Cuando Israel cansa, incluso en Estados Unidos – Semanario Brecha
Mamdani, el propalestino

Cuando Israel cansa, incluso en Estados Unidos

La victoria de Mamdani refleja, entre otras cosas, la fatiga de parte del electorado frente al papel central que Israel ocupaba en la política estadounidense.

AFP, Getty Images, Michael M. Santiago

Aprimera vista, puede parecer irrelevante –incluso absurdo– que una contienda por la alcaldía de la ciudad de Nueva York o el destino electoral de una concejala de Brooklyn dependan de la posición de cada uno respecto a Palestina. Después de todo, ¿qué tiene que ver la gobernanza municipal –la zonificación, el saneamiento, la asequibilidad de la vivienda– con la devastación de Gaza, el hambre de un pueblo, el espectáculo de muerte a cámara lenta bajo los bombardeos? Y, sin embargo, esta aparente desconexión entre la proximidad de los asuntos locales y la enormidad de la violencia geopolítica es precisamente la condición en la que opera la política estadounidense. Es también en esta disyuntiva entre escala e intensidad, entre distancia geográfica y proximidad ideológica, en la que se hace visible algo más fundamental.

En este contexto, la victoria de Zohran Mamdani sobre una figura tan emblemática de la continuidad institucional y del poder dinástico como el exgobernador Andrew Cuomo es un acontecimiento político que debe interpretarse a través de la gramática simbólica de lo que ahora es expresable, representable y electoralmente viable.

Mamdani no se presentó como un agitador en pro de un antisionismo impenitente. Cedió, simbólica y retóricamente, a las inquietudes de parte del electorado sionista liberal. Buscó el término medio, templando sus compromisos morales con gestos de tranquilidad y adoptando una postura que no se alejaba de su historia de solidaridad con Palestina ni abrazaba por completo la claridad intransigente que Palestina a menudo exige. Y ello también es revelador, porque ha sido precisamente esta ambivalencia calibrada, esta oscilación entre la afirmación contundente y la tranquilidad reparadora, la que ha provocado las críticas incluso entre las propias bases de Mamdani y entre quienes trabajaron con él en la construcción y la difusión del movimiento palestino.

UN CAMBIO MONUMENTAL

El éxito electoral de Mamdani puede marcar el fin simbólico de Palestina como tema políticamente letal para quien lo aborda, pero también plantea la inquietante posibilidad de que esta normalización se produzca a costa de su carácter radical. Su victoria, por lo tanto, no es solo un respaldo a Palestina como causa, sino un testimonio del cambio de estatus de Palestina como cuestión.

Ese cambio es monumental. Habla de la fuerza acumulada de décadas de organización, de las secuelas morales de la insoportable visibilidad de Gaza y del cansancio de los votantes más jóvenes y de muchos progresistas ante las frías evasivas procedimentales de sus predecesores. En ese sentido, el éxito de Mamdani no se debe solo a lo que dijo, sino a lo que ya no es necesario callar.

Para evitar toda ambigüedad es preciso reconocer que hay contingencias en esta victoria. Muchas, de hecho. La victoria de Mamdani no puede abstraerse de las particularidades de esta carrera preelectoral. Al fin y al cabo, se enfrentaba a un exgobernador desacreditado, cuyo nombre, que en su día fue sinónimo del dominio indiscutido en Nueva York, ahora perdura con el olor rancio del escándalo.

Además, la campaña de Mamdani fue inusualmente precisa en su arquitectura. Se movió con claridad, con disciplina y con un ritmo comunicativo distintivo. Su atractivo no se cultivó mediante la demagogia o el carisma sectario, sino a través de una fidelidad casi anacrónica al programa: autobuses públicos gratuitos, ampliación de la atención a la infancia, estabilización de los alquileres, no como demandas políticas aisladas, sino como parte de un imaginario moral y político más amplio moldeado por sus compromisos socialistas.

El hecho de que este mensaje haya resonado y que lo haya hecho no solo en enclaves progresistas, sino también en grupos electorales urbanos dispares –jóvenes, inmigrantes, inquilinos, trabajadores culturales, gente desencantada de la política– es en sí mismo una señal: no se ha tratado de una candidatura mesiánica, sino de un hambre más profunda. Un hambre de coherencia, de principios y de una política que no tema nombrar al poder, pero también lo suficientemente disciplinada como para hablar de lo que se puede construir.

UNA NUEVA FATIGA

Lo que también se está haciendo cada vez más palpable es una creciente fatiga. Un tipo de agotamiento político y psíquico emergente, tenue en un primer momento, pero ahora innegable, que ha comenzado a suscitarse en torno al lugar que ocupa Israel en la vida pública estadounidense. Entre los expertos, los podcasters y la constelación de personajes mediáticos que orbitan en torno a los centros de los medios alternativos, existe un malestar creciente, incluso una irritación, por la obsesiva centralidad de Israel en la identidad estadounidense, en sus rituales políticos y en las compulsivas muestras de lealtad que exige. No se trata solo del enfrentamiento imperante en el seno de la derecha entre un «America First», de cuyo significado está excluido Israel, y otro que lo incluye. No se trata solo de las voces cada vez más numerosas que se centran en Palestina, todavía marginales pero cada vez más poderosas.

Cada vez más, la insistencia en Israel se percibe como el reflejo gastado de una clase dominante, política, mediática e institucional, cuyas coordenadas éticas se derrumban bajo el peso de sus propias contradicciones. La repetición de la lealtad funciona ahora menos como un indicador de convicción que como un síntoma: un síntoma de miedo, de decadencia ideológica, de aferramiento desesperado a un orden, cuyos mitos fundacionales están empezando a desmoronarse.

Basta con examinar el respaldo implícito de The New York Times a Cuomo y su aversión apenas velada hacia Mamdani, un gesto que no denota un desacuerdo político, sino una muestra de desprecio vengativo por el mero hecho de su historial propalestino. O se puede recurrir, sin ilusión alguna, a personajes como [el periodista conservador] Tucker Carlson, cuyas observaciones sobre la obsesiva centralidad de Israel en la vida política estadounidense dirigidas al senador republicano Ted Cruz no nacen de la solidaridad con Palestina, sino del agotamiento; un agotamiento que, sin embargo, es sintomático de un malestar más amplio.

Dicho taxativamente: este agotamiento no es el resultado de un despertar decolonial. Es, en realidad, el resultado inevitable de la sobreproducción ideológica. La propia maquinaria destinada a preservar la posición hegemónica de Israel en la vida moral estadounidense comienza a desmoronarse. Cuanto más insiste Israel en su estatus único, más visible se vuelve su violencia. Y aquí está el giro: la actual dislocación del lugar simbólico de Israel en el imaginario estadounidense no es solo el resultado del activismo propalestino, es también y quizá principalmente el resultado de las propias acciones de Israel: su insistencia en el excepcionalismo, su genocidio en curso en Gaza y su intento de arrastrar a Estados Unidos a una guerra regional.

(Tomado de Mondoweiss. El título y los subtítulos son de Brecha, que reproduce fragmentos de esta nota. La traducción al español es de Diario Red, de Madrid.)

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