En Francia, luego del fracaso de la llamada tasa Zucman, una iniciativa para gravar con el 2 por ciento anual el patrimonio neto de los hogares con más de 100 millones de euros, un senador socialista presentó el viernes 28 una enmienda al proyecto de presupuesto para afectar en algo a los herederos de fortunas superiores a los 3 millones de euros. No lejos, en Suiza, el domingo fue sometida a referéndum una idea de las Juventudes Socialistas de imponer un gravamen del 50 por ciento a las herencias superiores a los 50 millones de francos suizos (alrededor de 62 millones de dólares). Las dos iniciativas se dieron contra la pared. Una, la francesa, en el parlamento, donde todos los partidos de derecha (de la más moderada a la más extrema) votaron en contra, al igual que lo habían hecho unas semanas atrás para tirar por la borda la tasa Zucman; la otra, la suiza, en las urnas, porque la abrumadora mayoría de los helvéticos se sumó al argumento del gobierno de que tasando las herencias se estaría, de hecho, desalentando la inversión y que el país debía cuidar uno de sus «patrimonios»: su tradicional amabilidad hacia los contribuyentes ricos, nacionales y extranjeros, que podrían verse ofendidos por no poder transmitir sus fortunas a sus vástagos en las condiciones en que lo hacen actualmente (pagando muy muy poquito) y marcharse rumbo a otros paraísos o no radicarse en esa verde y próspera tierra. Los jóvenes socialistas proponían el gravamen con un fin específico: destinar el dinero recaudado a proyectos de mitigación del cambio climático y de «equidad energética». «Son los más ricos en general (tanto empresas como individuos) los que más contribuyen a los desastres climáticos de los que tanto nos quejamos en esta sociedad, y si observamos a los herederos, en ellos está concentrado el más alto número de jets privados y de yates de lujo», dijo la joven socialista Mirjam Hostetmann al defender la idea. «Un superrico suizo produce en pocas horas más dióxido de carbono que una persona de nivel medio en toda su vida», dijo también y, citando informes científicos, apuntó que mientras las emisiones por habitante se han reducido de forma constante en los últimos 30 años, han crecido un 30 por ciento las de los poseedores de las mayores fortunas.
Ninguno de esos argumentos fue suficiente, a pesar de que los afectados potenciales no eran más que 2.500. El resultado de la votación fue aún más desastroso que el que tuvo una propuesta similar diez años atrás: en 2015 la rechazaron siete de cada diez suizos; este domingo lo hicieron casi ocho de cada diez. Ningún partido con presencia parlamentaria la apoyó. «De haberse aprobado este ataque a los ricos, nuestra economía y nuestra sociedad hubieran ido rumbo a la destrucción», dramatizó Benjamin Mühlemann, dirigente del Partido Radical Liberal, uno de los cuatro que componen el colegiado de gobierno (junto con los socialistas, la Unión Democrática del Centro y El Centro).
Se calcula –lo recordaron los jóvenes socialistas durante la campaña para el referéndum– que las 300 personas más ricas de Suiza reúnen un patrimonio de casi 900.000 millones de euros, equivalente al PBI nacional. Y el 80 por ciento de esos patrimonios proviene de herencias. La concentración de la riqueza es particularmente alta en el país: el 1 por ciento más rico tiene el 30 por ciento del patrimonio, 5 puntos más que el promedio de la Unión Europea. Y la parte de las sucesiones y las herencias en ese patrimonio ha ido aumentando: era de 5 por ciento en 1950 y llegó al 13 a mediados de la década pasada. En paralelo, el número de pobres también ha crecido, y ha aparecido el fenómeno de los trabajadores pobres, algo que en Suiza es relativamente reciente. La acentuación de las desigualdades ha llevado a que, según un estudio del diario Le Temps, las capas medias sientan que les es cada vez menos probable alcanzar el nivel de las élites y teman ser alcanzadas a corto plazo por el aumento de la precarización y la extensión de los trabajos mal remunerados y de tiempo parcial.





