Estuvo en formaciones históricas, como las murgas Contrafarsa, Falta y Resto y Asaltantes con Patente, por citar apenas unos nombres, y fue, por otra parte, integrante de la última formación de Los que Iban Cantando. Es, además, uno de los creadores del memorable proyecto Murga Madre, de enorme repercusión. Tocó, entre muchos otros, con Jaime Roos, Jorge Lazaroff, Mauricio Ubal, Jorge Galemire, Rubén Olivera, Jorge Drexler y últimamente junto a Fernando Cabrera, además de artistas extranjeros de la talla de Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Lenine, León Gieco y Liliana Herrera.
Se encuentra a punto de volver al Carnaval, luego de una década alejado de esos escenarios, y también se acerca el momento de editar su tercer disco solista, tras la excelente recepción que tuvieron sus dos álbumes iniciales, Rocanrol (2007) e Ilustrados y valientes (2011).
Ha grabado junto a Fernando Cabrera el notable disco en vivo Fernando Cabrera canta Mateo y Darnauchans, basado en un espectáculo que se reeditará mañana sábado 3 de diciembre en el teatro Solís como gala especial de fin de año del semanario Brecha.
El Pitufo tiene un pie en la canción de autor, de la que es uno de nuestros más interesantes cultores, y otro en la inmensa tradición del Carnaval, ámbito en el que se mueve desde niño como pez en el agua y en el que es una figura a esta altura insustituible.
—La sola enumeración de los nombres junto a quienes trabajaste mete miedo. ¿Alguna vez pensás en esa trayectoria?
—Sí, claro que lo pienso. Me he cruzado con mucha, pero mucha gente en este recorrido más que bonito, y todos han sido sin la menor duda grandes maestros en lo personal y lo musical para mí. Y esto me ha pasado desde muy chico. Cuando era adolescente y tenía más o menos 14 años comencé a conocer a toda esa gente. Y atención que quisiera que no quedaran fuera de la lista de artistas de los que tanto aprendí Walter Venencio ni Héctor Bardanca.
—Walter Venencio, muchas veces un gran olvidado. Un notable músico.
—Sí, sin dudas. Tremendo músico. Y, bueno, fui conociendo gente, aprendiendo primero a través del mundo de la murga y luego en mi trabajo como percusionista, que en lo personal sigo considerando una parte esencial de mí.
—Sin duda sos polifacético: percusionista, pero a la vez un clásico cantautor de esos que tocan sus propias canciones en la guitarra. ¿Te considerás más cantautor que percusionista, a esta altura?
—Me sigo considerando percusionista por sobre todas las cosas. Si bien es cierto que también toco la guitarra, sobre todo en mis proyectos solistas. Pero cuando toco ese instrumento lo hago como un percusionista que incursiona en la guitarra, no sé si me explico. Lo rítmico tiene un peso enorme en todo lo que hago. Cuando hago arreglos para murga, que es otra actividad que me apasiona desde todo punto de vista, la métrica tiene también una presencia fundamental.
—Te recuerdo en Falta y Resto allá por 1984.
—Ese fue mi primer año en Falta y Resto. ¡Nada menos que en Falta y Resto! Era muy pibe, pero igual creo que sabía valorar muy bien el paso que daba y la oportunidad que significaba pasar a formar parte de esa tremenda murga. La Falta venía de su enorme éxito con “Murga la…”, y en el Carnaval en el que yo entré hicieron “El éxodo”.
—Me acuerdo de que vos formabas parte de la batería de la murga y que en la Falta en un momento los hacían pasar adelante a los de la percusión y los hacían cantar, lo cual era verdaderamente revolucionario en el género.
—Exactamente. Eso pasaba en el “Cuplé del diccionario”. Ahora me quedo pensando que en aquel Carnaval de 1984 yo tenía apenas 17 años…
—¿Quién le iba a decir a aquel pibe de 17 años que tocaba los platillos que llegaría a dirigir murgas de primera línea?
—Sí, es cierto. Entonces era impensable. Pero dirigí a Falta y Resto en los carnavales de 1988 y 1989, y también a los Asaltantes con Patente, la Gran Muñeca, la Contrafarsa, La Matiné… no me puedo quejar.
—¿Qué significa volver al Carnaval luego de diez años? ¿Por qué y cómo se da ese regreso?
—Vuelvo antes que nada con muchas ganas de hacer murga. Son muchos años que no me subo al escenario. Hice algún arreglo de murga que otro en todo este tiempo, pero sin estar sobre el escenario. Vuelvo con Don Timoteo y con una barra de viejos amigos con los que hacía unos 23 o 24 años que no salíamos juntos, entre los que están “Pinocho” Routin, Marcel Keoroglian y Ronald Arismendi.
