De adentro
CAMPO ABIERTO. En 1998 se había publicado un libro de Roberto Mascaró con igual título. No es el mismo. Este Campo abierto de 2014 sale de imprenta en El Salvador (Editorial del Gabo, sólo disponible a través de Amazon.com) en forma de antología no cronológica e incorpora, además de la producción inicial, textos de los libros posteriores a aquel primer campo. Al no seguir una línea de tiempo, los poemas buscan su lugar en una propuesta de significado autónoma que puede ser leída, al menos, de tres formas. Como una muestra de tres décadas de poesía de un autor. Como un diálogo entre lo que ese autor escribió sobre un mismo tema en diferentes momentos de su producción poética. Como un libro poseedor de su propio ritmo y personalidad en el cual el hecho de que los poemas procedan de diferentes épocas y hayan estado antes en diferentes poemarios no es más que una nota al pie de página que puede tomarse en cuenta o desecharse.
El largo poema que da título al conjunto combina la doble faz de lo público y lo privado. Lo hace en ámbitos del “uno a uno” (el baile como lado público del sexo, por ejemplo) pero también en otros que se negocian en colectivo, como la identidad, quizás lo más privado (ya que se plantea la pregunta íntima del ¿quién/qué soy?) y lo más público a la vez (ya que pone en juego la tentativa de respuesta en relación con y contra los demás). No sólo parece haber sido elegido para nombrar el libro por una cuestión de sonoridad, sino que su tono, su doblez, permea el resto de la obra. Sobre todo en “Cruz del Sur”, con su eco de los navegantes, que podría haberse llamado también “Arte poética” ya que aborda la discusión de si escribir es un acto de creación puramente original o si es, como la historia, una traducción de otra cosa que a la vez fue traducción de un origen imposible de rastrear. La poesía resulta ser, en definitiva, muchas cosas, dice Mascaró en ese texto. Entre otras sangre, visión, ventana. También amnesia. Sobre todo nave.
“Escribe lo que ves”, se le dijo una vez por parte de una mujer, cuenta en “cruz del sur”. En poesía, el modo de responder a esa premisa va más allá de lo textual. Quizás por eso uno de los textos de Campo abierto se resuelve en una sola línea que describe “lo visto” como eventualidad: “Una muchacha griega contra el viento algún día”.
De afuera
DIJO EL HACEDOR DE SUEÑOS. Si como se pregunta Mascaró en “Cruz del Sur” la poesía es, o no, traducción de una cosa anterior, hoy quedan pocas dudas sobre la respuesta que tiene la pregunta inversa. Toda traducción es poesía que se crea por parte del traductor. Roberto Mascaró, autor de estas versiones en español de la obra del noruego Jan Erik Vold, complejiza esa idea (que de tan repetida cada vez que se habla del arte de traducir está corriendo el riesgo de volverse un lugar común) y se afilia a la tesis del finés Pentti Saarikoski, quien habla de “imitación”. Lo explica en el prólogo a este libro: traducir es “representar una aproximación en la lengua propia de lo que hubiese sido el texto de haber sido escrito directamente en ella”. Pero no es una imitación cualquiera. Es una que exige del poeta que traduce “prestar la voz propia”. Y agrega Mascaró: “En el finlandés coloquial, el verbo usado para denotar la acción de traducir es ‘kaanttaa’, que también significa ‘robar’”.
Propuesto varias veces para el Premio Nobel, Vold, con la voz prestada de Mascaró, suena así en español:
“Arroja varias letras
a la
hoguera. El fuego
no
prende sin embargo. La bóveda celeste
brilla. Las Pléyades
crujen en su
caja de costura. ¿Quién mastica ramas
del arbusto
quemado? El agua de la alcantarilla
rota
contra las agujas del reloj”.
Además de este título de 2014, Mascaró ya había traducido de Vold, en 2008, La casa es blanca, y en 2011 la selección de prosa poética De habitación en habitación, Sad & Crazy.