestas que reciben, forman parte de un mismo cuadro de época. Un punto crítico es caracterizar las formas caóticas y espectaculares que adoptan las denuncias públicas sobre las violencias sexuales. Ya hice la crítica de la incredulidad formalista jerárquica; ahora quiero avanzar sobre la idea de que las formas públicas y masivas de esas denuncias buscan operar como un cortafuegos para frenar el cotidiano avance de las microrrutinas machistas. Son barreras simbólicas frente a un sistema basado en la impunidad del silencio y la incredulidad militante. Son barreras autónomas cuya existencia no depende de otra voluntad que la comunidad de afectadas diciéndose a sí mismas y diciéndole a la sociedad: «Hermana, yo te creo».
La necesidad de cortafuegos se hace notoria en la facilidad con que se enuncian públicamente las defensas de encausados por prostituir adolescentes a partir de argumentos anclados en el statu quo de género.3 Rita Segato estableció que «el agresor y la colectividad comparten el imaginario de género [y] hablan el mismo lenguaje».4 De manera que cuando todos deploran los abusos en general, pero hacen pasar cada denuncia concreta por la penitencia de la incredulidad jerárquica formalista, los varones y las mujeres de la comunidad reciben un mensaje de impunidad. Por eso, el primer movimiento frente a los cortafuegos feministas no debería ser la desconfianza o el rechazo formalista, sino tomar la palabra para acompañar a quienes se animan a romper el silencio del sistema. Aunque duela. Soledad Castro ha señalado con valentía y belleza cómo vive este conflicto: «Me siento responsable del silencio compartido, de todos los silencios que nacen y se sostienen, porque no podemos garantizar contextos de escucha reales, en los que las víctimas no tengan que pagar un costo terrible si hablan, si denuncian». Ese sentimiento de responsabilidad colectiva necesita urgentes resonancias con nuestras voces de varones habitantes de las institucionalidades patriarcales.
Un apunte final. Este cortafuegos feminista contra la impunidad del abuso sexual en cualquier sitio y lugar es agencia y autonomía, es la subversión de un orden opresivo, es poder extendido desde la comunidad. Es un recurso de la voluntad, la sororidad y el deseo de una vida diferente que ningún otro diferente a ellas mismas puede reglamentar ni quitar. Aquí vuelvo a la introducción de esta nota para volver a interrogarme sobre ¿posibles? confluencias entre izquierdas políticas en situación de perplejidad y feminismos en estado de revolución. En marzo publiqué «El espejo roto» y podría no agregar nada sobre el tema.5 Sin embargo, la compleja coyuntura que se dibuja invita a repensar la necesidad de frenar la fragmentación del campo democrático, reconociendo dónde hay reservas de saberes y energías movilizadoras. Actualmente los feminismos son, sin monopolio ni exclusividad, verdaderas usinas de pensamiento, deseo y acción. Para descubrirlo no hace falta recordar los grandes hitos multitudinarios. Es suficiente dejarse impregnar con el entusiasmo de las rebeldías cotidianas o asomarse y asombrarse frente a la producción de nuevas fuerzas y subjetividades políticas de inspiración feminista. Un solo ejemplo reciente. Centenares de mujeres rompieron el frío y embozalado junio montevideano para recordar el aniversario del Ni Una Menos. Gritaban que «ninguna está perdida, [sino que] fueron secuestradas para ser prostituidas». Palabra que abrazaba a desconocidas, familiares, amigas, pero también hablaba de cada una de ellas, afirmando la voluntad de resistir colectivamente aquello que podría ser desgracia individual en una sociedad en la que el crimen organizado habla el mismo lenguaje de género que la comunidad. Esa presencia feminista en las calles desplazó el «problema de la trata» del foco policial, en el que habitualmente chapotea morboso, para resignificarlo como resistencia política a todas las opresiones de género. Lo repolitizaron con sentido resistente. Izquierdismo bajo la piel y garganta afuera. De eso trata, ¿o no?
1. Sobre las reacciones, puede verse «La acusación contra Daniel Viglietti y las reacciones que generó», en La Diaria, 20-VIII-20 (disponible en: https://ladiaria.com.uy/articulo/2020/8/la-acusacion-contra-daniel-viglietti-y-las-repercusiones-que-genero/). Acerca de la reactivación de la denuncia, «Estupor tras acusación a Daniel Viglietti por violación de una menor», en El País, 26-VII-20 (disponible en: https://www.tvshow.com.uy/personajes/estupor-acusacion-daniel-viglietti-violacion-menor.html).
2. Una de las excepciones fue la Fundación Mario Benedetti, que tomó posición en un comunicado (disponible en: http://fundacionmariobenedetti.uy/wp-content/uploads/2020/07/Comunicado-sobre-tema-Daniel-Viglietti.pdf).
3. Puede oírse, al respecto, la entrevista a Ignacio Durán, abogado defensor de un implicado (disponible en: https://delsol.uy/facildesviarse/entrevista/duran-hay-muchos-que-se-estan-comiendo-un-garron-en-la-operacion-oceano).
4. En Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado: la escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (disponible en: http://mujeresdeguatemala.org/wp-content/uploads/2014/06/Territorio-soberani%CC%81a-y-cri%CC%81menes-de-segundo-estado.pdf).
5. En Bravas, 31-III-20 (disponible en: https://www.revistabravas.org/izquierda-y-feminismo).