Fuerza de choque - Semanario Brecha
BOLSA DE NYLON EN LA RAMA DE UN ÁRBOL Y POWER CHOCOLATÍN EXPERIMENTO, JUNTOS POR PRIMERA VEZ

Fuerza de choque

Hacía tiempo que las dos bandas querían tocar juntas, pero el menjunje experimental que seguro se arma con tan extraña combinación recién se podrá disfrutar este domingo 19, en la Sala Zitarrosa. El compositor, guitarrista y cantante Diego Cotelo, de Bolsa de Nylon en la Rama de un Árbol, y Bruno Berocay, baterista de Power Chocolatín Experimento, conversaron con Brecha sobre su nuevo material, este espectáculo conjunto y los desafíos de hacer música independiente en nuestra ciudad.

Diego Cotelo Mauricio Zina

—¿Cómo nació Power Chocolatín Experimento?

Bruno Berocay —Es una banda de hermanos, tiene como 13 años. Empezamos a tocar juntos cuando dejamos de vivir juntos, porque cuando vivíamos juntos no nos queríamos ni ver [risas]. Somos cinco hermanos en total, en esta banda estamos tres. Demián es el más grande, él canta y toca la guitarra. Nos criamos estudiando y tocando cada uno por la suya, pero de más grandes empezó a pintar tocar juntos y fluyó de manera muy simple, porque pertenecemos a un mismo contexto musical, más allá de que cada uno tiene sus propios gustos e intereses.

—¿Cuáles son los parámetros estéticos que definen el proyecto?

B. B. —Cada uno puede probar lo que quiera. Es muy difícil que alguien le diga a otro qué tocar. Una de las reglas máximas que tenemos es que no descartamos nada sin probarlo, no importa lo que sea. Después hemos ido mutando con la vida y cambiamos un montón, pero no hay muchos más parámetros que hacer música.

—¿Hay alguna definición para la música que hacen?

B. B —Es difícil definirse. Puedo decirte que es experimental, porque esa palabra abarca muchísimas cosas.

Diego Cotelo —Con esa definición zafamos todos.

—¿Pero qué quiere decir que es experimental?

B. B. —Hay ruidos, gritos, tiempos irregulares, sonidos electrónicos, sonidos acústicos, efectos, loops. Todo eso está en función de las canciones, porque siempre nos mantenemos en el formato canción. Hacemos canciones cantadas de tres a cinco minutos, pero con todo eso adentro.

—¿Qué define el formato canción?

B. B. —Que alguien cante y que la música no sea muy larga [risas]. Aunque estructuralmente no lo mantenemos tanto, no hacemos verso-estribillo, verso-estribillo.

—¿Para qué sirve hacer canciones, para ordenarse?

B. B. —Es lo que nos sale. Piezas cantadas y cortas. Aunque tenemos una que dura como 6 minutos en la que se canta solo al final, cuando una misma oración se repite dos veces. Esa canción le da nombre a nuestro último EP, que se llama Explicándole la muerte a los gurises más chicos.

—¿Cómo surgió Bolsa de Nylon en la Rama de un Árbol?

D. C. —Surgió conmigo volviendo de vivir en Buenos Aires, con muchas ganas de armar un grupo estable que ensayara y respondiera a una necesidad un poco parecida a la que describe Bruno, de hacer un proyecto en el que hubiera muchísima experimentación no muy atada al formato canción, pero que, a su vez, no lo abandonara. La mitad de los integrantes estamos desde el principio y hay otros que han ido rotando, pero siempre se ha mantenido esto de que es un grupo humano, somos amigos y amigas que nos queremos. Así logramos mantener una continuidad. Son muy importantes la dinámica comunicativa y la conexión que se establece entre nosotros, porque nos permiten hacer cosas ambiciosas. Hace tres semanas tocamos con un repertorio y este domingo vamos a tocar otro, y eso se logra porque estamos muy afilados y acostumbrados a nuestras dinámicas de ensayo, a resolver juntos. Además, estamos a punto de grabar un disco nuevo y lo que vamos a hacer este domingo es tocarlo en orden todo entero para ver cómo se siente, cómo pega en vivo.

—¿El disco tiene una narrativa?

D. C. —Sí, todos los discos de Bolsa de Nylon terminan siendo, involuntariamente, diarios de mi vida. Están totalmente incompletos, probablemente yo soy el único que los puede ver de esa manera, pero hay fotos de pequeños momentos que tienen principio y fin. Este disco, en particular, arranca con una especie de suite, hay tres temas que van enganchados y cuentan una misma historia. Después deviene en una cosa más errática, pero que también tiene un cierre.

—¿Y si tuvieras que definir la estética de la banda?

D. C. —¡Experimental! [risas]. Es la palabra. Porque si decís rock, bueno, en realidad hay vientos y es instrumental, y si decís jazz, ni en pedo, porque lo que hacemos es más ruidoso y peleador. Hay cosas de math rock que nos encantan, estamos para los tiempos impares y los compases raros, pero hacemos otras músicas que no son así. Experimental funciona porque abarca mucho, y como es un proyecto mío siempre me propuse cero limitaciones. Si hay un tema que es una bachata bolichera, va en el disco, y si hay otro que es un punk rock rabioso, también va.

