-¿Ha habido golpe de Estado en Brasil?
—La narrativa del golpe es una narrativa mitificada que viene de la reelección de Dilma, que estuvo cargada con un montón de mentiras y dirigida por los que provocaron la crisis económica que viene desde 2012. En esa trampa estamos. Dilma fue destituida con un pacto interno de gobernabilidad que tiene dos objetivos. El primero consistía en sacarla del gobierno porque era incapaz de hacer nada más en materia económica, y así aplicar las reformas neoliberales y de austeridad que ella no ha sido capaz de realizar porque no tenía condiciones políticas, ya que perdió el apoyo parlamentario: ella no hizo estas reformas no porque no quisiera, sino porque no lo lograba. El segundo objetivo es que este gobierno quiere confrontar a los jueces que están investigando la corrupción.
No es un golpe, es la crisis. La crisis interna del bloque en el poder. La echaron porque ya no servía más. No lograba proteger a la casta contra los jueces y no lograba aplicar las políticas neoliberales.
—Desde su punto de vista, ¿en dónde se ve claramente que no ha sido un golpe?
—Aplicaron la Constitución y echaron a Dilma con un fuerte clamor popular –millones de personas en las calles– que pedía el impeachment. Al mismo tiempo, Dilma no pierde sus derechos políticos. Si fuera responsable de la acusación que le hacen no podría gozar de ellos, ya que la Constitución así lo señala en este tipo de delitos. No hay golpe, pero sí hay un gran pacto para salvar a toda la casta de las operaciones contra la corrupción: desde el presidente del Senado hasta Lula, pasando por todos los dirigentes del Pmdb (y del PT). Se habla de “golpe” porque de esta manera no se habla de los escándalos de corrupción; Dilma aparece como víctima de un golpe de Estado y no hay un debate verdadero sobre lo que pasó.
—¿Cuáles son para usted los detalles que han hecho quebrar a Rousseff?
—Desde hace mucho tiempo hay una situación muy preocupante. Hay tres elementos clave. El primero aparece en las protestas multitudinarias de junio de 2013, que mostraron que los jóvenes y los pobres no querían el modelo de desarrollo impuesto por ella. El segundo comienza después de las elecciones, cuando Dilma empieza a hacer lo contrario de lo que había prometido durante la campaña y en su programa electoral y el país inicia una fase de terrible crisis económica que se traduce en una fuerte recesión. Y para terminar, la operación de represión a la corrupción, el Lava Jato, que ya llevó a prisión a los grandes empresarios de obras públicas y que ahora llegó a los políticos, al gobierno brasileño, a toda la casta.
—¿Cómo se presenta este gobierno de Temer?
—Tiene una legitimidad muy débil, la misma que tenía Dilma, un 8 por ciento. Temer no tiene carisma, habla muy mal y no sé si logrará estabilizarse. Eso sí, tiene mucho apoyo parlamentario. Además, en estos momentos los grandes medios van a comenzar una campaña de apoyo para que haga las reformas neoliberales que tienen previstas.
—Y, grosso modo, ¿de qué reformas se trata?
—Las más destacadas son tres. La primera consiste en una modificación de la Constitución que permita fijar un techo de gasto para los próximos diez años. Una auténtica locura. La segunda atañe al sistema de jubilaciones y consta de dos aspectos: aumentar la edad mínima de retiro y separar el nivel mínimo de la jubilación del nivel mínimo del salario. La tercera es una mayor flexibilización laboral. Esas reformas ya se estaban haciendo en el gobierno de Dilma, porque hay que recordar que el partido de Temer lleva diez años con el PT. De hecho, Henrique Meirelles, el ministro de Economía y Hacienda, peso pesado del gobierno de Temer, es un hombre de Lula. Fue presidente del Banco Central de Brasil durante los ocho años de gobierno de Lula. Dilma no consiguió terminar de hacerlas e hizo el peor de los ajustes: un ajuste desajustado.
¿Cómo va hacer Temer estas reformas? No lo sé. Será muy difícil, aunque es necesario enfatizar que Temer parece más flexible que Dilma. Por ejemplo, ya canceló el proyecto de una nueva megarrepresa en la Amazonia, en el río Tapajó. Dilma nunca lo hubiera cancelado, y se mostró inflexible con la megarrepresa de Belo Monte, por si acaso peligraba el gran apoyo de la diputada Katia Abreu, una Marine Le Pen del agronegocio.
—Ante esta situación, ¿podría haber elecciones anticipadas?
