Este será el último fin de semana con el conde de Lautréamont, encarnado por Julio Persa, escrito y puesto en escena por Angélica González en el espectáculo Lautréamont o su última carta, título este que muy a medias hace honor a lo que sigue, una obra rica en actuación, dramaturgia y texto.
La pieza, ya estrenada en San José (Uruguay) y en San Pablo (Brasil), despierta hoy en Montevideo al mitológico conde en el año en que se cumplen los ciento cincuenta de la publicación de Los cantos de Maldoror, libro precisamente editado bajo ese seudónimo fugaz e imperecedero –comte de Lautréamont–, que pasó a formar parte del texto, que se metió en sus cantos y desde allí prosea.
Sin ninguna duda en Lautréamont… hay cierto excesivo apego al mito condal, puesto que hoy, dentro de lo mucho que ignoramos sobre la vida volatilizada del autor de Los cantos de Maldoror, sí sabemos que Isidore Ducasse, nacido y muerto bajo los sendos sitios de Montevideo y de París, no vivió ni tan solo, ni tan pobre, ni tan loco en sus días franceses. Sin embargo, el anclaje fuerte en el mito lautreamontesco no impide que la obra presente una verdad densa y sensible, tejida con la imaginación de su autora y de su actor, que se acercan e intiman con ese ser trinómico que es Ducasse-Maldoror-Lautréamont, asido en vísperas de su muerte temprana.
Y por esto, tal vez importe poco determinar ahora si el ubicuo mal maldororiano proviene del dolor psíquico que produce en el poeta la locura que le tocó en suerte o si el mal radica en guerras y desgarros tan cruentos como desprovistos de sentido, sobre todo para quienes sin decidirlos sólo los padecen. Lo cierto es que tanto el mal que es enfermedad y dolor como el mal metafísico y escurridizo se hacen palpables en Lautréamont…: audibles en la hermosa voz de Julio Persa, visibles en su expresividad corporal, perceptibles en la creativa dramaturgia ideada por Angélica González. Encerrado en su habitación con su piano y su papel y tintero, entre la cama y la mesa, este Lautréamont recorre y corre por su breve pasado, en ansia solitaria de decir todo antes del fin.
En Uruguay, la trifásica entidad –Ducasse-Maldoror-Lautréamont– estimuló a novelistas y a poetas como Jules Supervielle, Silvia Guerra, Juan Carlos Mondragón, Luis Bravo, Gustavo Wojciechowski, Fernando Butazzoni o Ruperto Long, entre otros; a videastas como Fernando Álvarez Cozzi; a artistas plásticos como Francisco Matto, Guillermo Fernández, Carlos Seveso, Miguel Battegazzore y Fermín Hontou; a grupos como La Sangre de Verónika y a músicos como Leo Maslíah, cuya ópera Maldoror sigue inestrenada en esta orilla.
En estos días, mientras la Ciudad Vieja espera que la Intendencia de Montevideo concrete la vuelta a su emplazamiento original del monumento a los tres poetas francouruguayos inaugurado en abril de 1969 y provisoriamente desplazado durante los arreglos del teatro Solís, la presencia de Lautréamont… en el otro borde de la península, sobre la rambla portuaria, tal vez esté augurando la inminencia de una existencia poética menos reservada. En todo caso, el ámbito que ofrece Tractatus para este espectáculo propicia el encuentro, amorosamente dispuesto por Angélica González y Julio Persa, con aquel que, cuando quiso reír como los demás, debió tajearse las comisuras de los labios