Cuando no quería irse - Semanario Brecha

Cuando no quería irse

La historia decidió poner la fecha del fallecimiento de Fidel Castro entre los aniversarios de dos hechos que marcaron al Chile contemporáneo: los 45 años de su visita a este país, gobernado por Salvador Allende, que comenzó el 10 de noviembre de 1971, y los diez de la muerte –el 12 de diciembre de 2006–, de Augusto Pinochet.

Fidel en Managua en 1985 / Foto: Agencia Prisma , Daniel Caselli

La historia decidió poner la fecha del fallecimiento de Fidel Castro entre los aniversarios de dos hechos que marcaron al Chile contemporáneo: los 45 años de su visita a este país, gobernado por Salvador Allende, que comenzó el 10 de noviembre de 1971, y los diez de la muerte –el 12 de diciembre de 2006–, del hombre que derrocó a Allende y fue uno de sus peores enemigos: Augusto Pinochet. Por eso, la noticia despertó sentimientos más profundos que en otros países e incluso puso a volar los viejos fantasmas del anticomunismo entre la ya muy debilitada coalición que encabeza la presidenta Michelle Bachelet. Las palabras de condolencia enviadas a Cuba por la mandataria le atrajeron las críticas de la Democracia Cristiana, a coro con la oposición derechista, y todo parece indicar que fue la presión de ese partido la que hizo que se rebajara la categoría de la representación oficial en las exequias del comandante. Aunque viajaron los presidentes de ambas cámaras legislativas, por el poder ejecutivo fue solamente el ministro de Desarrollo Social. Si bien ni Bachelet ni su canciller podían asistir, debido a que en esos días se realizaba la primera visita de Estado a Chile del presidente de Perú, tampoco se envió al ministro del Interior, que cumple funciones de vicepresidente pero es el hombre clave de la Democracia Cristiana en el gobierno.

“Él para nuestra familia fue un verdadero ángel.” Estas palabras sobre Fidel no son de uno de los tantos chilenos que recibieron refugio en Cuba en 1973, ni de los ex guerrilleros a los que Castro dio un gran apoyo logístico para luchar contra la dictadura de Pinochet. La frase fue un homenaje al líder cubano fallecido del senador derechista Andrés Allamand, el mismo que durante su adolescencia levantó barricadas contra el gobierno de Allende y atacó con palos y piedras a los estudiantes y trabajadores de izquierda. Para otro representante de la derecha chilena, el empresario Manuel Feliú, el ex gobernante de Cuba “tenía mucha fuerza y también, aunque parezca raro lo que voy a decir, tenía mucho amor por la humanidad, pero la humanidad según sus ideas”. Detrás de esas opiniones hay algunas de las simples historias humanas que flotaron entre la verdadera marea de reportajes y testimonios políticos; tanto Allamand como Feliú vieron al Fidel Castro solidario y de la mano extendida, cuando éste les dio la posibilidad de llevar a un hijo y una hija respectivamente, para que recibieran en el sistema público de salud cubano los tratamientos, más avanzados que en Chile, para problemas neurológicos y un cáncer de piel. Incluso, como lo contó el senador Allamand, las cenizas de su hijo, fallecido en 2003, fueron llevadas a la isla.

Buscando la historia no oficial, Brecha conversó con otros chilenos que en 1971 transitaban entre el compromiso político y las rutinas de una vida diaria, algo alteradas por la llegada de Fidel. Hernán Ampuero, actualmente catedrático universitario y analista político del medio electrónico Ballotage, trabajaba en la secretaría de la cámara de Diputados; su padre Raúl, una de las figuras del socialismo, no participaba directamente en el proyecto de Allende, porque había sido expulsado del partido debido a discrepancias con el comité central. La expulsión alcanzó también al hijo, pero sin disminuir su compromiso ideológico, porque, como lo dice hoy con orgullo, “siempre fui y sigo siendo militante socialista”. En su opinión la llegada de Castro a Chile, “que venía por diez días nomás y se quedó por tres semanas, conmovió al pueblo. Los reportajes ahora dicen que Fidel se quejó porque el Estadio Nacional no estaba lleno, pero estaba lleno, y la gente enfervorizada. Y eso sucedió a lo largo de todo Chile, sin que los partidos tuvieran una influencia muy grande. Había una convicción política en la gente de que todos nos sentíamos parte de un proceso en el que había posibilidades de cambio. Y eso es muy enfervorizador, hubo concentraciones masivas en todas partes”.

