Desmanes veraniegos
El verano trajo, además de sus calores, humedades y lluvias esporádicas, una serie de episodios que pusieron en alerta al uruguayo medio, tan a gusto cuando se sorprende frente a las cosas como si fuera la primera vez que se las cruza en el camino. Una batalla campal en una playa de Punta del Diablo, las denuncias de los supuestos desbandes juveniles en el puerto de Punta del Este. Un boquete en el muro de la plaza de deportes de la Unión que pasó a utilizarse como entrada alternativa y sin control a la piscina pública por un enjambre de adolescentes acalorados. ¿Estamos ante un mayor nivel de violencia en las interacciones en los espacios públicos? ¿Estos pequeños caos se deben a una crisis de valores o de moral que la juventud yorugua protagoniza? ¿Son estos hechos parte de un fenómeno nuevo que debe alertarnos, o se trata de una mayor visibilidad de la vida privada magnificada por las cámaras digitales que se esconden en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero?
Para ventilar las respuestas con sabor a titular, Brecha incitó a tres académicos a que se sacudieran la modorra veraniega y tiraran algunas pistas para que usted, lector, las mastique bajo la sombrita de algún árbol.
TERRITORIO Y GENERACIONES. El primero en responder es el sociólogo Luis Eduardo Morás: “Es posible que existan diferencias entre las motivaciones de los hechos sucedidos. En principio diría que son episodios que traducen las pugnas existentes por la apropiación de los espacios públicos y que tienen un fuerte contenido generacional, en tanto los más jóvenes encuentran mayores obstáculos económicos para acceder a los lugares donde poder divertirse debido al costo que tienen”. Sebastián Aguiar, sociólogo también, profundiza en el mismo sentido: “Todos los conflictos sociales tienen expresión en los espacios públicos, aun aquellos que parecen más restringidos al espacio privado, como la violencia de género. No hay manera de invisibilizarlos, de que no aparezcan. El espacio público es el espacio del habitar, del ser en el mundo, del aparecer del otro. En Uruguay hay un conflicto generacional de base, que consiste mayormente en un relegamiento de los jóvenes de los espacios de poder y de los espacios públicos”. Conflictos generacionales que, según explica, no han sido cabalmente interpretados, pero que son una variable clave para entender la historia de, por lo menos, los últimos 50 años del país. “Tanto la dictadura como la generación del 68 o la del 89 podrían entenderse como conflictos generacionales.” La idea es provocadora. Aguiar explica que aunque en la vida cotidiana esto sea difícil de percibir, en los datos duros “se plasma que Uruguay es uno de los países de Occidente más hostiles con la juventud”. Dificultades en el acceso al empleo y la vivienda, oportunidades económicas básicas, tasas altísimas de encarcelados y emigrantes jóvenes, un Parlamento y un presidente envejecidos, “pero nos resistimos a elegir la clave generacional para aplicarla al análisis, salvo en ocasiones específicas”. Así, estos conflictos que permanecen soterrados en lo cotidiano encuentran su expresión en el espacio público. “Hay elementos determinantes para entender cómo esa relación intergeneracional aparece. En primera instancia: los diversos sistemas de control legítimos sobre esos espacios públicos. También otros que bordean la frontera de lo ilegítimo. Recuerdo un caso en la plaza Gomensoro, donde un guardia de seguridad recibía un pago extra de las vecinas de la vuelta para que expulsara a los chiquilines cuando se quedaban de noche. Los gurises reaccionaban tirando piedras, y eso les generaba más miedo todavía a las señoras. Son roscas de apropiación del espacio público que tienen lugar en todo el espacio social.”
EL OTRO. El espacio público es, entonces, el lugar de la visibilización y el encuentro con el otro. “Ese otro es interpretado siempre basándose en tipificaciones, no lo conocemos, lo reconstruimos.” Una dinámica elemental, advierte Aguiar, pero en la que actualmente “no reconocemos los productos de la crisis de 2002, ni lo que hemos construido como Estado expulsor y que se nos presenta ahora como un fantasma que nos asusta. Es verdad que han aumentado ciertas tasas de violencia: las rapiñas en los últimos tres y cinco años, los homicidios en la actualidad. Es en el espacio público urbano donde esas cifras, o esa sensación de inseguridad, aparecen encarnadas en personas. El miedo que se vive en el espacio público es diferente para alguien de Pocitos o de Carrasco que para alguien de la periferia”. El del primero es un miedo a lo que viene de afuera, a quien “no es de acá”, un miedo al acecho en el espacio público. “En la periferia el espacio público está invadido. Es una sensación más parecida a un cerco. El espacio público se vive en ambos casos como expropiado con dinámicas muy diferentes, pero que en ambos casos hablan de relaciones intergeneracionales y económicas. Así como no se visibilizan las relaciones intergeneracionales como un problema de larga y media duración, tampoco se visibiliza que tenemos muchos más jóvenes pobres con relación a los adultos que cualquier otro país de América Latina. No hay tanta diferencia en ningún otro país de la región.”
