—¿Origen más remoto de tu afición a la radio?
—A los 8 años tuve sarampión y en la cama jugaba con una radio a buscar canciones que anotaba en un papelito, era un ranking propio. Y en los desayunos compartidos con mi padre empezaba a leer el diario por atrás, deportes, historietas, hasta que un día incorporé titulares.
—¿Algún locutor señaló el camino?
—Dos, Víctor Hugo Morales en periodismo deportivo, con el programa Hora 25 de los deportes, en radio Oriental, y Ruben Castillo con Un hombre y su música, que iba de 21 o 22 a las 0 horas, en radio Sarandí.
—Extensión, hoy, inconcebible.
—Claro.
—Pero la sostenías.
—Sí, y aprendí mucho de música con Ruben. Tenía una cultura musical, y una cabeza, irrepetibles, combinaba Beatles con Piazzolla y Serrat, canto popular con Dylan. Le han hecho homenajes pero…
—Cabría algún otro.
—Creo que sí. Amplío la respuesta aclarándote que escuchaba de todo y en distintas emisoras, era omnívoro. Y cuando un amigo me traía un casete de España lo recibía como una gema. Qué diferencia con este presente donde para ver y escuchar el mundo basta conectarte.
—En ese contexto ¿cómo puede, la radio, seguir reteniendo adeptos?
—Es la gran cuestión, cómo predisponer a un oyente disperso en la saturación de estímulos. ¿Escucha, alguien, radio? Digo escucha, no oye; escuchar supone, para empezar, abrir un paréntesis, parar la máquina. Es el arte perdido de la comunicación.
—¿Qué estrategia probó eficacia frente a ese canon?
—El canon, como decís, en radio y en la mayoría de los medios, es que nada puede durar mucho, lo que vayas a hacer hacelo rápido. Junto a eso está la opción de probar qué pasa si voy por otra senda que la que elegí. Elegí hacer una revista de 18 a 20 horas, en pleno horario de contenidos “vuelta a casa”, con un despliegue de temas culturales y sociales diversos, sumados a una entrevista central que dura entre 30 y 40 minutos, y no nos fue mal. A muchos entrevistados, incluso, les resulta sorprendente tener tiempo para profundizar sus puntos de vista.
—¿En qué indicadores basás la afirmación de que les fue bien?
—El primero son los retornos en este país de cercanías y pocos habitantes: correos, mensajes de texto, Whatsapp. El otro son las mediciones de audiencia; por suerte trabajo en una emisora que no ha incurrido en errores de medición, ni en más ni en menos. Y cuando obtenemos primeros lugares no salimos a difundirlo con altoparlantes.
—¿Cuántos años lleva Abrepalabra?
—En marzo de 2017 cumpliremos diez.
—¿El anterior programa que conducías cuánto estuvo al aire?
—Caras y más caras, 20 años, y pasó por dos radios.
—¿Dedicar buena parte de Abrepalabra a la cultura fue una decisión o una inducción de la audiencia?
—Lo orienté hacia allí por aficiones que he cultivado y por el vínculo con la cultura que tienen mis compañeros de equipo. A Carolina Anastasiadis y Sofía Romano las atrae mucho el teatro, Sofía, de hecho, está actuando; Nelson Barceló siempre fue un observador atento de la música pero abierto a otras disciplinas, y qué decirte de Pablo Fabregat, el “Tío Aldo”. Estupendo y ácido humorista, poseedor de una veta desconocida de crítico de cine. Es quien abre el programa en exclusiva, todos los jueves.
—¿A qué esquema recurrís para sostener entrevistas de larga duración?
—La respuesta está relacionada con tu semanario; cuando entrevisté a María Esther Gilio en Buenos Aires me dijo que el ejercicio de escribir todas las preguntas desarrolla la capacidad de establecer la interrogación. César di Candia, en cambio, al cual te aproximás con tu estilo, decía que le interesaba, sobre todo, conversar con el entrevistado y de ahí extraer elementos. Intento, entonces, combinar en mi trabajo ambos consejos de esos dos gigantes; por un lado tengo dos o tres preguntas en la cabeza, algún apunte en la pantalla, y por otro voy con el entrevistado a donde pueda y quiera llevarme.
—Has confesado que superar el obstáculo de tu voz de persona envejecida fue arduo.
—(Carraspea.) Lo trabajé más conmigo mismo que con el micrófono. Porque sigo teniendo voz de “veterana” y también perdí bastante pelo, pero ya no estoy en conflicto con esas realidades. De joven, cuando empecé a salir al aire, confundían mi voz con la de una mujer, y yo volvía, imaginate, con qué amargura a casa. Hasta que María del Carmen Núñez, fonoaudióloga y locutora reconocida, me dijo que mi voz me identificaba tanto que cambiarla sólo me traería perjuicios, y el actor Roberto “Berto” Fontana, a cuyos cursos de educación vocal asistí, agarró mi mano, la puso en mi pecho y sentenció: “El problema es que no aceptás tu voz. Aceptala y querela”.
- Gustavo Rey nació en Montevideo el 7 de noviembre de 1962. Comenzó su actividad radial con un micro para el grupo Joventango en Libertad-Sport e integró el equipo joven de En vivo y en directo, de radio Sarandí. Antes de recalar en Océano estuvo en Emisora del Palacio y Radiomundo; estudió ciencias de la comunicación en la Universidad Católica del Uruguay, donde desde hace 25 años es docente de comunicación oral, interpersonal y periodismo. Es máster en programación neurolingüística por la Escuela de Programación Neurolingüística que dirige la psicóloga Graciela Epstein, y docente de esa especialidad en el Instituto de Programación Neurolingüística (Ipn). Como entrenador en comunicación brinda asistencia profesional a empresas y personas.
- Abrepalabra, con Gustavo Rey, Pablo Fabregat, Nelson Barceló, Sofía Romano. Lunes a viernes de 18 a 20 horas, Océano FM, 93.9.