—¿Cómo surge la idea de la fecha compartida?

B. B. —En realidad teníamos la idea desde hace tiempo.

—La de juntar bandas con nombres raros…

B. B. —Sí, un poco sí [risas]. Nosotros somos fans de Bolsa desde que aparecieron en la vuelta. Yo los vi en vivo hace como cinco años en un festival de música instrumental que se hizo en un boliche del Parque Rodó, y me pareció buenísima la banda. Yo no estaba con Power, sino con el guitarrista Juan Manuel Ruétalo, con quien tenemos un dúo. Así que después les comenté a mis hermanos que me había gustado, y cuando Bolsa sacó el disco, Humor amor, lo escucharon y les encantó. Entonces nos empezamos a tirar onda por Instagram, fueguito va, fueguito viene… [risas].

D. C. —Yo al principio pensaba que eran unos crá por el nombre que tenían, aunque no los había llegado a escuchar. Y un día, medio distraído, puse el disco Aparatos y me cagó a palos, en el mejor de los sentidos.

B. B. —Y siempre pensamos en hacer una fecha juntos. Nosotros queríamos presentar Aparatos, que lo sacamos al inicio de la pandemia, pero en la fecha que teníamos programada en la sala se murió Tabaré Vázquez y se suspendió.

—Uh, tremendo. Qué mala suerte.

B. B. —Ya estábamos con la camioneta cargada, nos avisaron a las dos de la tarde. Después nos tiraron para adelante durante todo 2020 y 2021, y fue perdiendo sentido presentar el disco porque lo habíamos hecho hacía demasiado tiempo. Entonces decidimos invitar a alguien y se nos ocurrió decirles a ellos, que de una dijeron que sí. Nos complementamos, nosotros hicimos la producción y ellos la prensa.

D. C. —Para mí fue un placer, porque por lo general estoy con las dos tareas y me quiero matar [risas]. Además, a nosotros siempre nos gusta lo que hacen las bandas con las que tocamos, pero quizás los Power son los más cercanos en cuanto a experimentalidad, a fuerza de choque. Tenemos el mismo espíritu confrontativo, la misma intensidad, y estamos dispuestos a tirar de la piolita para ver cuánto puede soportar el público.

—¿Qué lugar hay para la música experimental en el mercado musical uruguayo?

B. B. —Y, está bravo. Nuestra casa era el Tundra Bar, era el lugar en el que más tocábamos, y muchas bandas amigas también tocaban ahí y nos invitaban. Una vez que cerró el Tundra no encontramos un lugar como ese, al que poder ir y que esté todo bien, y entramos más en la dinámica de generar todo desde cero. Organizamos eventos, festivales… todo es autogestión: conseguir el lugar, el sonido, que haya alguien en la puerta, los fletes, todo.

—¿Y el público?

B. B. —Hay una movida bastante grande de gente, pero a veces pasa que las mismas personas coinciden en muchos eventos, y la gente se divide.

—Es un círculo pequeño.

B. B. —Es Montevideo. También hay muchísima cosa, mil mundos que son desconocidos para muchas personas, pero están ahí. Pasan cosas todo el tiempo.

D. C. —Dependemos del vivo porque lo experimental no suele ser ganchero a priori. En una primera escucha puede ser raro o incómodo. Bolsa, como banda, conquista mucho más público en vivo que con los discos. Pero hay un fenómeno medio circular del cual es difícil salir, porque necesitás tocar mucho para que te conozca más gente, y tocar mucho en Montevideo no es fácil, tenés que ir eligiendo los toques que son más viables económicamente, los que no son tan rendidores económicamente, pero rinden por la visibilidad… es un ida y vuelta superdelicado.

—¿A qué responde la decisión de seguir apostando al formato banda?

B. B. —Depende un poco de las inquietudes musicales de las personas; hay cosas que solo no podés lograr.

—Pero me refiero a que podés llamarte Jorge Drexler y tocar con una banda, y eso es armar un proyecto que parte desde un yo específico.

D. C. —Yo de chico siempre fui muy fan de las bandas. Transicioné entre ser fan de los Power Rangers y Dragon Ball, que eran equipos de gente, y ser fan de Nirvana y Guns N’ Roses, que eran equipos de gente. Después, desde adentro, disfruto un montón del grupo humano y de cómo trabajan las invidualidades cuando se sienten parte de un grupo.

B. B. —Eso define cuándo es laburo y cuándo no. Una cosa es si me llaman como músico sesionista, me pasan 12 canciones, ensayo una o dos veces con suerte y voy y toco en un show. Eso es un laburo. Otra cosa es trabajar con personas con las que coincidís más allá de lo musical y por esa razón decidís hacer música con ellos. Soy refán de todos los proyectos en los que estoy, pero lo que me mantiene ahí son las personas. Es tanto remar que si no es con gente afín, es inviable.

