A primera vista parecía una feria, una especie de venta de garaje. Pero no había nada a la venta –salvo la cantina, que abriría más tarde–. Dos caballetes sostenían una madera con un montón de latas ordenadas, álbumes de fotos apilados y otras chucherías; al otro lado, el «mueble móvil de lo común», un mueble con ruedas que lleva de aquí hacia allá el proyecto.
Es un proyecto. Una obra. Un experimento. Así decidió definirlo Santiago Badt, artista, gestor e impulsor del festival. Al pasar el portón abierto, lo primero que se podía ver era una exposición fotográfica de Mauricio Pérez, realizada dentro de la casa con sus habitantes. A la izquierda, bancos y sillas casi contra los arbustos que rodean la casa, y el mueblecito que actuaría de cantina en las próximas horas y durante los dos fines...
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