Las huellas del zapatismo en América Latina: Del levantamiento a la siembra - Semanario Brecha
Las huellas del zapatismo en América Latina

Del levantamiento a la siembra

AFP, ALFREDO ESTRELLA

Tres décadas después del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el 1 de enero de 1994, que colocó la autonomía en el centro de sus objetivos, el movimiento está dando un nuevo paso, ahora hacia «lo común» (la no propiedad), destacando que se proponen cultivar tierras recuperadas con aquellas personas y colectivos dispuestos a hacerlo sin propiedad ni papeles, con base en trabajos comunitarios con los únicos límites de no cultivar drogas ni entrar en la lógica capitalista. Más aún, señalan que en la iniciativa pueden participar personas no zapatistas y ofrecen tierras a colectivos solidarios de otros países para que le entren al trabajo en la tierra.

En la última tanda de comunicados librados entre octubre y diciembre, explicaron los cambios en curso. Disolvieron los municipios autónomos y las Juntas de Buen Gobierno, pero dejaron en pie los Caracoles. La decisión fue fruto de años de autocrítica por el mal funcionamiento, que puede resumirse en que lo hacían de modo piramidal, con separación entre las autoridades y las bases de apoyo, que en casos extremos llevó incluso al mal manejo de recursos. De ese modo, cortaron la pirámide o la invirtieron, dispersando la toma de decisiones en grupos autónomos locales y en asambleas regionales de esos grupos.

Sostienen que ese es el camino elegido para sortear la tormenta sistémica y asegurar que las niñas y niños que nazcan dentro de siete generaciones, 120 años, sean libres para elegir su camino y, además, hacerse responsables de las decisiones que tomen. Así de lejos mira hoy el zapatismo, no solo por el caos sistémico reinante, sino creo que también observando la realidad de un gobierno progresista que militarizó el país.

Los análisis zapatistas afirman que estamos ante «la guerra de aniquilamiento de grandes poblaciones para conseguir el bienestar de la sociedad moderna», que puede resumirse en «una Nakba para todo el planeta».

En el mismo tono, destacan que de las contradicciones actuales no va a surgir una nueva sociedad y que «a la catástrofe no le sigue el fin del sistema capitalista, sino una forma diferente de su carácter depredador». La guerra sigue siendo la forma para solucionar las crisis, lo que augura más destrucción.

No es la primera vez que el EZLN sostiene que la humanidad estaría ante una situación terrible. Lo nuevo, probablemente consecuencia de su vínculo con movimientos de todo el mundo y de la Gira por la Vida en 2021, en la que se encontraron con unas 1.000 organizaciones europeas, es que no encuentran fuerza social capaz de frenar la destrucción. «No es posible delinear o construir una alternativa al colapso más allá de nuestra propia supervivencia como comunidades organizadas.» Así de espinosa encuentran la realidad actual.

Las razones de esta conclusión pueden encontrarse en el mismo comunicado, «La (otra) regla del tercero excluido», cuando aseguran que ya no es posible una convivencia equilibrada entre el ser humano y la naturaleza. Ese razonamiento se remata señalando: «La mayoría de la población no ve o no cree posible la catástrofe. El capital ha logrado inculcar el inmediatismo y el negacionismo en el código básico cultural de los de abajo». En consecuencia, más allá de algunas comunidades originarias, pueblos que resisten y un puñado de colectivos, «no es posible construir una alternativa que rebase lo mínimo local».

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Puede no acordarse con el análisis del zapatismo o incluso rechazarlo de plano, pero no debería negarse la coherencia de sus decisiones y de los caminos que proponen. Han tomado distancia del pensamiento crítico hegemónico, en particular sobre la suposición de que a la crisis del capitalismo sobrevendrá un mundo mejor, con más igualdad y democracia. Ellos no le apuestan a la igualdad, sino a la diferencia.

El subcomandante Moisés, vocero del EZLN, lo dice a su modo: «Cuando decimos que “no es necesario conquistar el mundo, basta con hacerlo de nuevo”, nos alejamos, definitiva e irremediablemente, de las concepciones políticas vigentes y de las anteriores».

La decisión de seguir resistiendo va acompañada del objetivo de «ser buena semilla», o sea, heredar vida a las futuras generaciones, rechazando la guerra, incluso la guerra revolucionaria. El objetivo final consiste en «ser semilla de una futura raíz que no veremos, que luego será, a su vez, el césped que tampoco veremos».

Sembrar sin cosechar, sembrar sin esperar a recoger el fruto creo que es una actitud ética de enorme coherencia de quienes luchan por la emancipación de la humanidad, que hoy es, «apenas», la lucha por la sobrevivencia de los pueblos oprimidos.

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Hasta aquel 1 de enero de 1994, en América Latina no existía una corriente política orientada hacia la autonomía. La impronta del zapatismo, indirecta y difícilmente detectable, puede rastrearse en los movimientos menos institucionalizados, atraídos por el rechazo a la toma del poder estatal y la opción por crear poderes propios, la autonomía y el autogobierno, y la forma de entender el cambio social como la construcción de un mundo nuevo en vez de transformar el mundo existente.

El EZLN mostró que cientos de miles pueden gobernarse de otro modo, sin crear burocracias permanentes, como han hecho las revoluciones triunfantes. Quizá por esa razón, miles de activistas de todo el mundo, en su inmensa mayoría europeos, llegaron a Chiapas para conocer de primera mano la realidad zapatista y contribuyeron donando recursos materiales.

La autonomía zapatista es integral y abarca todas las facetas de la vida: abrieron clínicas y espacios de salud, escuelas primarias y secundarias, producen sin agroquímicos mediante trabajos colectivos, tienen formas de justicia y de poder propias, además de una vasta red de autodefensa denominada EZLN.

Una breve cartografía de las autonomías existentes en América Latina nos lleva, por ejemplo, a la Amazonia norte del Perú, donde existen nueve gobiernos autónomos y hay varios más en formación. Pero también a la Amazonia brasileña, donde se conformaron 26 protocolos autónomos para la demarcación de tierras, en 48 territorios, por parte de 64 pueblos indígenas.

En el Cauca colombiano nueve pueblos cuentan con autoridades y territorios autónomos propios, agrupados en el Consejo Regional Indígena del Cauca. En el sur de Chile y de Argentina se registra un amplio proceso de recuperación de tierras mapuche, donde en miles de comunidades funcionan formas autónomas de organizar la vida. A lo que habría que sumar la Teia dos Povos en Brasil y las numerosas autonomías urbanas en casi todas las ciudades de la región.

Una mirada anclada en la masividad dirá que se trata de pocas personas y espacios involucrados. Pero, aun siendo minoritarios, no son marginales.

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