De padres e hijos - Semanario Brecha

De padres e hijos

Dos obras teatrales actualmente en cartel exploran las relaciones familiares desde extremos muy opuestos, tanto en forma como en contenido.

Padres primerizos. La experiencia de esperar y tener un hijo por primera vez es una vivencia personal, intransferible. Aquí Fabián Silva, también protagonista junto a May Duarte, toma parte de sus propios recuerdos como inspiración para crear una pieza que, sin embargo, se escapa pronto de la realidad para instalarse en el terreno de lo paródico y la pura ficción. Desde una dualidad exagerada en aras de la comicidad, una pareja (Él y Ella) vivencia la espera desde su condición de género, marcada por las diferencias impuestas por lo biológico y lo cultural, y transita por situaciones “tipo” que pueden escucharse en todo mito popular sobre la paternidad. Así los cambios de humor maternos ligados a los desajustes hormonales son vividos como una histeria permanente que desata las escenas hilarantes casi en su totalidad. Los celos ante la presencia de un tercero que centra la atención del padre, los avatares de los cambios físicos, la elección del nombre, el padre cansado tras la jornada laboral, que debe cumplir con los tan temidos antojos, los encuentros, los desencuentros.

May Duarte y Fabián Silva componen con soltura a estos padres arquetípicos que funcionan en la lógica del humor planteado, apostando a la complicidad de su público para despertar la risa. Una mirada que torna en humor las dificultades de los grandes cambios familiares, pues, como cita el programa: “A un segundo hijo se lo recibe con aires de conocedor. Al primero… no es tan sencillo”.

Tres hermanos. La muerte paterna actúa como motivo de reencuentro de tres hermanos que, tras asistir al entierro, discuten sobre el futuro de la casa que han heredado. De aquí en más el conflicto parece estar servido. Los distintos intereses personales se cruzan y chocan, y los reproches no tardan en aparecer. El autor argentino Roberto Ibáñez plantea diálogos crudos y recrea discusiones que descubren poco a poco situaciones del pasado con consecuencias nefastas en el presente. La directora Myriam Campos sitúa a los personajes en un patio derruido, estructurando la escena en torno a un pozo de agua que actúa como metáfora de los estados anímicos y de la deteriorada relación fraterna. Da lugar también a las figuras femeninas, las esposas presentes y ausentes y la presencia de Sabrina (Lucila Pírez), la más pequeña de la familia, hija de uno de los hermanos (Mauricio, en una muy buena interpretación de Diego González), que aporta ciertos rasgos de esperanza a esta historia de vínculos familiares signada por vicios y traiciones, y teñida por la mezquindad ante el dinero.

Con expresas referencias a las Tres Hermanas de Chejov, sobre todo en la construcción del ambiente pueblerino y asfixiante, los secretos familiares parecen cobrar mayor trascendencia dramática una vez sacados a la luz. Una historia conocida, que surge de un relato real que un amigo de la secundaria narra al autor, donde muchos pueden sentirse identificados. La puesta resulta dinámica, estructurada en actos que van tejiendo una tensión en aumento, entre la explosión de emociones, la sorpresa y la desilusión.

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