—El Mtst comenzó como un movimiento de lucha por la vivienda, pero ahora sus objetivos van más lejos. ¿Cómo se definen dentro de la política y la sociedad brasileñas?
—El Mtst nunca fue un movimiento estrictamente de lucha por la vivienda. Nuestros objetivos abarcan una propuesta más amplia de reforma urbana y de construcción de poder popular. En una sociedad como la brasileña el problema habitacional no se resuelve luchando sólo por vivienda. Simplemente construir casas en una ciudad que desaloja, excluye, segrega, aumenta el alquiler creando nuevos “sin techo”, no sirve. Las ciudades latinoamericanas son máquinas de construir sin techos, por eso tenemos que rescatar el derecho a la ciudad y eso se hace a través de la pulsión del poder popular. Los canales institucionales están agotados, confiar en la vía electoral o en el sistema político brasileño para obtener transformaciones es una ilusión, el Congreso lo demuestra todos los días. Nosotros luchamos por una reforma urbana que implique una dinámica mayor de reformas estructurales que cuestionen cómo se desarrolla el capitalismo en nuestro país.
—Al asumir Dilma Rousseff su segundo mandato y anunciar sus primeros ministros, el Mtst advirtió que sería un año de movilizaciones. ¿Cuál es su postura frente al gobierno?
—El gobierno ha optado por una ecuación explosiva: hacer un ajuste fiscal donde los grandes perjudicados son los trabajadores. Dilma ha comenzado su mandato recortando derechos sociales, laborales, ha dejado sin presupuesto al programa de vivienda Minha Casa Minha Vida. Todo eso unido a la elección de Joaquim Levy como ministro de Economía, ex director de uno de los mayores bancos privados, que tiene como política aumentar los intereses y reducir el gasto social, es decir, crear más recesión y aumentar el desempleo. Por otro lado, tenemos el Congreso más conservador desde la dictadura, que nos ataca con leyes como la tercerización laboral, que supone una vuelta a la prehistoria de los derechos laborales, pero el gobierno federal no hace nada. Por lo tanto nos encontramos ante una situación en la que Dilma gobierna con el programa que fue derrotado en las urnas, hace lo contrario de lo que prometió y se muestra incapaz de atender las demandas populares. No nos queda otra opción que salir a la calle. Y a medida que la recesión y el de-sempleo se profundicen, las movilizaciones aumentarán.
—¿Por qué cree que Rousseff optó por gobernar hacia la derecha?
—Para entender la situación de Dilma hay que mirar a 2003 y al programa de gobierno de Lula, que se basó en la construcción de un gran pacto social. Lula dirigió el crecimiento económico hacia la expansión del crédito, la creación de programas sociales y la inversión en grandes infraestructuras. Aparentemente todos se beneficiaban. El sector financiero ganó muchísimo, la industria también, especialmente la minería, la construcción civil pesada y el agronegocio. Los más pobres, por primera vez en años, ganaron alguna cosa. Ese “milagro” se consiguió gracias a un ciclo económico de crecimiento que no se veía desde 1970. Durante los primeros ocho años del gobierno de Lula el país creció a un 4 por ciento anual, lo que permitió un aumento de la recaudación para el presupuesto y un mayor margen de maniobra para invertir en políticas sociales. En realidad Lula no hizo ninguna reforma estructural, como la tributaria; no se metió con el problema de la deuda pública, que desangra la economía del país, ni tampoco intentó hacer alguna reforma política, lo que hizo fue un manejo del presupuesto orientado a las políticas sociales en una etapa en la que daba para todos. El PT no se metió con los mecanismos redistributivos, no se puede hablar de redistribución de la renta cuando los ricos ganaron más que nunca. En 2008, con la crisis económica mundial, Lula consiguió sostener una política anticíclica, manteniendo la inversión, el crédito elevado, y creó el programa de vivienda Minha Casa Minha Vida, con el que inyectaba mucho dinero a las constructoras para que siguieran dando trabajo y crecimiento. Pero las consecuencias de la crisis llegaron a Brasil, y cayó el precio del hierro, del petróleo, de los commodities, y en el gobierno de Dilma el crecimiento no superó el 2 por ciento anual, la mitad que antes. Cuando explico todo esto quiero decir que era evidente que Dilma iba a tener que hacer recortes, la situación era insostenible, el pacto social se había acabado. Lo que estuvo en juego en la campaña electoral pasada era saber dónde iba a recortar. Podía haberse apoyado en las clases populares, que fueron las que le dieron la victoria, y optar por ajustar a los que nunca han sido ajustados en este país, los ricos. Podía haber elegido gravar a las grandes fortunas, reducir los intereses, hacer una reforma tributaria menos desigual, pero optó por el ajuste neoliberal tradicional, hacer que los más pobres sean los que paguen por la crisis.
