Es una buena noticia la extensión por una veintena de días de la muestra de Gustavo Tabares (Montevideo, 1968) en el Museo Nacional de Artes Visuales. Brinda la posibilidad a los que aún no fueron de conocer más a fondo y en perspectiva temporal la obra de un creador inquieto con tres décadas de actividad continuada en el panorama artístico local e internacional. Además, la exposición pasa a formar parte de 14a Bienal Internacional de Arte Contemporânea de Curitiba, como un brazo extendido de esta (en 2016 Tabares participó con una instalación sonora).
Hay creadores que trabajan sobre una obsesión y su trabajo gira en torno al mismo tema y las mismas formas, reelaborando las posibilidades que surgen de una idea fija. Hay otros, en cambio, a quienes no les place instalarse en un solo núcleo, que se mueven por terrenos advenedizos, a quienes les gusta explorar técnicas, procedimientos, temas y formatos. Gustavo Tabares pertenece al último grupo, y eso resulta palmario también en la elección de sus medios expresivos: pintura, performance, escultura, instalación, fotografía, video, libros de artista… Pero la visión necesariamente limitada en el espacio de la sala 5 del Mnav nos obliga a prestar atención a ciertos caminos recurrentes en ese vasto periplo, que proporcionan al visitante una unidad de sentido mayor, una idea de trabajo sostenida.
Hay tres características que sobresalen y están presentes en (casi) toda su trayectoria, relacionándose entre sí. En primer lugar, una preocupación por llevar a los dominios del arte la cultura popular atravesada por los medios masivos de comunicación – claramente advertible en sus pinturas de la primera década, pero también en muchos trabajos posteriores–. Esta mirada a los héroes del cómic, las viejas historietas o los personajes de la televisión –presencia infinita de Titanes en el ring y las orejas del ratón Mickey– no sólo es una marca generacional que lo distingue de promociones anteriores –adversas al pop art–, sino que también representa una asunción de la identidad –individual y colectiva– en tanto expresión de formas culturales híbridas, declaradamente alejadas de cualquier purismo tradicionalista. En segundo lugar, un interés pronunciado por aspectos de la naturaleza –es un coleccionista y malacólogo aficionado– y la historia americana e indígena: una historia natural cruzada por los entresijos y los repliegues de las versiones oficiales, sus interpelaciones y contramarchas. Y en tercer lugar, pero no menos importante, se destaca un cuestionamiento de los discursos hegemónicos del arte y sus instituciones, cuyo blanco es la crítica escrita de arte: fue muy exitosa una performance realizada en 2011 en la que Tabares se decía recluido –de hecho, lo estuvo por un tiempo– en una celda del Espacio de Arte Contemporáneo, antigua cárcel de Miguelete, por haber asesinado a un crítico de arte de la vieja guardia. Tabares es docente de arte de la Universidad Católica, ha curado más de cincuenta exposiciones, ha participado en las bienales de Venecia, el Mercosur y Montevideo, entre otras, y fue fundador y coordinador de la galería Marte entre 2005 y 2018, por lo que los procesos de legitimación artísticos no le son ajenos. El curador Manuel Neves ha organizado la exposición “en cuatro momentos diacrónicos que no pretenden proyectar tanto la idea de una posible evolución estilística, entendida como el perfeccionamiento técnico y discursivo de su obra, sino, por el contrario, como la proyección de un devenir existencial (…) que conecta aspectos privados con contextos culturales, sociales y políticos”. Una exposición amplia, diversa y variopinta, que suscita cierta euforia en los visitantes, dado el ímpetu que transmite y la postura desacralizadora, o, mejor, felizmente sacrílega, que la caracteriza.