En la anécdota, cinco amigas se enfrentan a la última semana de convivencia luego de cuatro años de vivir juntas. Deben entregar su apartamento para continuar sus destinos por otros caminos. Son cinco amigas que son personajes, pero también cinco actrices que son compañeras de ruta y que tienen mucho en común con la directora, Vanessa Cánepa. El grupo pertenece a la generación que nació en los noventa y fue consciente en los dos mil, como se declara en una parte del texto. Fueron compañeras de estudio en el Instituto de Actuación de Montevideo y hay una subjetividad colectiva que las atraviesa. Esos intereses grupales son los que motivaron a Cánepa, que escribió esta obra para sus amigas. Dejar las armas emana frescura, honestidad y una complicidad que solo puede nacer de un lazo fraterno.
La obra se estrenó en el ámbito del Primer Festival de Dramaturgia Uruguaya, organizado por el Instituto Nacional de Artes Escénicas. La escenografía llega hasta la puerta de la sala Hugo Balzo; las cajas de cartón lo invaden todo, hay algo que se traslada, algo que se desarma, algo que se deja para emprender un nuevo rumbo. La obra comienza sin comenzar. Las actrices están allí, brindando, cantando, conversando, como si el público hubiera estado ahí desde siempre. Así, se deja de lado la solemnidad de todo telón.
Los diálogos y los vínculos van dibujando a cinco mujeres que no encajan en el perfil de la mujer bonita, aquella de las películas hollywoodenses de los noventa. No encajan ni quieren hacerlo. Viven un presente nada alejado de las responsabilidades cotidianas. El humor, concebido desde esa íntima conexión, fluye en situaciones de todos los días, entre confesiones, desayunos, relatos sobre realidades laborales, gustos artísticos y amores.
Junto a los cuerpos de las actrices pueden verse proyecciones sobre las cajas, que entran en relación con la edad de las retratadas, quienes crecieron en un mundo en el que las pantallas son parte natural de su forma de comunicar. Los días pasan mientras se acerca la mudanza, y lo cotidiano se mezcla con escenas llamadas intersticios, en las que los personajes se desdoblan en las actrices para pensarse a sí mismas. Nacen reflexiones sobre la condición de ser mujer en estas épocas revueltas: las reivindicaciones, las creencias, las emociones esperadas y las que no. No hay un discurso reivindicativo sesgado, sino un grupo de preguntas que se trasladan al espectador.
En la alegría de la convivencia, en el humor de las relaciones que lo salpica todo, hay un dolor que se anuda en la garganta. En el devenir se va develando un nombre y una ausencia. El presente se cuela desde su costado más duro: una amiga no puede estar con ellas, pues ha sido víctima de un femicidio. ¿Cómo sobrellevar ese profundo dolor? ¿Cómo seguir siendo mujer con esa historia a cuestas? Son las preguntas que la puesta va reflejando, sin caer en un drama cerrado. Esa dificultad está en el día a día de los personajes, y el hallazgo de la dramaturgia es lograr retratar el costado resiliente, el más apegado a la vida, y el poder de un colectivo que se sostiene desde el humor como herramienta de supervivencia, como pulsión de vida. Al decir de una hermosa canción de Franny Glass elegida con acierto para la puesta: «Que desde esta oscuridad, de esta habitación vacía, vueles como un ave más».
El elenco que conforman Romina Capezzuto, Victoria Coto, Paula Lieberman, Leticia Magallanes y Camila Souto acompaña con solvencia al público por un largo tobogán de sentimientos y logra una perfecta conexión empática con la platea. Una propuesta sensible, inteligente y colmada de talento.