De México a Montevideo - Semanario Brecha
Bordar la resistencia

De México a Montevideo

Esta es la historia de cómo unos bordados por Ayotzinapa, hechos en un plantón contra una megaobra inmobiliaria en un barrio periférico de la Ciudad de México, recorrieron un cachito del mundo, se volvieron internacionales y llegaron a Montevideo.

← Federico Gutiérrez

En torno a la mesita de centro, que tiene ponche caliente y galletitas, cómodamente sentadas en los sillones de una amplia sala colorida, hay cinco mujeres. La menor tiene 48 años: Claudia, tres hijos, el más chico, junto a ella, con la nariz metida en el teléfono pero escuchando. Doña Fili, como todo el mundo la llama con cariño, es la dueña de casa, en el corazón del Pedregal de Santo Domingo, donde peleó un espacio, junto con otras mujeres pobres como ella, criadas en la izquierda y la solidaridad. Es la herencia de «su general» Emiliano Zapata. Su casa tiene la amplitud necesaria para recibir a mucha gente, como ahora a nosotras, y su centro está dedicado a una ofrenda: un altar a los militantes, defensores de derechos humanos y periodistas que han sido asesinados en el país. Fili recita sus nombres para darnos la bienvenida.


«Esta colonia nació de la lucha por la vivienda. No fue nada fácil, pero la lucha del pueblo tiene tanta grandeza que, gracias a ella, estamos reunidas aquí. La mayoría de los vecinos y las vecinas que la fundaron ya no está entre nosotros, pero nos dejaron este lugar. No fue nada fácil vivir con la amenaza del desalojo, del cobro de los impuestos, pero la lucha nunca dejó de seguir adelante y ha permitido recibir a otras luchas de otros países y a las compañeras bordadoras, aunque a mí no se me da lo de la bordada, solo lo de la marchada», sigue Fili.


Frente a Fili, riéndose del chiste de su madre, está Elena, promotora de la colectiva Yaocihuatl Pedregales, de bordado combativo, solidario, popular. Junto a ella, Lilia, vecina del barrio, y Charo, artista originaria de Guanajuato. «Ahorita estamos poquitas compañeras, pero somos más. Nacimos por el manantial de Aztecas 215, donde empezamos a bordar resistencias, pero en memoria, para que no se olvide. Y bordamos con colores y con agujas porque plasmamos ahí nuestro sentir», dice Elena, de 58 años, que nunca había bordado hasta que empezaron a hacerlo en el plantón de Aztecas. «Este bordado es diferente porque uno ya no lo hace como tradición de ser mujer, lo hace con el objetivo de que tu bordado plasma algo y lo muestras para que sensibilice a más personas. Lo hemos visto cuando hemos ido a las marchas y llevamos nuestros bordados, que a la gente le gustan. Pero también hemos encontrado que son una amenaza.»


EL PLANTÓN TRANSFORMA

Ese conjunto de hilos dispuestos en forma de trama sobre un lienzo de color se volvió una amenaza el día que lo extendieron entre un grupo de mujeres granaderas y el bloque negro, las anarquistas adolescentes que protestan con grafiti y destrucción del espacio público, para evitar que las encapsularan las Policías –como suelen hacer– y permitir que las compañeras de negro siguieran camino. Fue en la marcha del 25 de noviembre de 2022, cuando se celebraba el Día Internacional contra la Violencia hacia la Mujer. «Nos empiezan a decir que en estas mantitas hay violencia hacia ellas, ¡las granaderas!», recuerda Elena, y en su voz resuena el estupor de aquel momento. En la mantita que ofendió a las granaderas y que procede a extender ante nosotras en la tranquilidad del Pedregal están los nombres de la niña Fátima y de Lesvy Berlín, ambas víctimas de feminicidio en la Ciudad de México; se lee también «Ni una menos, la historia también la escribimos nosotras, las niñas ni se golpean ni se abusan, no se matan, no se venden, vivas nos queremos». Es un solo paño morado bordado por muchas manos y es lo que las representa como colectiva, dice Elena.


¿Son todas mujeres?, pregunto. «Cuando hicimos las mantitas de los 43, sí hubo compañeros que ayudaron a bordar y que también pintaron, muy dedicados. Pero cuando hicimos la colectiva y comenzamos a bordar sobre la violencia, no sé si sería el tema, pero ya no quisieron», responde Claudia. Pero Fili tercia en la respuesta con una perspectiva particular: «Como era en el plantón, los compañeros se animaron a bordar. Algunos decían al inicio que las mujeres son para barrer y cocinar, pero ya después ellos también cocinaban. Un compañero hacía un hígado empanizado riquísimo y eso fue algo hermoso, porque un plantón transforma. Transforma tu pensamiento, lo que te han impuesto que pienses, lo cambia. Y eso espanta a un sistema, al gobierno, no solo en México, en todo el mundo. La misma gente tiene la capacidad de organizarse. Cuántas luchas, gente, organizaciones se acercaron, todo eso se logró gracias al manantial, y no es por presumir, pero ¡viva el plantón de Aztecas 215!


BORDADOS POR AYOTZI

Las vecinas del Pedregal de Santo Domingo instalaron dos veces un plantón en la entrada a la megaobra de tres torres con 377 departamentos que una empresa, Quiero Casa, comenzó a construir en el número 215 de la Avenida Aztecas, la principal arteria vial del barrio, donde cavaron tanto que alumbraron un manantial que abastece la zona y la capital.


El desperdicio de agua potable hizo que las vecinas instalaran un primer plantón en protesta en 2016, que fue breve, pero regresaron en 2017, durante 11 meses. Además de convertirse en la primera lucha en defensa del agua en la Ciudad de México –un bien común que escasea–, el plantón fue un espacio mítico de resistencia que creó hasta su propia escuela, bautizada Piedra y Manantial: «Los viernes, en la escuelita, leíamos las biografías de cada uno de los chicos de Ayotzinapa, y nos fuimos empapando de ellos. Cuando empezamos a transferir sus rostros al bordado, cada quien adoptó a un desaparecido, y si a Benjamín le gustaba mucho escribir, dibujamos un lápiz. Si a Saúl le gustaban los toros, pues lo dibujamos; así fuimos poniendo algo de nosotros hacia ellos. Por eso son tan significativos, porque no solamente tienen los rostros de los 43, tienen algo que les estoy brindando yo con esas puntadas», recordó Lilia.


También contó cómo intentaron regalarles esas mantas con los rostros bordados de los jóvenes a sus padres, pero ellos respondieron que las recibirán el día que regresen sus hijos, que el próximo setiembre cumplen diez años desaparecidos en el mayor crimen de Estado –o el más evidente– de la democracia mexicana reciente.


Su trabajo está expuesto hasta el 29 de febrero en el Espacio de Arte Contemporáneo de la excárcel de Miguelete, como resultado de la gestión que hicieron tres investigadores uruguayos para traerla a nuestro país: Sebastián Alonso, del proyecto Casa Mario, Gabriel Peluffo Linari y Fernando Miranda, actual decano de la Facultad de Artes. Ellos integran la red Conceptualismos del Sur, que montó la exposición Giro gráfico. Como en el muro la hiedra, en el Museo Reina Sofía de Madrid, luego expuesta en el Museo Universitario Arte Contemporáneo de la Universidad Autónoma de México, que reunió 400 obras vinculadas a la protesta social en América Latina de los últimos 60 años. Entre ellas, están las 45 mantitas bordadas en el Pedregal, paridas del plantón en defensa del manantial alumbrado por la voracidad inmobiliaria, en Aztecas 215.

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