Técnicamente, Tabárez debutó al frente del seleccionado patrio el lejano 27 de setiembre de 1988, en el estadio Defensores del Chaco, por la Copa Boquerón (copún) y ante el seleccionado ecuatoriano en el que ya pululaban Alex Aguinaga y Holguer Quiñónez. Con la base del equipo de Danubio que ese año ganaría “la doble corona” (Torneo Competencia y Campeonato Uruguayo) y sin jugadores de Nacional (que se hallaba disputando los cuartos de final de la Copa Libertadores que poco después ganaría) Uruguay triunfó 2 a 1 con goles de Gustavo Dalto y José Herrera.1 Un mes antes, la primera era Tabárez había dado comienzo en el Campín de Bogotá pero con su ayudante Gregorio Pérez en el banquillo, algo similar a lo que ocurre 26 años después pero con Mario Rebollo, quien –curiosamente, o no tanto– jugó aquel partido ante Ecuador.
Eran tiempos complicados en la calle Guayabo(s), tanto que durante el año previo (1987) por la auf deambuló una diversidad de “ejecutivos provisorios”, presididos por los “Wilmarvaldeces” de la época. Deportivamente no se estaba mucho mejor: si bien un año antes Uruguay había ganado su decimotercera Copa América, lo hizo de forma cuasi pintoresca: con un cuerpo técnico que duró apenas los dos partidos que le bastaron para consagrarse en suelo argentino, tras derrotar a la Argentina de Maradona y Caniggia primero y al Chile de Toro y Astengo después. Sin embargo, el recuerdo de lo ocurrido en México 86 estaba demasiado fresco como para echar campanas al vuelo: los seis goles recibidos ante Dinamarca marcaron a una generación con una herida que recién al ver el tercer gol de Palito Pereira ante Sudáfrica, 24 años después, comenzó a cicatrizar.
Un año después de aquel debut, y pese a que Uruguay terminaría perdiendo la final (en Maracaná, ante Brasil, el 16 de julio de 1989), la selección de Tabárez cumplió un contagioso desempeño en una nueva edición de la Copa América, con un Ruben Sosa que era algo así como el Suárez de la época, sólo que más rápido y menos mordedor. El diminuto puntero de la Lazio llevó a Uruguay de la mano a la Copa del Mundo de Italia, anotando en los cuatro partidos de que constaron las eliminatorias de ese año, disputadas en pleno clima electoral.
La historia es conocida: Sosa erró un penal en el debut ante España, y de ser Suárez pasó a ser X.2 Cuando nos quisimos acordar, íbamos perdiendo 2 a 0 ante Italia y quedaban dos minutos.
Los hinchas celestes, apoyados en esa prensa tan proclive a buscar responsables, le echó la culpa a Tabárez (y a su tendencia a dejar que Paco Casal ingresara al vestuario, se sentara en el banco de suplentes, le hiciera masajes a Francéscoli y hasta jugara de lateral izquierdo en alguna práctica) del fracaso. Los jugadores más consagrados que no lograron colmar las acaso desmedidas expectativas de la afición, también se llevaron buena parte de las iras de los aficionados y aficionadas.
Afortunadamente, hoy, que volvimos a quedar afuera en octavos de final tras caer por 2 a 0, el panorama no parece ser tan desolador.
A Eugenio lo que es de Eugenio. Usted bien conoce cómo siguió la historia: luego de Tabárez llegó Luis Cubilla, quien vino a colmar la necesidad de tener “jugadores con hambre”, por oposición a los “repatriados” que llegaban bien comidos, y aunque nos clasificaban a los mundiales, nos hacían quedar eliminados a las primeras de cambio. Pero un par de años más tarde Cubilla se vio obligado a amigarse con los capitaneados por Francéscoli, porque con Willy Gutiérrez y Adrián Paz el horizonte no parecía muy prometedor, por más hambre que tuvieran. Y no lo terminó siendo: afuera del Mundial de 1994, y por efecto dominó también del de 1998.
A 2002 clasificamos pero con procedimientos no del todo deportivos (apelando a la hermandad rioplatense primero, y mandando a la barra brava de Platense a amedrentar a los australianos después), para quedar eliminados en primera fase con Púa de técnico e infinidad de historias de esas que los periodistas deportivos comparten en los asados.
En 2003 Tabárez era número cantado para la selección, luego de un par de exitosos pasajes por Argentina y una interesante campaña en Europa. Pero, según dichos del doctor Da Silveira (no el de la estulticia, el otro), Casal se inclinó por Juan Ramón Carrasco, lo que habría motivado el enojo de Tabárez con su otrora compañero de banco de suplentes. No conozco personalmente a Tabárez, pero me cuesta imaginarlo manifestándole su enojo a Casal. Más me lo imagino torciendo ligeramente la boca y masticando la bronca, pero no yendo a pedir explicaciones. Calculo que si realmente se enojó, Da Silveira no tendría cómo saberlo, ya que por aquel entonces estaba enfrentado a ambos protagonistas.3
A Carrasco le fue mal. Vino Fossati y le fue mejor, pero no lo suficiente para clasificar al Mundial de Alemania, y allá por 2006 el hoy vicepresidente de la fifa nombró a Óscar Washington Tabárez al frente de las selecciones uruguayas de fútbol. Nunca sabremos si realmente lo hizo para congraciarse con el recién asumido gobierno de izquierda (dado que al parecer el entrenador tiene un comité en el fondo de la casa y un imán de Mao en la heladera) o porque le gustaba el 4-3-3 que aparecía como el esquema táctico a adoptar. Pero lo cierto es que a Tabárez lo trajo Figueredo. Y no nos tiembla la voz al decirlo.