—Sería la salida más popular. Hay un hecho que podría adelantarlas: un proceso abierto en la Corte Suprema Electoral que puede anular las elecciones de 2014 y destituir a Dilma y a Temer (por abuso de poder, algo demostrado por la operación Lava Jato). Ahora bien, si ese proceso no concluye de esa manera, hay que pensar que 2018 está muy lejos. La economía no aguanta sin medidas, y las únicas que hay en el horizonte son éstas, las neoliberales.
Para mí, la mejor solución teórica desde el punto de vista democrático serían nuevas elecciones generales, pero a la casta no le interesa adelantarlas. Serían a finales de año y generarían más inseguridad en los mercados, lo que significaría que toda la casta se quedaría sin protección
—Usted ha dicho que el PT ha creado un muro para que no haya una alternativa de izquierda. ¿Qué alternativa de izquierda hay para unas próximas elecciones brasileñas?
—No hay. Hay una reorganización interna del sistema que incluye al PT. La única salida es que el movimiento (popular) sea capaz de hacer oposición a Temer y al PT –aunque ya está muy dañado–, pero después de la represión de junio de 2013 está muy desactivado.
En 2018 hay una posibilidad de tener una salida moderada con el partido Rede, la formación que encabeza Marina Silva. Es una candidata muy interesante que sería una alternativa al PT y a Temer, pero el partido es muy débil. Marina es una de las fundadoras del PT, fue la compañera de Chico Mendes, fue dos veces ministra con Lula y se peleó con Dilma –porque ésta favoreció la creación de grandes represas, el agronegocio y las políticas extractivistas en la Amazonia–. Marina salió del gobierno en 2007, fue candidata en 2010 y en 2014 y consiguió el 20 y el 22 por ciento de los votos, respectivamente. La última vez fue masacrada por una propaganda infame por parte del PT.
—En octubre se celebrarán las elecciones municipales. ¿Considera que tampoco hay alternativas?
—Sí. Hay un pequeño partido de izquierda alternativa que se llama Partido Socialismo y Libertad (Psol), que en algunas ciudades puede tener un resultado positivo: aquí en Rio y en Porto Alegre. También hay que ver cómo el PT resiste, porque en muchas ciudades presenta candidatos aliados con el partido de Temer, el Pmdb. Ya hay un ejemplo de esta alianza: el partido de Temer gobierna en Rio y el vicealcalde es del PT. A pesar de la narrativa del golpe, continúan con la coalición.
—Volviendo a los comicios presidenciales, ¿ve a Lula como candidato para 2018?
—Sí, sí. Si lo dejan, será un candidato competitivo en la primera vuelta. En la segunda, no tanto. No tiene más dinero y hay un rechazo popular muy fuerte contra él. Lo que va a hacer es un llamado a la unidad de la izquierda contra Temer, y va a ser el líder de esa unidad pero sin hacer ningún análisis de lo que ha sucedido. Es el único nombre que tiene el PT. Pero hay también una fuerte posibilidad de que Lula vaya a la cárcel.
El país está quebrado por el PT, por eso me atrevería a decir que muchos se irán del PT en octubre. Es más, hay unas declaraciones del ex marido de Dilma que habla de cómo el partido la ha abandonado, y me inclino a pensar que ella también podría irse a otro partido.
—¿Podría haber una estrategia geopolítica en la zona después de los resultados electorales en Argentina, del golpe de Estado en Paraguay?
—No, eso no explica nada. El agotamiento del ciclo es global, continental, pero por causa del fracaso de todas las experiencias. En Brasil la crisis empezó en 2012 y se agrandó por el hecho de que Dilma continuaba haciendo políticas anticíclicas y dando miles de millones a las grandes empresas sin ningún efecto sobre el crecimiento. El PT en ese momento hacía el discurso de la nueva clase media, sin ningún horizonte popular; destruyó las empresas estatales, no hizo ninguna reforma estructural. Tampoco planificó una política de seguridad, y vemos cómo los homicidios en Rio han aumentado en un 33 por ciento en el último año.
La crisis es endógena y demuestra el fracaso de todas estas experiencias sudamericanas. Es la misma ceguera que tenía la izquierda con la Unión Soviética, pero Brasil no es la Unión Soviética. No hay que decir que no ha pasado nada y que todo ha sido un golpe imperialista: no es la realidad. La situación es preocupante porque no hay alternativa, y las alternativas son sistemáticamente destruidas por esas mitificaciones, como la narrativa del “golpe”.
—Cocco, si pudiera, ¿qué alternativa propondría?
—La construcción de un movimiento contra Temer, pero sin el PT.
(Tomado de la revista digital española Diagonal, por convenio.)