Continúa Morás: “También es posible que en estos hechos operen niveles de frustración por la imposibilidad de consumir determinados servicios o acceder a bienes socialmente valorados, y que se desarrollen lógicas que perturban el orden público y la tranquilidad de los consumidores, en algunos casos sin intencionalidad, aunque en otros quizá sean actos donde exista cierta rebeldía y resentimiento”. Pero, ¿se trata de una crisis de valores? ¿Hay un problema moral? “Como explicación: no queda claro el contenido ni la dirección ni los agentes promotores de esa supuesta crisis. Es una postura que aprobaría con entusiasmo Discépolo, pero que no tiene nada de científica en su formulación ni permite planificar una intervención efectiva frente a los hechos. En todo caso, si la fórmula de la ‘crisis de valores’ refiere a un creciente desprecio por el espacio público, menos consideración hacia los otros ciudadanos y la procura del máximo beneficio individual eludiendo obligaciones colectivas, esta síntesis expresa la lógica de funcionamiento de la sociedad global actual. Aunque, claro está, los emergentes más visibles y fáciles de responsabilizar por la proliferación de malestares y la decadencia resulten los más jóvenes, y entre ellos los más pobres.” Morás agrega al análisis el caso del rugbier que entró a los piñazos a un boliche esteño anunciando a los gritos la importancia de su familia, que lo volvía “intocable”. “Cuando los jóvenes son de familias influyentes, ¿también aplica el argumento de la ‘pérdida de valores’?, ¿o sólo aplica a los pibes pobres de Maldonado o el Cerrito?”
Aguiar, por su parte, responde: “Cuando olvidamos la vida material del otro y sus causas, aparece como un fantasma atemorizante. Hay ahí unas dinámicas estructurales que al no ser cabalmente descritas operan inercialmente, y solamente se ven los síntomas. La suma de síntomas se presenta de manera muy diferente a los asuntos estructurales. Si lo vemos como una suma de hechos raros, pensamos, ¡qué rara está la gente! De algún modo es verdadero que han cambiado los códigos, aunque en realidad la moral es algo mucho menos sólido y construido de lo que parece: ¿dónde te enseñan moral? ¿Cuándo hubo una moral compartida? ¿En la dictadura había una moral que ahora extrañamos? Es una perspectiva comprensible en las personas de mayor edad, que ven que los tiempos han cambiado, y entre otras cosas han cambiado los fundamentos para vivir y sus modos de vida”. El sociólogo advierte que se trata del problema más grave de la sociedad actual: “Estamos ante una fractura social, generacional, y queremos atender una fractura con curitas. Taparán la sangre, pero la fractura va a seguir ahí”.
ETNOGRAFÍA DE CERCA. El antropólogo Eduardo Álvarez Pedrosian viene trabajando con cuestiones que tienen que ver con la territorialidad y la comprensión del sujeto y los temas vinculados a lo urbano. “Me interesó desde el principio qué pasaba en las zonas más críticas. Tradicionalmente el espacio y el tiempo aparecen como cuestiones neutras, de fondo, pero eso no es así. Son dimensiones constitutivas de todo lo demás. Todavía aparece como un escenario, como el contexto de las acciones humanas. Pero el tema es estudiar ese escenario”, comenta.
El primer acercamiento fue con la zona llamada Villa Aeroparque, sobre la ruta 101, muy próxima al Aeropuerto de Carrasco: “Ahí me encontré con los problemas que iba a ver amplificados luego en la zona de Casavalle”.1 Álvarez se refiere también al fuerte corte generacional: “Toda una estigmatización con respecto a los jóvenes”, y también “una lucha enorme por la supervivencia, por tener las mínimas condiciones de existencia. Es desde esa lucha que se construyen los relatos de vida”. El antropólogo se explaya hablando sobre Montevideo como “una gran mancha urbana que se va expandiendo territorialmente, según algunos autores, un 8 por ciento por década, pero la población no crece. Es como una tela que se estira a partir de las rutas y se van agujereando los espacios céntricos”. En ese espacio la liberalización del mercado de alquileres, en 1974, catalizó la expulsión de los sectores más bajos, dando comienzo a la migración hacia la periferia. “En términos sociales, se generan territorios que no están del todo consolidados, muy endebles. Con migraciones que se dan en cortes abruptos, y encima que las condiciones generales son duras, crean un contexto de precariedad existencial: no hay nada para hacer, no hay servicios. Entonces el joven se convierte en el principal enemigo y el chivo expiatorio.”
La zona de Casavalle es el paradigma de lo que sucede en la periferia. “Es lo que llamo un depósito espacial en el que se fue metiendo a la gente.” El largo proceso de población del barrio con distintos proyectos habitacionales terminó de consolidarse con la construcción de la Unidad Misiones, “Los palomares”, construida en los terrenos que habían sido pensados como las zonas verdes de los complejos anteriores. “Fueron hechas como viviendas de emergencia, proyectadas para ser ocupadas durante poco tiempo y derivar a las personas a otro lado.” Las viviendas se quedaron y sus residentes temporales pasaron a ser permanentes. “De nuevo, el tema de cómo se habita. Tenés gente que la condenás a vivir como si siempre estuviera al borde, que no se puede proyectar más allá del aquí y ahora, que vive en la emergencia.” Luego los intersticios se llenaron de asentamientos. “Tenés el collage típico de la periferia de muchas ciudades latinoamericanas.” El ambiente se caracteriza por la fragmentación: “Dentro de la casa, la piecita; dentro de la porción territorial, cada casita; y dentro de la zona, cada porción de territorio”. Hacinamiento y compartimentación permanentes. “El espacio se densifica tanto que implosiona. El tema del espacio público es central.”
1. Casavalle bajo el sol. Investigación etnográfica sobre territorialidad, identidad y memoria en la periferia urbana de principio del milenio, el libro producto del trabajo realizado por Álvarez Pedrosian está camino a la imprenta, editado por la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Udelar.