—Sin embargo Lula insiste en que el gobierno de Dilma todavía no ha comenzado.
—La apuesta de Lula, del PT y de Dilma es que van a pasar por un desierto, un período de recesión, pero creen que a partir del último trimestre habrá una recuperación de la economía y podrán volver a mantener la política de pacto social. Esa presunción es por lo menos temeraria. El agotamiento del ciclo del país es un hecho. Brasil depende absolutamente de la exportación de productos primarios, y la demanda extranjera disminuye. La coyuntura internacional indica que es poco probable que se produzca ese crecimiento. La idea de triunfo en 2016 es un error de análisis; el gobierno Dilma comenzó muy mal y si no da un giro va a acabar todavía peor.
—¿Con un Congreso como el actual es posible hacer ese giro?
—Si fuera por este Congreso no se podría hacer nada. Pero debemos empezar a cuestionar el concepto de política y dejar de pensar que sólo le pertenece al Ejecutivo o al Congreso. Las calles también son política, y la fuerza de las movilizaciones sociales inciden en ella. Los petistas nos plantean que en este momento no hay una relación de fuerzas para hacer cambios, pero esa relación, de fuerzas no cae del cielo, hay que construirla a través de la movilización social. Si Dilma manda al Congreso un proyecto para gravar a las grandes fortunas, está claro que no va a salir adelante, pero al hacerlo crea una agenda. Entonces el Congreso tendría que defenderse y explicar al pueblo por qué no quiere que los ricos paguen impuestos. En vez de seguir permitiendo que el Congreso imponga pautas como la tercerización laboral, la baja de la edad de imputabilidad penal o la autonomía del Banco Central, Dilma debería colocar las pautas progresistas y movilizar a los sectores sociales para defenderlas en las calles, así colocaría al Congreso a la defensiva. Si el gobierno no toma ninguna iniciativa y queda rehén de la derecha, es obvio que serán relaciones desfavorables.
—¿La reforma política sería una de esas pautas fundamentales?
—La reforma política es esencial, el sistema político brasileño es una porquería. Necesitamos dos reformas claras: la política y la democratización de los medios. Todos los días hay un escándalo nuevo de corrupción y nueve de cada diez casos tienen que ver con la financiación empresarial de las campañas electorales. Después la gente grita en la Avenida Paulista contra la corrupción, pero quejarse sin pensar en la necesidad de una reforma política no tiene sentido. Eso tiene que venir de la mano de una ley de medios, porque los mismos que financian ese sistema electoral financian a los grandes medios del país. Por lo tanto la gran prensa boicotea la reforma política y a su vez hace un discurso histérico contra la corrupción escondiendo sus verdaderas causas. Pero más allá del problema de la financiación electoral, esta reforma es necesaria para crear más organismos de democracia directa, mecanismos plebiscitarios, consejos deliberativos. No tenemos nada de eso, nuestra democracia está manca.
—Desde junio de 2013 la movilización de la sociedad ha aumentado notablemente. ¿Cómo evalúa las manifestaciones que se han sucedido en estos dos años?
—Junio de 2013 fue el primer gran síntoma de agotamiento del pacto social petista que duró casi 12 años. En junio reventó una olla a presión, y no es casual que comenzara por una cuestión urbana, de transporte público, porque las ciudades han sido las que más han sufrido los efectos colaterales del crecimiento económico y la especulación inmobiliaria. En un principio salió a la calle una clase media progresista que luchaba por mejorar los servicios públicos y por pautas de izquierda. Pero al mismo tiempo la derecha salió del armario, y en vez de hacer una crítica a las cosas que el PT dejó de hacer, se manifestó por lo que el PT había hecho. Avances como Bolsa Familia, las cuotas para negros o el hecho de que gente más humilde también viajara en avión era algo que les molestaba. Por lo tanto junio mostró a la sociedad polarizada en la que nos encontramos ahora. Las manifestaciones de 2014 contra el Mundial de fútbol vinieron de la izquierda, contra las dinámicas excluyentes de la ciudad y los gastos públicos impúdicos en temas no prioritarios. Las últimas movilizaciones que surgieron durante y después de las elecciones son fruto de la radicalización de 2013. Los propios resultados de las elecciones mostraron una sociedad muy polarizada, y la derecha no asumió la derrota electoral. Aunque ahora parece que hubiera reculado un poco, el nivel de rechazo hacia el PT sigue siendo fortísimo en todo el sur del país, y especialmente en San Pablo.
—La derecha ha llegado a pedir la intervención militar.
—Dentro de la derecha hay un sector que defiende la intervención militar y el exterminio de pobres en las periferias, pero es un sector minoritario. La clase media conservadora que salió a la calle es profundamente antipetista pero no defiende con tanta facilidad ese discurso de extrema derecha. Lo que pasa es que es un discurso que hace mucho ruido, por eso funciona.