En la vereda opuesta de Ampuero estaba Felipe Portales, autor de numerosos libros sobre la democracia chilena y también profesor universitario, quien cuando llegó Fidel era dirigente estudiantil de la Democracia Cristiana. “En mi círculo no teníamos el más mínimo interés en verlo, pero estuvo en actos por todo Chile y se reunía con todo tipo de organizaciones y así como despertaba el repudio de la derecha, despertaba una adoración apasionada en la izquierda. Era un personaje de alta relevancia que no pasaba inadvertido, cualquier persona que simpatizaba con la Unidad Popular debe haberse agenciado los medios para verlo de cerca.”

El gobernante cubano llegó el 10 de noviembre y se fue recién el 4 de diciembre de 1971. Se dice que el propio Allende comenzó a estar incómodo por la prolongación de la estadía y hasta hoy la derecha más afín a Pinochet sostiene que su presencia contribuyó a crear el clima que justificó el golpe militar. Para Ampuero, “el ambiente ya estaba pesado, Fidel todavía no se iba cuando se produjo el primer cacerolazo contra el gobierno; ese frente de mujeres de derecha ya estaba movilizado. La intervención de Estados Unidos comenzó antes de que llegara Fidel, e incluso durante la campaña presidencial de Frei, en el año 64, cuando se vio que aquí llegaban recursos de otras partes. Antes de que Fidel llegara, el Partido Socialista proclamó en su congreso de La Serena la adhesión al marxismo-leninismo y la división del país era clara”.

Portales coincide y subraya que la presencia de Castro exacerbó los sentimientos de admiración o rechazo, “pero a la larga no fue un factor clave ni determinante en lo que pasó después; el proceso ya estaba en marcha, con la derecha contraria muy activa y una Democracia Cristiana que se sentía cada vez más tironeada a posiciones extremas. La visita no introdujo ningún elemento nuevo en el cuadro político chileno. Hasta tuvo cosas folclóricas, como cuando Fidel, que desconocía los aspectos machistas de la cultura chilena, durante un partido de básquetbol hizo unos pasos de baile con un ministro del gobierno. La prensa de derecha hizo muchos juegos de palabras en sus titulares, insinuando que Fidel era homosexual”.

El reforzamiento de la identidad latinoamericana de Chile, un país que siempre se había visto aislado del continente, es otro de los factores que más de uno relacionó con la presencia de Castro. Sin embargo, como sostiene Hernán Ampuero, “dentro de la izquierda había un sentimiento latinoamericanista que creo fue obra fundamentalmente del Partido Socialista. Yo recuerdo que mi padre se reunió no sé cuántas veces con Vivian Trías de Uruguay y estaba en contacto con algunos grupos socialistas en Argentina y ya en los cincuenta había contactos con los partidos socialistas de la región. En la época de la llegada de Fidel, para la juventud existía la sensación de pertenecer a una marea global, algo importante en Chile, que es una isla. Participar de eso dio un ímpetu adicional a los sectores medios e intelectuales y a la juventud de esa época”.

El 15 de setiembre de 1970 Agustín Edwards, el propietario del diario El Mercurio que todavía sigue siendo uno de los hombres más influyentes de Chile, se reunió en Washington con el presidente Nixon y con Henry Kissinger, la eminencia gris de la política exterior estadounidense. Edwards les describió la “amenaza marxista” que representaba la llegada de Allende al gobierno y allí se decretó el comienzo del fin del experimento socialista chileno. Al construir la leyenda negra justificativa del golpe de 1973, labor en la que colaboró activamente El Mercurio, el viaje de Fidel Castro fue presentado como uno de los catalizadores del golpismo cívico-militar. “La influencia principal de Fidel fue enfervorizar a una población que por primera vez se veía como actora de un proceso importante y eso creo que tiene una fuerza extraordinaria; no hay que verlo desde el punto de vista intelectual”, sostiene Ampuero. Portales cree que no hubo grandes cambios en el peso del mito de Fidel: “La izquierda se sintió reforzada por su presencia, pero al final no tuvo un carácter decisivo y para los que se oponían a Allende tampoco. No creo que haya tenido un peso político especial”.

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