—Con Marcel y con Pinocho son una especie de barra eterna.
—Totalmente eterna, sin dudas. Hace prácticamente 30 años que nos conocemos. En Don Timoteo se ha formado un grupo muy lindo, con muchos integrantes de una generación más joven que son unos cracks y unos divinos; tipos súper cariñosos y que, dicho sea de paso, tienen un profesionalismo tremendo. Estoy recontra contento. Siento la misma ilusión de cuando salí por primera vez. Sin esa ilusión no tendría sentido volver a salir.
—¿No tenés miedo de cansarte más que antes?
—Seguro. El cuerpo es diferente, la edad es diferente. Fijate que ya cumplí los 50. Pero en realidad eso parece no importar cuando estás contento y rodeado de amigos y además se trabaja en serio, como en este caso.
—Además de tu base de murga notoria, ¿te parece que sos uno de los que siguen sosteniendo la bandera de la histórica corriente llamada “candombe beat”, es decir la fusión de rock con elementos afrouruguayos que arrancó con Mateo y El Kinto, luego Rada, Jaime, Galemire, entre otros?
—En parte sí, hay bastante de eso. Me formé escuchando eso y tengo influencias de toda la gente que estuvo en esa. Todos los nombrados son grandes maestros; indudablemente algo de eso hay.
—¿Cómo surgió tu vinculación con el proyecto Fernando Cabrera canta Mateo y Darnauchans, del que ya hay un precioso disco editado y que se presenta mañana sábado en el Solís?
—En realidad fue una invitación telefónica. Tengo una relación de muchos años con Fernando y he tocado con él en muchos de sus discos y con diferentes formaciones, y entonces él me llamó y me lo propuso. Me contó la idea y me dijo que quería que participara como invitado. Y me llevé la sorpresa de que tenía que hacer unas cuantas cosas en el show, que era un laburo más complejo de lo que pensaba. Pero me encanta este trabajo, porque tiene una alta exigencia y me tuve que sentar a ensayar bastante, pero con el placer y el honor de bucear por las canciones de Mateo y Darnauchans, y de tocar una vez más junto a un gran creador…
—Y un gran guitarrista…
—¡Por supuesto, tremendo guitarrista! Cabrera cada vez toca menos notas pero cada vez toca más música. Logra ese milagro. Me tuve que adaptar una vez más a su forma de hacer las cosas, pero, como siempre, nos hemos llevado muy bien. Cuando me hizo la propuesta fue un gran honor, de por sí, por compartir el escenario con Cabrera, y encima con canciones de dos autores increíbles. Un auténtico privilegio del que estoy sumamente agradecido.
—¿En el Solís van a tocar más o menos el repertorio del disco o aparecerán cosas nuevas?
—A veces cambiamos alguna cosa, pero básicamente son las mismas canciones del disco. En el disco está estrictamente lo que es Mateo y Darnauchans, pero en el show suelen aparecer también temas míos y de Fernando.
—Volviendo atrás, ¿cómo recordás tu participación en Los que Iban Cantando? Te lo pregunto porque es algo de por sí muy importante y porque tu segundo disco está dedicado al “Choncho” Lazaroff.
—El Choncho ha sido auténticamente una luz en el camino. En el de mucha gente y también en el mío. Cuando lo conocí yo era muy gurí. Trabajé con él en Los que Iban Cantando, pero también junto a él Pinocho Routin y el Flaco Castro en Falta y Resto. El Choncho hizo la música del “Cuplé de la gente”. Fue una época hermosa. Llegué allí siendo pibe y con una lógica inmadurez musical, haciendo mis primeras armas como instrumentista, pero tuve la suerte enorme de compartir con Los que Iban Cantando un ratito de su historia. Por supuesto que conocía al grupo desde gurí, pero jamás pensé que un día fuera a integrarlo. Y además la forma de trabajo fue muy linda.
—Es genial como el Choncho permanece en tanta gente pese a la cantidad de años que hace que se fue.
—Es que dejó una herencia artística importantísima. Y más allá de eso era un tipo muy querible, muy cariñoso. Además era un tipo muy observador y con una gran visión global de la música.
—Y también fue un gran crítico musical, en una faceta que a veces no se nombra como debería.
—Totalmente. Me acuerdo de sus excelentes textos en una revista llamada La Tuba, que sacaba el viejo Taller Uruguayo de Música Popular.
—No es el único caso de un gran músico que también fue un gran periodista musical. También Jaime Roos, Fernando Cabrera, Rubén Olivera y Mauricio Ubal hicieron notas periodísticas excelentes.
—Mirá que esos ejemplares de La Tuba todavía los tengo. Es un tesoro que guardo debidamente.