De Stalin a Putin - Semanario Brecha

De Stalin a Putin

El último libro del francés Emmanuel Carrère narra la vida de Eduard Limónov, punk, aventurero, guerrillero, escritor y líder del disuelto Partido Nacional Bolchevique ruso. Se trata de una biografía novelada con tantas críticas a favor como en contra, pero sobre la que todos parecen coincidir en que vale la pena leerla.

Limónov, de Emmanuel Carrére

En octubre de 2006 la periodista Anna Politokóvskaia, conocida por su oposición a las guerras de Chechenia y a la política de Vladimir Putin, fue asesinada a tiros en Moscú. Por entonces Carrère –hijo de la sovietóloga Helene Carrère–, pasaba largas temporadas en Rusia, donde hacía poco había filmado un documental. Debido a estos antecedentes una revista lo contrató para viajar a Moscú a recabar testimonios sobre la periodista asesinada.

Carrère arribó a Moscú, estableció contactos con la oposición al gobierno, y en un acto recordatorio de las víctimas civiles de las guerras de Chechenia entre el público reconoció a Limónov, al que había tratado a principios de los años ochenta en París, a donde Limónov llegó gracias al éxito obtenido por una novela autobiográfica que escribió durante su exilio neoyorquino: El poeta ruso prefiere a los negrazos. En París, Limónov se convirtió en “el niño mimado del mundillo literario” y “con su desenvoltura y su pasado aventurero impresionaba a los jóvenes burgueses” de aquella época. “Lo adorábamos”, confiesa Carrère, que por entonces debutaba en los círculos intelectuales parisinos.

Todo hace suponer que al reencontrar a Limónov, a Carrère se le ocurrió escribir su biografía con la intención de acercarnos una suerte de retrato de los últimos años de la Unión Soviética y de la Rusia actual a través de las vivencias de un joven disidente que ansiaba vivir y triunfar en los Estados Unidos, pero que pocos años después voceaba vivas a Stalin, pedía que fusilaran a Gorbachov y aparecía en un documental de la Bbc ametrallando Sarajevo junto al criminal de guerra serbiobosnio Radovan Karadzic. El epígrafe del libro, a través de una cita de Putin, parece advertirnos sobre una de las tantas paradojas del pueblo ruso: “El que quiera restaurar el comunismo no tiene cabeza, el que no lo eche de menos no tiene corazón”.
Dispuesto a todo. Hijo de un soldado y una obrera, Limónov nació en 1943 en Dzerzhinsk, Rusia, y su verdadero nombre es Eduard Savienko. Ya adolescente y en Járkov, una ciudad ucraniana donde la familia se radicó, Eduard cambió su apellido por Limónov, que remite a limón ácido y que a su parecer iba mejor con su carácter y con lo que él quería llegar a ser. Porque el joven Eduard quería ser el mejor en lo que decidiera hacer. Quiere ser bandido en Járkov e intenta serlo, pero no quiere ser un bandido de cuarta, quiere ser el rey de los bandidos. Limónov descubre que un hombre decidido a matar es temido y él, de navaja en el bolsillo, con tal de ser famoso y respetado, está decidido a matar. De aspirante a bandido pasa a abrirse camino como escritor y poeta colándose en los círculos intelectuales disidentes de Moscú. En 1974, junto a su esposa Helena, una joven y bella poetisa, logran salir de la Unión Soviética y se radican en Nueva York. Helena lo abandona y Limónov, desesperado, mendiga por las calles de Manhattan, y entre borracheras y peleas mantiene relaciones sexuales de todo tipo (que él describe con lujo de detalles en sus libros) hasta que consigue trabajo como mayordomo de un millonario para luego, y gracias a la publicación de su primer libro, viajar a París, donde se radica. En 1989, es invitado a participar en un encuentro de escritores en la Unión Soviética en el marco de una campaña gubernamental destinada a repatriar disidentes o, por lo menos, acercarlos.

De esta forma, luego de 15 años de ausencia, Limónov regresa a su país, que le resulta triste y gris, y visita a sus padres ya ancianos y en la pobreza. En sus declaraciones, siempre escandalosas, reivindica a la Kgb y durante una entrevista dice que en su juventud no fue un disidente sino un delincuente.
En noviembre de 1991 Limónov viaja a Belgrado para presentar un libro suyo. Allí establece contacto con militares serbios que lo invitan a visitar las zonas de guerra. Limónov, a punto de cumplir 50 años, nunca ha estado en una guerra y excitado acepta la invitación. Escribe Carrére que Limónov “no cree que un bando tenga toda la razón y el otro esté totalmente equivocado, pero tampoco cree en la neutralidad. Un neutral es una gallina. Eduard no lo es y siente que el destino lo ha situado del lado de los serbios”.

