Distanciada de sus progenitores por viejos resentimientos, la ahora madre de un par de preadolescentes, al recibir una invitación para visitar a aquéllos, rechaza la oferta, pero accede en cambio a que los chicos se trasladen a la lejana granja donde residen sus abuelos por unos pocos días, a lo largo de los cuales ella aprovechará para emprender un pequeño crucero con su actual pareja. Los viajeros están encantados con la posibilidad de conocer a los padres de su madre, a los cuales piensan conquistar para que realmente se reanude la relación con la hija “perdida”. Ella, la nieta mayor, controla la filmación de un documental familiar acerca de todo lo que les acontece, una tarea en la que su hermano, a pesar de ser tildado de mero asistente, no se queda atrás. El entendimiento entre ambos es tal que para ambos avispados protagonistas no resulta en absoluto complicado realizar un viaje largo sin la compañía de su madre para luego presentarse frente a los dos extraños que dicen ser sus abuelos. Tal el punto de partida para esta historia que el libretista y director indio-hollywoodense M Night Shyamalan, responsable de El sexto sentido (1999), desarrolla volviendo a poner en práctica su proverbial habilidad para contar asuntos que involucren a niños o jovencitos, y, en especial, para introducir toques tan inquietantes como difíciles de explicar.
En este caso, los abuelos desconocidos, además de vivir en una granja bastante alejada de cualquier población y más allá de las ricas comidas que se empeñan en ofrecer a cada rato, en más de un aspecto actúan de manera misteriosa en una casa donde todo el mundo tiene que irse a la cama a las nueve y media de la noche, sin importar los ruidos que puedan brotar desde los distintos ángulos de la vieja construcción. Ocurrente como de costumbre, si bien Shyamalan se ocupa en desgranarle a la platea todo el asunto acerca de un par de chicos al parecer a merced de una pareja cuyos tejes y manejes pueden llegar a ser en verdad peligrosos, el hombre se las ingenia para relatar buena parte de lo que acontece desde el punto de vista del referido “documental” que los recién llegados filman en casi todo momento con la fidelidad del caso y el inconsciente coraje que les brinda la edad, una mutua comprensión y la labor que, aparte de impresionarles como apasionante, podría culminar con la reconciliación de toda la familia. Por cierto que habrá otras trabas en un camino que el realizador plantea con el original criterio cinematográfico que involucra el mostrar las imágenes de los entretelones de la filmación que llevan a cabo los visitantes, imágenes de a ratos interrumpidas por la comunicación vía Skype que los chicos llevan a cabo con su madre viajera. Bien narrado de principio a fin, el misterio en cuestión alcanza una culminación que conviene no revelar, culminación que Shyamalan consigue sin golpes bajos y con el apoyo no sólo de sus logros técnicos sino también del desempeño de un elenco impecable que comprende a chicos y grandes. Si su película, esta vez, no alcanza el vuelo de El sexto sentido, cabe señalar, de todos modos, que el hombre no parece haber perdido el don de transportar a la platea a mundos extraños. No hay muchos como él.