De frente y mano - Semanario Brecha

De frente y mano

Uno puede no ser seguidor en absoluto de Hablan Por La Espalda, haber agarrado este libro (“Paracetamol 500”) porque sí y, de todos modos, disfrutará de las anécdotas, se reirá de las desgracias recurrentes, y se quedará pensando sobre el extraño devenir musical de la banda.

Uno puede ser seguidor de la banda uruguaya Hablan Por La Espalda (Hple) y haber leído el libro Paracetamol 500 enseguida de su publicación a fines de 2015. Entonces habrá disfrutado de las anécdotas de conciertos y giras, reído otra vez de las desgracias recurrentes que los asolan y, probablemente, si es un seguidor desde la primera hora, haberse sentido un tanto defraudado de que el enigma de la misteriosa evolución musical de la banda –del hardcore más clásico a una fusión de blues-candombe-psicodelia– quede todavía sin resolver.

O puede no ser seguidor en absoluto de Hple, gustar mucho o poco del rock, haber agarrado este libro porque sí y, de todos modos, disfrutará de las anécdotas, se reirá de las desgracias recurrentes, y se quedará pensando sobre el extraño devenir musical de la banda, incluso aunque nunca en su vida la haya escuchado y no tenga planes de hacerlo en el futuro cercano.

Esto es mérito de Fermín Solana, cantante de Hple y escritor. Porque Hablan Por La Espalda podría ser una banda ficticia de un país inventado y su música sólo una descripción en papel y tinta, y aun así Paracetamol 500 sería el libro que ningún uruguayo menor de 40 se animaría a salir a la calle sin haber leído.

Hay muchos libros sobre bandas de rock, algunos excelentes. Pero pocos de los buenos han sido escritos por los propios músicos: Dylan y sus Crónicas, Ian Hunter en Diary of a Rock’n’Roll Star, Brian Eno con A Year With Swollen Appendices, Julian Cope y su Head On/Repossessed, Mark Oliver Everett en Cosas que los nietos deberían saber y pocos más.

Y quizás sea de este último que el libro de Solana esté más cerca, por el humor y el tono: de la misma manera que el libro del cantante de Eels es el relato de cómo sobrevivir a la tragedia gracias a la música, el de Fermín Solana es menos la autobiografía de una banda (si tal cosa fuera posible) que una crónica que busca su esencia en su avatar y su circunstancia. “Manual”, la llama el autor en el subtítulo (“de giras, resacas y amistad”, aclara). Lo que Solana cuenta es un recorrido, pero sobre todo la imposible explicación de ese combo inusual que es Hple. El lector probablemente entienda, al terminar el libro, que lo que leyó era la historia de unos músicos, sus giras, sus accidentes, la posibilidad del éxito, la vida en la carretera, los excesos. Pero eso sería comprender únicamente la trama. Lo que hace que Paracetamol 500 sea lo que se denomina un page-turner –esos libros que se devoran– es no solamente el vértigo de unas vidas desatadas por y para la música, sino su signo contrario: la morosa construcción de una identidad individual y colectiva que se desarrolla a lo largo de casi veinte años. Una educación sentimental, un retrato del artista cachorro, del artista adolescente, un crecer en público. Para hacerlo, Solana eligió el relato desnudo de la vida cotidiana, que en su caso permite, por ejemplo, saltar de la visión de un perro que es otro perro, a la muerte del padre de su amigo, en un solo párrafo: “Encontré a Varela –como habíamos quedado– en la esquina de bulevar y Juan Paullier. Le grité ‘Peladoooo’ desde el otro lado de los autos, porque no sé chiflar y me percaté de que tenía un animal cachorro entre los brazos. La noche anterior, cuando llegué a casa, Camila también tenía uno similar en los suyos. Por un instante mi cerebro asociativo se imaginó que era el mismo perro de caramelo, lo que no tenía ningún sentido salvo en mi cabeza. ‘¿Y eso?’, le pregunté al acercarme, de la misma exacta manera que lo había hecho el día previo con Camila y aquel can que resultó ser el de una amiga. Este también era una bola de piel marrón con ojos claros, parecido a un labrador bebé, un poco más oscuro que el otro. Mi amigo lo sujetaba con cariño paternal. Me enterneció. Le froté las manos por el hocico y comenté algo acerca del color de sus ojos de agua. Se lo acababa de quedar gracias al ofrecimiento del portero del edificio del apartamento de su madre. El cachorro estaba recién llegado del campo, sin dueño, y había encontrado uno en el pianista de mi banda, hombre con dedos de tentáculo y emociones profundas, aunque a veces escondidas. En su día más trágico lo vi emborracharse para el velorio de su padre, el psicoanalista. Él lo cuidó en su vieja casa con aquella biblioteca histórica de la calle Comercio, hasta que se dejó ir. En el funeral vomitó el piso, despidiéndose del cáncer atmosférico que ingirió durante aquellos meses. La comunidad psicoterapéutica presenció el acto con un silencio mortuorio”.

Es esa manera de contar, asociativa, la que hace que el texto vaya todo el tiempo de lo cotidiano y banal a lo profundo, iluminando el recorrido vital de los protagonistas de la historia. Así, Paracetamol 500 está sembrado de pistas, indicios, incluso largas listas, piezas sueltas de un puzle cuyo dibujo final quizás no se comprenda con los ojos, y que es la misma fuerza que los lleva a tocar una música que no tiene una forma definitiva y que va mutando sin explicación posible, pero que los mantiene andando.

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