Quienes todavía no se decidieron a visitar el reciclado y embellecido Mercado Agrícola de la calle José L Terra vale la pena que lo hagan de una buena vez. Lejos de confundirse con los tantos monótonos sitios dedicados al consumo masivo esparcidos por Montevideo, el bien dispuesto espacio, amén de variados sitios para efectuar las compras pertinentes, ofrece un puñado de casas de comidas con platos originales y atractivos, una tienda para materos, otra para celíacos y, aunque nadie en este siglo XXl pueda creerlo, un rincón donde los niños pueden elegir libros de cuentos y quedarse a leerlos. Y conste que se ven muchos niños por allí.
Como las ideas positivas resultan contagiosas, en el subsuelo, donde se encontraban las máquinas del antiguo recinto, se ha instalado la sala teatral El Mura, de esas que pueden modificarse de acuerdo al espectáculo que allí se ofrece.
Ya al llegar a lo que podría llamarse hall del referido subsuelo, el espectador traspone un umbral diferente a partir de la pequeña exposición de objetos antiguos –¿raros?– tales como una máquina de escribir, un maldito bolillero de aquellos que los alumnos tenían que hacer girar para sacar el número del tema sobre el cual tenían que disertar en los exámenes orales de, por ejemplo, el clásico Iava, una colección de revistas de las décadas del 40 y el 50, y otros elementos que lo predisponen a acompañar al actor y autor Iván Solarich, junto a quien el público toma asiento, en el vuelo de avión que éste propone unos metros más adentro. Con la naturalidad que Solarich sabe derrochar para ganarse la complicidad de la concurrencia, por allí desfilan las mezclas de recuerdos y reflexiones de cualquiera que tenga que hacer un largo viaje aéreo, una experiencia que comienza por hacer que el pasajero suspendido a tantísimos quilómetros de un suelo que no está muy seguro de cuándo volverá a tocar, valore en su justa medida la importancia que para él tuvieron y tienen ciertas cosas y lo muy poco que deben pesar otras. En un vuelo de este tipo salen también a relucir episodios vividos que dejaron rastros que no siempre acuden a la memoria, pensamientos y conclusiones que parecían pedirle al tiempo que pasara para entonces sí saber qué orden de prioridad podrían adquirir para terminar de entender que la vida es asimismo una sucesión de procesos mentales en los que, sin mayores preámbulos, se cuelan las tantas tonterías que al viajero se le suelen ocurrir mientras sobrevuela quién sabe qué tierras. Como no podía ser de otra manera, de pronto las sacudidas del avión hacen que la corriente del pensamiento del filósofo de ocasión se interrumpa para que por allí se cuele la inquietud o el miedo propiamente dicho con respecto a por qué será que este artefacto se mueve tanto. Todo eso y quizás algo más sale a relucir a lo largo de un vuelo que Solarich comparte en forma generosa con sus visitantes-viajeros. Próximo a él se ubica el tecladista Federico Leitsch, una especie de compañero de vuelo encargado de colorear musicalmente ciertos pasajes que así lo requieren a lo largo de una velada que la directora María Dodera ayuda a armar de modo que por allí quepa alguna referencia a cuáles deben ser los cometidos de un actor y hasta qué punto un actor es también cualquiera de los espectadores que se acercan a experimentar las alternativas de un vuelo.
Mercado Agrícola, El Mura, sábado 29.