Luego de esta experiencia viaja constantemente a Moscú, donde escribe artículos políticos y gana popularidad. Se transforma en una figura pública. Desde las tribunas sostiene a viva voz que “en un año de supuesta democracia, el pueblo ha sufrido más que en setenta años de comunismo” y que los “pretendidos demócratas son oportunistas que han traicionado la sangre vertida por sus padres durante la Gran Guerra Patriótica”. No queda otra que prepararse para una guerra civil, concluye Limónov ante una multitud que lo aplaude y “él se siente sereno, poderoso, sostenido por los suyos: en su sitio”, afirma Carrère.

En Moscú frecuenta círculos de “comunistas nostálgicos y nacionalistas furibundos” y en ellos conoce a Alexandr Duguin, por entonces de 35 años, filósofo, autor de media docena de libros y un fascista confeso que sin prejuicios venera por igual a Lenin y a Hitler. En 1993, ya disuelta la Unión Soviética, Limónov y Duguin fundan el Partido Nacional Bolchevique. El nombre para el futuro periódico partidario será Limonka (granada) y su bandera, un círculo blanco en fondo rojo que recuerda la de los nazis, salvo que en negro, dentro del círculo en vez de la cruz gamada están la hoz y el martillo. Tienen un afiliado: el estudiante ucraniano Tarás Rabko. Son tres, pero no les preocupa porque Hitler, Mussolini y Lenin no eran muchos más cuando comenzaron –como ellos– a pretender conquistar el poder político.

Luego de ser herido en las revueltas de octubre de 1993 en Rusia, Limónov regresa a París y enseguida vuelve a los Balcanes para combatir en filas serbias. En 1994 se radica en Moscú con su mujer Nata-sha –que pronto lo abandona y él otra vez desespera­– mientras sus escandalosos libros son un éxito de ventas, aunque él recibe poco dinero. No le importa: entre el dinero y la gloria prefiere la gloria. “Lejos de sentirse humillado por la pobreza que le ha acompañado toda su vida, extrae de ella un orgullo aristocrático”, razona Carrère.

Media docena de militantes logran poner en condiciones un local, que será la sede del Partido Nacional Bolchevique, al que llaman el bunker, y difunden su periódico, el Limonka, que habla más de rock que de política. Conquistan adeptos jóvenes, entre ellos al prestigioso escritor Zajar Prilepin. Liderado por Limónov, el partido se lanza a atizar focos de insurrección y favorecer la creación de repúblicas separatistas, hasta que es ilegalizado y Limónov va a parar a la cárcel acusado de terrorismo y organización de una banda armada, cuando tanto sus actividades públicas como la de su partido siempre fueron de carácter pacífico. En 2001 lo encierran en Lefórtovo, una cárcel por la que han pasado los enemigos más peligrosos del Estado. Con 58 años Limónov entra a prisión y allí transcurre tres años sin perder el tiempo. “No dejará pasar ni un día sin salir al tejado y correr media hora como una liebre por la superficie de cemento, hacer flexiones y boxear en el aire glacial”, escribe Carrère. Consigue con sus celadores una lámpara y un cuaderno, se levanta de madrugada a leer y escribir, y escribe cuatro libros, entre ellos una autobiografía política, El libro de las aguas, que a juicio de Carrère es su mejor obra. Recuperada la libertad, la prisión lo ha convertido en un ídolo de la juventud rusa. Es un político respetable que hace una alianza con el ex ajedrecista Gary Kaspárov en la efímera Otra Rusia, una especie de frente político contra Putin, y Carrère no descarta que Limónov haya pensado en llegar al poder “mediante una revolución de terciopelo, como Václav Havel en otro tiempo”.

No pocas veces Carrère interrumpe el relato de la vida de Limónov para dar sus opiniones políticas y escribir sobre su extracción social y su educación burguesa, que contrastan con el hogar pobre y proletario del que proviene su protagonista, lo que puede resultar innecesario. Lo que sí puede transformarse en una necesidad es hincarle el diente a los libros de Limónov que nos acercan a un hombre decidido a pasar a la posteridad a cualquier precio y, a juzgar por los hechos, bajo cualquier bandera. A sus 72 años Limónov se mantiene activo, y parecería que la trascendencia que no logró con la política la logró a través de su obra literaria, resucitada por el interés que ha despertado la biografía de Carrère.

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