Ni hay tres sin cuatro. No sé si a usted le pasó, pero cuando siendo un niño fui al hoy desaparecido cine Arizona a ver Rocky IV, no me esperaba gran cosa. No porque hubiera visto las tres anteriores (proeza que lograría concretar años más tarde), sino porque es de esperar que las cuartas entregas de una misma cosa difícilmente sean superiores a la original. En el plano futbolístico, le pasó a Gregorio Pérez en Peñarol, le pasó a Juan Ramón Carrasco en Nacional, y a Carlos Bianchi en Boca.
Sin embargo, del mismo modo que Rocky IV para mi gusto es mejor que las que habían venido antes y que las que vendrían después, nada impide que este cuarto capítulo de Tabárez (a quien adivinamos hinchando a morir por Iván Drago al grito de “y pegue, y pegue, y pegue Ruso, pegue”) supere a sus predecesores.4
Por eso, a continuación, compartimos un listado de cinco motivos por los cuales a Tabárez debería irle mejor que nunca:
1. No tiene nada para perder ni para ganar: salió cuarto en un Mundial, y no se fue. Ganó la Copa América en Argentina, y no se fue. Casi queda matemáticamente eliminado, y no se fue. Al final clasificó y se volvió en octavos de final, y tampoco se fue. ¿Qué tiene que pasar para que se vaya? Seguramente nada.
2. El año electoral se roba la atención. ¿Qué mejor momento para asumir nuevos desafíos deportivos que durante un período electoral? Si mañana pone al Tata González de enganche, a nadie le va a preocupar, porque los uruguayos y las uruguayas estamos demasiado preocupados/as en esperar encuestas, subir infografías a Facebook y meter hash-tags interminables en Twitter.
3. Ya a nadie en su sano juicio se le ocurrirá pedirle que cite a Pacheco o Recoba. Tampoco llama la atención que ya no cite a Forlán o Lugano. Ese recambio otrora tan reclamado se dio de manera natural.
4. La sanción de Suárez, lejos de meterle presión a Tabárez, se la quita: ya el Mundial nos sirvió para saber que sin el salteño de la generosa mordida nos es imposible ganar un partido oficial. Por ende, la presión para jugar la Copa América y las primeras fechas de las eliminatorias tenderá a cero, pues si perdemos ante el poderoso elenco incaico de Pablo Bengoechea a nadie le llamará la atención.
5. Viendo el perfil del actual Ejecutivo, no debería sorprender que ante un eventual cese de Tabárez comience a sonar el nombre del “Ronco” López o de Rosario Martínez.
De momento, quienes vivimos en este fútbol con equipos que deben tres meses de sueldo (en un campeonato que arrancó hace tres semanas y en el que supuestamente uno no puede arrancar si tiene deudas con los jugadores), nos sentiremos por un rato el Manchester United de América. Tabárez será nuestro Ferguson hasta que se le vayan las ganas y haya que salir a buscar un Moyes5 que nos haga comprender cuán certeras fueron aquellas palabras proferidas por el entonces entrenador del Club Nacional de Football, don Martín Lasarte: “Otros vendrán que bueno me harán”.
Ojalá antes, como le pasó a Balboa, Uruguay alcance la gloria en suelo ruso para recordarnos que cuartas partes no siempre fueron malas.
1. Además de Dalto, ese día jugaron los siguientes jugadores franjeados: Zeoli, “Pecho” Sánchez, Nelson Cabrera, Edison Suárez, Ruben Pereyra, Eber Moas, “Pompa” Borges y “Polillita” da Silva. O sea: menos Kanapkis jugaron todos. Dato que no escapó a la comprensión de Luisito Cubilla, que por oposición, convertiría al corpulento zaguero en el símbolo máximo de su selección.
2. Ponga usted el delantero intrascendente que prefiera, nosotros no lo haremos porque detrás del profesional está la persona, y detrás de la persona, la familia.
3. Aunque de repente tenían algún amigo en común, como el doctor Cesio.
4. Iván Drago era el nombre del boxeador soviético que enfrentaba a Rocky Balboa en la cuarta entrega de la saga. El rubio y enorme Drago primero mata en el ring al afrodescendiente Apollo Creed (compadre de Rocky), y luego parece que lo va reventar al protagonista, que finalmente reacciona y mete un par de golpes bien colocados que logran modificar el destino del combate, ante una multitud enfervorizada que termina gritando “Iu, es, ei. Iu, es, ei” en plena Moscú de Gorbachov, que también se suma al cántico hasta que se da cuenta de que a Stalin no le hubiera gustado esto.
5. David Moyes fue el entrenador que remplazó a Alex Ferguson en la dirección técnica del Manchester United, tras 27 años en el cargo. Como resultado, en 2014, por primera vez en casi 20 años, el Manchester no jugará la Liga de Campeones.