—Pero además de ruido se han producido situaciones de violencia real contra militantes del PT… El discurso de odio está siendo bastante duro.
—Es cierto, ese aspecto tiene que ver con una particularidad de Brasil, que es la de tener una elite extremadamente intolerante. Tenemos una frase que dice “da el anillo para no perder el dedo”. La elite brasileña no acepta dar el anillo ni perder el dedo, no acepta ninguna concesión. Sabe que ha ganado mucho dinero durante los gobiernos petistas, pero no tolera que los más pobres también hayan ganado. Hay una cuestión de clase muy fuerte, y desde un punto de vista ideológico les interesa mantener esa tradición esclavista, intolerante, atrasada, y diseminar ese discurso de odio contra Bolsa Familia, contra los nordestinos, contra los derechos de las trabajadoras domésticas.
—Pero de ese discurso también se han hecho eco las clases medias e incluso las populares.
—Las clases medias también lo repiten, pero la que tiene la capacidad de emitirlo es la elite, ellos son los dueños de los medios que ven todos los brasileños. Por otro lado, el PT en esto también tiene su parcela de culpa porque despolitizó a la sociedad brasileña. Al crear ese pacto social y esa narrativa de consenso parecía que ascender socialmente era algo fácil. El joven de la periferia que hoy accede a la universidad se cree que eso es algo natural, incluso ese joven vota a Aécio Neves, porque no se ha explicado la lucha que hay detrás. El ascenso social en Brasil se dio exclusivamente a través del consumo, no se discutieron cuestiones distributivas o derechos sociales. De este modo creás personas que son consumidoras y por lo tanto tienen esa cabeza. Después de 12 años de una sociedad políticamente adormecida, de repente aparecen conflictos sociales y surgen todos los monstruos que estaban guardados en el armario.
—El Mtst y otros movimientos sociales están planteando crear un frente amplio de izquierda que contrarreste estos discursos conservadores. ¿Cómo va eso?
—El año pasado comenzamos a conversar con amplios sectores de los movimientos sociales para construir un frente de lucha que paute el debate de izquierda en el país. La idea es crear una plataforma que debata las reformas populares y que haga amplias movilizaciones sociales. Es un trabajo difícil porque la izquierda históricamente no sabe lidiar con la diferencia. Pero estamos en un momento en que debemos estar unidos, hacer una agenda de reformas populares y luchar por ellas. No podemos estar siempre a la defensiva, tenemos que construir una salida de la crisis por la izquierda; la derecha ya ha construido la suya y por ahora nos va ganando. No debemos tener miedo al conflicto, el consenso no funciona más, cualquier cambio en el país va a necesitar de este conflicto, sólo así obtendremos transformaciones.
—Lula está haciendo un esfuerzo por recuperar la credibilidad de su electorado. ¿El PT entra en ese frente popular de izquierdas?
—El PT ha sufrido un ataque brutal y sinceramente no creo que sea una fuerza capaz de liderar un proceso de cambios progresistas en este país. Eso no quiere decir que el PT no tenga un lugar importante en la sociedad, pero su desgaste es muy profundo. Es importante dejar claro que lo que estamos haciendo no es un frente electoral ni mucho menos, sino social. Entonces como sigla no está dentro, pero sí hay muchos movimientos sociales y sindicatos ligados al PT que forman parte del frente, y es importante que esté representado a través de ellos. Yo creo que el PT tiene que ser humilde y dar espacio a otras formaciones de izquierda en Brasil. No digo que ya haya surgido una fuerza de izquierda capaz de llevar a cabo ese liderazgo, en realidad nuestro drama es que la izquierda sigue siendo muy frágil, de ahí la importancia de estar unidos.
—¿Fenómenos como Podemos, de España, o Syriza, en Grecia, les sirven de inspiración?
—Hay similitudes importantes entre nosotros. En los últimos siete años Europa ha vivido un proceso de latinoamericanización con una política económica de ajustes regresivos antipopulares como la que vivimos nosotros en los años noventa. Podemos y Syriza surgen como resistencia a ese proceso.
Nuestro desafío también es construir un campo de resistencia a una política de ajuste económico y de austeridad fiscal. Parte de la izquierda brasileña insiste mucho en crear algo como Podemos, y yo creo que Podemos es para quien puede, no para quien quiere. Para que surgieran estos movimientos necesitaron miles de personas en las calles españolas movilizándose y pensando alternativas. En Grecia fueron las centenas de asambleas y huelgas generales las que fortalecieron a Syriza. Este tipo de fenómenos no se crean artificialmente, surgen en caliente y no en frío. La primera lección que debemos sacar de estos partidos es que lo primero que hay que hacer es retomar las movilizaciones y reconstruir un ascenso de masas en Brasil. Eso creará condiciones para que surja algo parecido.