El 11 de octubre de 1962 se iniciaron la sesiones del Concilio Vaticano II, la instancia que marcó un quiebre en la relación de la Iglesia Católica con el mundo. A partir de entonces miles de cristianos se sumaron a las filas de los movimientos de liberación en América Latina y hasta algunos sacerdotes tomaron las armas como opción revolucionaria. Nacía la Iglesia progresista.
“Quiero abrir las ventanas de la Iglesia para que podamos ver hacia afuera y los fieles puedan ver hacia adentro”, dijo Juan XXIII una mañana de enero de 1959. Sus interlocutores, unos soberbios cardenales, permanecerían estupefactos ante un papa con el cargo recién estrenado que anunciaba entonces su intención de convocar a una reunión del catolicismo universal para modificar una estructura de casi mil a...
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