D. C. —Yo compongo para esas cinco personas que están ahí conmigo. Eso está buenísimo. No sería igual tener a cualquier otro pianista, o baterista, o bajista. Siempre compongo pensando qué les gusta, qué disfruta más cada uno, y simplifica un montón de cosas. Eso sí, se construye con los años: no hay otros músicos a los que conozca tanto como a ellos.

—¿Ustedes viven de la música?

B. B. —Yo vivía de la música antes de la pandemia. Cuando cerró todo, tuve que cambiar de rubro, empecé a hacer fletes, y ahora estoy en un intermedio. Construí un trabajo en paralelo en función de poder tocar y ensayar cuando lo necesito: no tengo jefe, manejo mis horarios. Pero es recién ahora que vuelvo a tocar, cuando todo empieza a tomar sentido de nuevo.

D. C. —Bueno, yo vivo de la música, pero no de los toques en vivo. Es un abanico gigante entre tocar, dar clases, editar audio para otros, hacer arreglos para otra gente, grabar.

—¿Qué renuncias implica vivir del arte?

B. B. —Puede ser muy frustrante, pero también es lo que uno es. Hay que tratar de ser lo más puro posible y entender que, bueno, si esto es lo que soy, tengo que hacer todo lo posible para tratar de ser.

D. C. —Me encuentro muy seguido puteando por la cantidad de tiempo que paso trabajando en el día, en la semana. Parte de eso son cosas que inmediatamente son redituables, hay otras que son redituables a la larga, otras son inversiones que no vuelven en plata, pero sí en cosas que pueden terminar dando plata… Siempre son muchas cosas caóticas y relacionadas con proyectos distintos. A veces estoy haciendo música, a veces soy productor, a veces diseño un afiche. Es superdifícil bajar todo eso a una estructura ordenada. No existe salir de tu casa a las ocho, llegar a las cinco y decir «llegué, voy a mirar televisión». Es cansador, a veces me desborda un poco, y soy un poco torpe y aparato con mis amistades, porque no sé no estar atorado de trabajo. Pero la contraparte es que estoy todo el día haciendo cosas que me encantan, que me apasionan.

—En esto de hacer música experimental, ¿hay alguna voluntad de incidencia política o social?

B. B. —Hacer algo experimental es una decisión política porque implica romper las estructuras, ser sincero, ir con tu verdad.

—¿Pero para qué sirve romper las estructuras? ¿Hay un fin en eso?

B. B. —Generar cosas afines con lo que sentimos. Nuestro compromiso es intentar hacer todo lo mejor posible dentro de nuestras capacidades. La forma de tocar también es política, en realidad. La decisión de no caer en cuestiones estandarizadas. Yo tengo una forma de tocar la batería que no es muy común, y en otras bandas me dicen: «¿Por qué no hacés bombo y redo, por qué no hacés algo más derecho?». Eso me pasa mucho, y en esta banda no, claramente.

D. C. —Todo es político, no podés escapar. Elegir dedicarte a hacer una forma de arte que no es tan popular, pero militarla y pelearla y estar dispuesto a sacrificar muchas horas haciendo un trabajo no remunerado son acciones políticas. Incluso como músicos hay formas más fáciles de ganar plata, pero muchos de nosotros elegimos sacrificarnos para sostener cosas a las que fuimos llegando en nuestra construcción como personas. Pelear por poder incluir eso en la vida laboral, poder decir «estoy trabajando» cuando estás creando una cosa llena de ruido y efectos, poder defender eso frente a cualquier persona es tremenda decisión política. Dicho eso, al menos en Bolsa no hay una postura político-partidaria fuerte. Si bien coincidimos bastante en ese sentido, no es nuestra prioridad. La otra pata política que compartimos con Power Chocolatín tiene que ver con el precio de las entradas, de tratar de que sean accesibles, lo más baratas que se pueda. La crisis se empieza a notar.

—¿Cómo viven ustedes la realidad de los músicos uruguayos en términos de articulación y acción política del sector?

D. C. —Qué pregunta. Nos ponés en un compromiso.

—Esa es la idea.

D. C. —Bueno, lo que veo es que, comparados con otros sectores, estamos recontra desorganizados. Hay un intento muy valioso y notable que es la UMI, la Unión de Músicos Independientes, que se fortaleció en la pandemia; ahí hay gente muy inteligente e informada. Pero también ese grupo, del que soy parte, fluctúa en el año con respecto a la capacidad organizativa. En medio de todos los malabares que tenemos que hacer para dedicarnos a lo que nos gusta, también está el elemento de la organización y la militancia contra la precarización laboral. No es fácil tener tiempo para eso. Se arma un círculo vicioso: no tenés mucho tiempo y energía porque tus condiciones laborales no son buenas, entonces tampoco tenés manera de pelear por esas condiciones. Es una especie de trampa.

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