No todo el mundo se enteró de que es una comedia musical. Lo es. Fue escrita por el talentoso Stephen Sondheim (Gypsy) y James Lapine y se convirtió en un éxito de Broadway. Como al pasar, se ha dicho además que se trata de un espectáculo para chiquitos que gusten de los cuentos de hadas. No es así. La historia, si bien toma como punto de partida varios relatos de hadas tan tradicionales como “Caperucita Roja”, “La cenicienta”, “Rapunzel”, “La gallina de los huevos de oro” y “Jack, el matador de gigantes”, creados o trasmitidos por los expertos hermanos Jacob y Wilhelm
Grimm, parece mucho más indicada para niños más grandes y dispuestos a comentar y discutir los contenidos de cada uno de esos títulos y, por cierto, para adultos gustosos de internarse en nuevos territorios. Tal la propuesta que, si bien en determinado momento apunta a concluir los cuentos citados con el consabido y correspondiente final feliz, algo sucede como para que el asunto no termine ahí y haya que seguir a sus protagonistas para ver qué les sucede luego a cada uno. Que por supuesto no es lo esperado, porque anda por allí una bruja muy especial (Meryl Streep, ¿quién otra?) que ha complicado todo desde el mismísimo comienzo y lo seguirá haciendo (¿o no?) hasta otro final, el verdadero, el cual es capaz de brindarle a la platea un buen campo para especular y hasta filosofar. No es poco en una época en que casi nadie se atreve a romper una lanza en nombre de la imaginación y de las discusiones constructivas. Para todo eso hay que tener en cuenta la versión de la película subtitulada, como debería ser siempre, ya que mucho importan las letras de las canciones y cómo las interpretan los propios actores. También conviene estar al tanto de que en la dirección de este producto mucho más inesperado de lo que se pensaba o anunciaba figura Rob Marshall (Chicago), uno de los escasos especialistas del género que condujeron a la cumbre a artistas como Gene Kelly, Stanley Donen, Vincent Minnelli, Bob Fosse y muy pocos más.
A dejarse llevar entonces por los encuentros y desencuentros de los personajes de tales cuentos que aquí se entremezclan por razones que conviene no adelantar para, de alguna manera, integrarse en un nuevo cuento que si bien impresiona como más realista y próximo al mundo del espectador, no se aparta por completo de la magia y el encanto que casi todo el mundo asocia al mundo de los bosques. Bosques que el filme, habida cuenta del rodaje en exteriores ingleses, en manos del gusto y la habilidad de Marshall y el fotógrafo Dion Beebe, lucen con los esplendores del caso como lógico trasfondo de un argumento que apuesta a explorar no sólo los deseos de sus personajes sino lo que éstos son capaces de hacer para llevarlos a cabo. El ingenio de Sondheim y Lapine aflora así tanto en lo que sucede como en las hermosas canciones que lo detallan. El reparto, integrado por gente de toda edad, funciona de maravillas, desde la estupenda Streep, que canta tan bien como actúa, pasando por la encantadora Cenicienta compuesta por Emily Blunt, el no tan azul príncipe a cargo de Chris Pine y el lobo que Johnny Depp encarna con la conveniente picardía, hasta los más jovencitos o menos conocidos, empeñados todos en una fórmula teatral imprevista que el cine sabe aprovechar con bienvenidas dosis de creatividad.