El reciente pronunciamiento, en reunión con empresarios, del vicepresidente Michel Temer, del Pmdb, sobre la posibilidad de que la presidenta Dilma Rousseff no complete su mandato de cuatro años de persistir sus actuales y bajísimos índices de popularidad (7 por ciento) agravó la crisis política brasileña. Sobre Temer llovieron luego críticas, y el vice debió relativizar sus dichos y negar que estuviera conspirando. “Seguiré trabajando con Dilma hasta el fin del mandato, en 2018”, dijo.
Sin embargo, las relaciones entre ambos dirigentes son malas. Cuando Temer anunció que renunciaba a la función de “articulador político” del gobierno, para la cual había sido designado por la propia Dilma Rousseff, muchos analistas afirmaron que el Pmdb, el principal partido de Brasil, aliado del gobierno, estaría preparando su ruptura con el Ejecutivo, que se oficializaría en la convención partidaria de noviembre próximo. Semanas atrás Temer había dicho que Brasil está precisando alguna figura que lo “unifique”. Síntoma de las malas relaciones entre presidente y vice fue también que Temer permaneció por fuera de las recientes conversaciones entre Rousseff y el presidente de la Cámara de Diputados, el también militante del Pmdb Eduardo Cunha, acusado por la Fiscalía General de la Nación de haber recibido un soborno de 5 millones de dólares en el marco del esquema de corrupción de Petrobras, el llamado “petrolão”.
Temer es uno de los dirigentes del Pmdb más cercanos a los “tucanos” del Psdb, los socialdemócratas del ex presidente Fernando Henrique Cardoso y el ex candidato a la presidencia Aécio Neves.
Por otro lado, el Supremo Tribunal Federal, la máxima instancia judicial brasileña, aceptó investigar las cuentas de la campaña electoral de Rousseff, el año pasado.
En medio de este marco global adverso, la presidenta admitió errores de comunicación, aunque no de fondo, cuando la adopción de medidas de recorte que calificó de “indispensables para volver a poner la casa en orden”.