Uno de los aspectos más atractivos de películas cuyos protagonistas encogen su tamaño –El increíble hombre menguante y Querida, encogí a los niños, por nombrar algunas de las mejores– es que en ellas había un primer detenimiento en la fascinación por la nueva perspectiva planteada. Así, una vez ocurridas las transformaciones, el espectador era transportado a un mundo en el que alfileres, botones o fichas de Lego se convertían en objetos inmensos e increíbles, y donde los insectos podían verse como monstruos colosales y terroríficos. El cine se convertía en una herramienta para volver posible lo imposible, pero ante todo gracias a este primer detenimiento, al tiempo dedicado a los detalles de las nuevas proporciones; gracias a una paulatina presentación de imágenes, las nuevas dimensiones se volvían algo vivencial, casi corpóreo. Ahora bien, cuando en esta película1 el superhéroe protagonista se coloca por primera vez su traje y se encoge hasta el tamaño de un formícido, enseguida se presenta una imparable escena de acción en la que cae a una bañera y es arrasado por el agua, va a parar a una discoteca y esquiva decenas de zapatos, se encuentra con un ratón, es sorbido por una aspiradora, lanzado por los aires reiteradas veces, y todo esto en tan sólo unos segundos. Podrá decirse que es una escena ágil y que gana en dinamismo, pero se echa en falta esa clase de extrañamiento. La escena finalmente redunda en otra más de acción y acumulación, y ese detenimiento vivencial brilla por su ausencia. Es una lástima que, considerando las características del guión, no se haya aprovechado la posibilidad.
Pero seguramente el gran problema de Ant-Man es su comienzo, con una introducción de personajes y situaciones carentes del dinamismo, la originalidad y la chispa suficientes para volverlo más llevadero. Alguien podrá decir que esta introducción es necesaria para comprender las motivaciones del personaje, pero por ejemplo la también marveliana –y brillante– Guardianes de la galaxia prescindía de este tipo de presentaciones, y los personajes eran, de todos modos, una maravilla. Los buenos guionistas y directores son capaces de sugerir problemas o conflictos pasados sin necesidad de explayarse en desarrollarlos en tiempo real.
Fuera de estos detalles, la película está provista de grandes méritos. El primero de ellos es su pareja protagónica: Paul Rudd es uno de los más completos y desaprovechados actores de comedia de Hollywood, y ya era hora de que se le diera un papel central de estas características. Rudd encarna un muy querible perdedor devenido delincuente, y la adhesión con su causa es inevitable. A su lado, Evangeline Lily (Kate en la serie Lost) se desempeña con un rol fuerte y carismático, y ya se plantea como otra atractiva heroína para la colección de vengadores. Por su parte, Michael Peña es un secundario brillante, de esos que causan gracia en cada aparición, y la película cuenta con escenas sumamente originales, donde brillan particularmente los flashbacks en los que se describen cadenas de secretos, así como varias luchas a escala micro en las que a toda la grandilocuencia propia de estos blockbusters se le contrapone otra perspectiva, donde se sugiere la nimiedad de todo el asunto. Es en esos momentos que sorprende la gran inventiva presente en ésta y otras películas de Marvel Films, y la prueba de que, en el cine dominante, a veces también pueden surgir formas y lenguajes nuevos.
1. Ant-Man. Estados Unidos, 2015.