El Salón de las Libertadoras, en la Universidad Andina Simón Bolívar, de Quito, donde suelen reunirse las autoridades y agasajar a los invitados, es una pequeña sala engalanada con un hermoso vitral de los hermanos Oswaldo y Pablo Mora. “Heroínas de la independencia americana” se denomina la obra creada en 2006, donde aparecen retratadas ocho mujeres latinoamericanas que jugaron un papel importante en las luchas independentistas.
Manuela Sáenz es quizá la más conocida; compañera sentimental de Simón Bolívar, es considerada “heroína” de la independencia. La venezolana Luisa Cáceres, esposa de general e integrante de las clases criollas acomodadas, fue la primera en descansar en el Panteón Nacional de Caracas. La quechua María Andrea Parado fue humillada en una larga procesión en la plaza de Huamanga antes de ser fusilada. La limeña Rosita Campuzano, a la que se llamó “protectora” por ser amante del general José de San Martín, considerado “El protector del Perú”. La quiteña Manuela Cañizares, la bogotana Policarpa Salavarrieta la “Pola”, fusilada por los realistas, y la combatiente Juana Azurduy completan el vitral.
Cierto, falta una. La negra Fernanda Barriga, denominada “la cocinera del libertador”, la más pobre del lote, la más invisible por su raza, pero también por su oficio: cocinera.
Juana Azurduy merece un comentario aparte. Bolívar dijo alguna vez que Bolivia no debía llevar ese nombre en su honor sino llamarse Azurduy. Nacida en Potosí, recibió el rango de teniente coronel por su actuación en el campo de batalla. En 1825 Bolívar, conmovido por su pobreza, la ascendió a coronel y le otorgó una pensión. Murió en la indigencia, fue enterrada en fosa común y cien años después, en 1962, sus restos fueron exhumados y llevados a un mausoleo en Sucre. En 2009 la presidenta Cristina Fernández la ascendió póstumamente a general del Ejército argentino.
Desde el 15 de julio un monumento a Juana Azurduy donado por el gobierno de Evo Morales ocupa la parte de atrás de la Casa Rosada. Para hacerlo debió desplazarse el de Cristóbal Colón hasta el Aeroparque. Las quejas no faltaron ni faltarán: los sectores más conservadores de la sociedad se hacen oír cuando les tocan sus sempiternos próceres. Aunque no sepan bien qué tipo de méritos realmente les corresponden, o qué clase de personas fueron en vida.