Antes de los años treinta del siglo pasado el paisajista danés Einar Wegener, casado con la pintora Gerda Gotllieb, se sometió a la cirugía, en más de una ocasión, para convertirse en Lili Elbe. La aspiración de Einar/Lili era absoluta, ya que no se limitaba a la transformación física exterior: se hizo trasplantar ovarios en una de las operaciones, lo que no funcionó, y finalmente, en otra intervención, un útero, lo que le causó la muerte. Una historia de pulsiones desgarradoras, que un amigo de Lili publicó en forma de libro en 1933 bajo el título Man into Woman, y en el que David Ebershoff se inspiró en el año 2000 para escribir una novela, en la que a su vez se basa el guión de esta película dirigida por Tom Hooper (El discurso del rey, el musical Los miserables).
La chica danesa se desarrolla desde la vida en común de Einar y Gerda en Copenhague, en la que él tiene éxito como paisajista pero ella no es aún aceptada como pintora de seres femeninos; un matrimonio joven y juguetón, sexualmente satisfecho, hasta el despertar del primero a su transexualidad a partir del día en que, al faltarle la modelo, la esposa le pide que se cubra con la ropa de bailarina que aquélla debía usar posando para su cuadro. Como broma, llaman Lili a esa, en principio, ficticia mujer, convenientemente maquillada y con peluca. Luego viene una etapa en la que Einar y Lili se alternan en la vida de ambos, hasta que Lili va ocupando todo el espacio. Se van a París, donde prácticamente Einar desaparece, aunque no el amor que Gerda siente por él, o por la mujer que lo sustituyó, lo que la lleva a apoyarla en la búsqueda de una solución para lograr plenamente la identidad que siente propia.
Al ser pintores ambos protagonistas, el director Hooper eligió la vía de lo pictórico, y dentro de eso de lo “bello” en su definición más clásica, para delinear este relato cuyos entresijos –según se desprende de la historia– debieron tener terribles matices de padecimiento y angustia vital, además de social. Cada plano responde a una cuidada composición, y cada acercamiento de Einar a Lili está contenido en lo etéreo de las telas de los vestidos, en el embellecimiento de su rostro a partir del maquillaje y en la búsqueda de la delicadeza con gestos extremadamente marcados en lo “sensible”. Eddie Redmayne, que ganó el Oscar a mejor actor el año pasado por su papel de Stephen Hawking en La teoría del todo, hace una esmerado trabajo que bordea sin embargo el amaneramiento, por la constante apelación a su celeste mirada infantil y a una sonrisita nerviosa. Pero tal parece la exigencia en una película que cuenta una historia tremenda desde la estetización y la exterioridad, y cuando encara los sentimientos lo hace descartando conflictos, choques, claroscuros, apelando al romanticismo más exacerbado. La ascendente Alice Vikander como Gerda aporta una cuota de autenticidad y frescura, pero ni uno ni otra pueden hacer otra cosa que poblar el impecable cuadro de sentimentalismo embellecido, un paisaje nórdico de delicados tonos observado desde una corrección británica.
Bueno, quizá esa renuncia a la indagación y al riesgo constituya al fin y al cabo un logro de este realizador parsimonioso y discreto. El melodrama sentimental y con final agridulce puede –es un decir– de pronto alcanzar a mentes usualmente poco dispuestas a enfrentar asuntos tan duros y misteriosos como la transexualidad. Quizá Lili, la verdadera, estaría contenta.