El hecho de que un par de sus protagonistas provoquen chismes que alimentan las páginas frívolas del mundo del espectáculo rioplatense ha dado lugar, aparte de la afluencia de un público interesado en ver de cerca a quienes dan que hablar, a la proliferación de comentarios especializados que, de buenas a primeras, desmerecen al producto en casi todos sus rubros. Vale la pena señalar que tales comentarios exageran bastante. Antes que nada, la película narra la historia de la profunda atracción que se despierta entre un hombre y una mujer al cruzarse accidentalmente en un aeropuerto, se separan por circunstancias ajenas a sus deseos, y se reencuentran inesperadamente siete años después. Ya, entonces, uno y otra han formado sus respectivas familias, y no resulta muy factible descubrir cómo un viejo sentimiento puede, otra vez, abrirse camino en las vidas de quienes, al parecer, ya lo habrían descartado. El espectador, sin embargo, sabe de pronto que las idas y venidas de quien vuelve a enfrentarse a un no tan olvidado viejo amor pueden concluir con el apartamiento definitivo del cónyuge actual junto al cual se habría obtenido la siempre ansiada estabilidad sentimental y familiar.
Tal el asunto que la argentina Daniela Goggi escribe y dirige con mirada comprensiva, sin apurar el paso y, por cierto, con el tino de dejar a la platea interpretar las reacciones y los pasos de personajes que, en realidad, no saben bien si están haciendo lo que deberían. Desde el título se alude a vínculos que persisten más allá del tiempo transcurrido. Nadie puede negarlo. Y menos aun las siluetas que los mediáticos Eugenia Suárez y el chileno Benjamín Vicuña, bien acompañados por Guillermina Valdez y el espontáneo hispano Hugo Silva, recrean con naturalidad a lo largo de un desarrollo que, sin mayor dificultad, capta la complicidad de quien no está pronto a tirar la primera piedra contra los que aparecen en la pantalla. Si se desea, en cambio, resaltar las zonas por las cuales Goggi se mueve con trazos menos afinados, puede observarse que, por ejemplo, la película se descuida al retomar a la pareja protagónica siete años más tarde sin que se note en ellos el lapso transcurrido, licencia estética para un asunto que asimismo apela a ser “vistoso” –lo consigue en el uso de los exteriores filmados en el extranjero y hasta en algunas imágenes de lluvia–, concediéndose insertar alguna secuencia erótica con reconocible tufillo comercial. El resto, no obstante, resulta más atendible de lo que cabía suponer.