En la primera escena de esta película,1 una patrulla detiene al automóvil en el que viaja una decidida y seria mujer, Lena, acompañada de una figura envuelta en vendas a la que apenas se le ven los ojos. Son los tiempos inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la patrulla pertenece a uno de los ejércitos vencedores, y el soldado insiste en apuntar con la linterna y escrutar a ese rostro que apenas con los ojos y el movimiento delata un terror y una angustia extremos. Lena (Nina Kunzendorf) pertenece a una agencia judía y está a cargo de esa sobreviviente de los campos de exterminio, Nelly (Nina Hoss), cuyo rostro desfigurado será no reconstruido sino vuelto a hacer por un cirujano plástico.
Inmediatamente, el relato instalará la tensión que se crea entre la mujer protectora y la mujer protegida: Lena tiene clara la dimensión del daño hecho a los judíos, no ve ningún futuro para las víctimas en el país que las causó, insiste en que Nelly vaya a Palestina a comenzar una nueva vida. Nelly, cuya familia de sangre fue enteramente exterminada, será rica por herencia pero quiere recuperar su ser anterior, y sobre todo, al marido que tanto amó cuyo recuerdo –dice en alguna parte de la película– fue lo que logró mantenerla con vida. Con su nuevo rostro Nelly recorre una Berlín destruida, acude al lugar donde estuvo su casa, y encuentra finalmente en un bar llamado Fénix a su Johannes (Ronald Zehrfeld) convertido en Johnny, un astuto y miserable depredador nocturno que vive de changas y en la pobreza. Johnny reparará en alguna similitud de esa extraña mujer con su esposa que cree muerta, y concebirá que se haga pasar por ella para cobrar la herencia que le corresponde. Se dedicará entonces a instruir a la sobreviviente Nelly, sin saber que es ella, a convertirse en la falsa sobreviviente Nelly, mientras ella, a su vez, intenta no enfrentar la posibilidad cierta de haber sido entregada a los nazis por el adorado esposo.
El realizador alemán Christian Petzold es el más notorio del grupo llamado Escuela de Berlín, director, entre otras, de películas como Yella, Jericó, Bárbara –su consagración internacional– y Algo mejor que la muerte. El libreto de Ave Fénix lo escribió con la colaboración de su amigo y maestro Harun Farocki –fallecido el año pasado–, basándose en la novela Le retour des cendres, de Hubert Monteilhet. Con los mismos protagonistas de Barbara, con una trama que medio mundo remitió al hitchcockiano Vértigo y un tono narrativo que evoca a Fassbinder, en un clima mayormente nocturnal, casi surrealista, la película instala un juego de simulaciones sobre simulaciones, de espejos deformados sobre sentimientos e identidades, como si fuera el relato del o los relatos que países y personas intentaban hacerse a sí mismos, y sobre sí mismos, en tiempos de eclosión de todas las certezas. No es raro que aparezcan entonces detalles inverosímiles, del tipo: aunque haya cambiado la cara, ¿cómo el marido no reconoce los pies, las piernas, los ojos, las manos, esas cosas que la cirugía no toca y que son tan característicos en cualquier persona como la nariz o la boca? ¿Cómo mantiene ella alguna forma de esperanza en los sentimientos de ese tipo inescrupuloso a ojos vista? Es como si, en el difícil proceso de reconocimiento, cada uno de ellos prefiriera la ficción a la verdad, como probablemente lo hicieron muchos de los sobrevivientes –de cualquier bando– de aquella tormenta de locura y muerte. El desenlace, expuesto en imágenes y sonido a un nivel de escalofriante exquisitez, puede ser recordado como uno de los momentos más impresionantes del cine de los últimos tiempos (y algunos más, también). Nina Hoss, la “musa” de Petzhold –como se dice en estos casos–, también debe ser recordada. Sus matices y su intensidad no tienen parangón.
En Barbara, Petzold exploraba la sobrevivencia de sentimientos y personas bajo los fríos controles del comunismo a la alemana. Acá va más atrás, a buscar los rastros del pasado más oscuro de su país, y a otros sobrevivientes enfrentados entre sí. Lo hace con la maestría que ha ido adquiriendo película a película, y con las armas de la pura ficción. Él también –como sus protagonistas, como nosotros– sabe que asomarse a ciertas formas extremas del horror humano sólo es posible desde la fábula.
1. Phoenix. Alemania, 2014