En el cruce de Sevilla y Malvín - Semanario Brecha

En el cruce de Sevilla y Malvín

Gonzalo Franco In Pulso, FONAM, 2018.

Gonzalo Franco In Pulso, FONAM, 2018.

Es muy, pero muy difícil extrapolar culturas en el tema de la música popular: difícil que un canadiense toque candombe, que un búlgaro toque tango o que un sueco haga samba brasileña con calor y swing. Pero a veces ese milagro se produce, y los resultados sorprenden.

En la libertad de su cabeza y sus emociones, cada músico puede tocar, como es obvio, lo que se le dé la gana; aquello más cercano a su corazón.

Gonzalo Franco es definido desde hace ya bastante tiempo como “la primera guitarra flamenca en Uruguay”. Una definición que en sí encierra a la vez un juicio de valor y la constatación de un hecho: que es el primero en dedicarse de lleno a esa música vital como pocas, caliente como casi ninguna y absolutamente mágica que es el flamenco, una suerte de huella de identidad de una amplia zona del sur de la península ibérica.

“Un arte milenario”, diríamos utilizando un viejo lugar común, pero que en este caso parece bastante adecuado.

Gonzalo, nacido en 1974 aquí en Uruguay, ha caído rendido, como tantos otros, ante la magia del flamenco y trabajando muchísimo se ha convertido en un muy buen intérprete de guitarra flamenca, tal vez para sorpresa de muchos que pensaban que en Uruguay no se puede tocar flamenco. Bueno, se puede y si no, escuchen su disco anterior, Libre, de 2010, y muy especialmente su último trabajo recién editado, In Pulso, que marca una clara superación respecto al anterior, que ya de por sí era por demás interesante.

Acompañado por una banda numerosa y de lujo en la que a músicos y cantantes que se dedican básicamente al flamenco se les suman las presencias de instrumentistas de la talla del legendario Urbano Moraes en bajo y Nico Arnicho y Martín Muguerza en percusión.

La base de quienes acompañan generalmente a Franco pertenece a un colectivo cultural llamado Centro de Artes La Plazuela, junto a quienes Gonzalo se ha presentado aquí y en Argentina en eventos tales como el Jazz Tour en el que fue telonero de uno de los pesos pesados del flamenco, el guitarrista Tomatito, y ha participado del concierto en el teatro Solís del saxofonista Jorge Pardo, acompañante durante largos años nada menos que de Paco de Lucía y un músico de inmenso prestigio en España y a nivel internacional.

El hecho es que Gonzalo Franco tiene nuevo disco, que ya ha presentado en algunos de los principales teatros de Montevideo, y que ese disco es un auténtico placer auditivo.

Sorprende muy gratamente el manejo del lenguaje guitarrístico del flamenco de este guitarrista que parece nacido mitad en Sevilla y mitad en Malvín, como bien dice el texto de uno de los temas en el cual también aparece el canto y no es únicamente instrumental.

El idioma flamenco que maneja Gonzalo en su guitarra es de tal fidelidad al original que incluso suenan un pelito de más ciertos “gritos étnicos” que suenan aquí y allá a lo largo del disco como forma de dar autenticidad. No era necesario.

Pero, repito, si tienen ganas de gritar como si estuviesen en un tablao andaluz, ¡adelante!

La guitarra de Gonzalo luce sólida y hasta virtuosa. Es enormemente delicada y “canta” las melodías con muchísimo buen gusto y un impecable sentido rítmico. Una gran cualidad adicional es que no intenta mostrar “mirá qué rápido que toco” o el aun más insensato “mirá cómo me parezco a Paco de Lucía”, sino que toca a lo Gonzalo, tal cual es él y con los recursos que posee, que no son pocos.

Hay grandes momentos en su disco, con impecable clima que genera, ese sortilegio que esa música es capaz de producir, como es el caso de “Despegando”, la poética “Verano”, “Ave Fénix”, con gran trabajo de Mariano Martos en bajo, la estupenda “Tatuaje” y “Tormenta en el Polonio”, con Urbano Moraes en bajo.

Se destaca muy especialmente el tema de guitarra solista “Laguna blanca”, en el que las seis cuerdas de Gonzalo lo dicen todo, mostrándose virtuoso y a la vez muy creativo desde el punto de vista armónico y melódico.

Parece mentira, pero Sevilla y Malvín están más cerca de lo que uno cree.

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