Una importante recuperación histórica revela esta disfrutable muestra en el Cabildo de Montevideo.1 Se presentan dos colecciones de acuarelas originales con paisajes y escenas del Montevideo colonial, realizadas por los artistas franceses Adolphe d’Hastrel (Neuwiller-lès-Saverne, 1805-Nantes, 1874) y Barthélemy Lauvergne (Toulon, 1805-Carcès, 1871). Se advierte en un texto de sala: “Dichas colecciones fueron repatriadas desde Argentina por la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación, en el marco del convenio de cooperación con la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos de la República Argentina, denominado Patrimonio Cultural del Río de la Plata”. Más allá del documento epocal, ciertamente valedero desde el punto de vista del aporte histórico al conocimiento de las costumbres y de la iconografía de nuestro pasado, interesan estas piezas recobradas por el valor estético autónomo.
La obra de Barthélemy Lauvergne está presente con cinco acuarelas. Sus vistas del Montevideo de 1836 (acuarela sobre papel, 21 x 30,5 centímetros) son el trabajo de un fino y acendrado colorista. Generoso en el despliegue cromático, muy sutil para los reflejos del agua y el grisado atmosférico de las nubes y en los toques certeros en la vestimenta de los pobladores de la urbe provinciana que era entonces Montevideo.
El francés registra una civilidad apacible, doméstica, sin fisuras. La catedral es el edificio más importante y el segundo elemento de interés es el cerro de Montevideo, invariable telón de fondo. Es preciosista el detalle de los aparejos y arboladuras vistas a distancia, con jarcias y cabos más delgados que cabellos y el velamen recogido en señal de calma y veleros fondeados. El agua de la bahía se presenta con el reposo de un estanque. Porque estas acuarelas –o sus reversiones litográficas– servirán luego para ser reproducidas en estampas que llegan a otros públicos, cultos, de ultramar. Por eso las imágenes de Lauvergne poseen algo del encanto de la postal turística en la captación de un aire entre paradisíaco y levemente exótico. Este marino dio la vuelta al mundo tres veces, la última, en que tomó estas vistas, fue en la corbeta La Bonite, nombre que sería aplicable también a su programa estético.
Adolphe d’Hastrel, en cambio, que además de pintor y litógrafo fuera capitán de artillería de la marina, denota un carácter más enérgico e inquieto. De hecho, se interiorizó de los nuevos procesos de la daguerrotipia y fue, asimismo, músico. Con sus seis vistas de Montevideo, apenas unos años posteriores a las de Lauvergne, hacia 1840, demuestra un carácter más denso y una inclinación por los tonos oscuros. Aquí se exhiben tintas aguadas sobre papel (en grises), más una acuarela y una litografía coloreada a mano. En esta última, “Ruines de l’ancienne citadelle de Montevideo”, denota un gusto neoclásico en su afición a las ruinas –recuperación del pasado clásico– cuando estas reliquias arquitectónicas en nuestro país, las de las murallas de la fortificación, si apenas contaban con un siglo. Posee también, al igual que su compatriota, un dominio del detalle mínimo, que sorprende, como cuando boceta las sombras que dejan las gaviotas en vuelo rasante sobre las aguas de la bahía. El cerro, más abultado, con una presencia más dramática, aparece cercado por las olitas encrespadas en primer plano. Las palmeras dan un aire tropical a los paisajes solitarios habitados por algunos gauchos ociosos. D’Hastrel no ostenta la grafía clara y purista de Lauvergne. Pero ambos son hombres de mar, pintores de corbeta y fragata, habituados a moverse en un medio líquido y emplean el agua también para su oficio de acuarelistas. Tal vez por ello lo reposado de estos parajes posee algo de quien vuelve a tierra y precisa la estabilidad del suelo. Y por ello, quizás, en los cielos vastos, en la ensoñación de nubes, celajes y neblinas, recrean su talento y su imaginación con más vuelo.
- D’Hastrel y Lauvergne, Cabildo de Montevideo, marzo-mayo.