En rigor se trata de hileras de rociadores incorporados a las instalaciones que ofrecen pequeñas neblinas de agua fresca, para volver más tolerables las altas temperaturas.
Al verlas, el turista israelí Meir Bulka inmediatamente presentó una queja a la administración del museo, donde obtuvo como respuesta que son una buena vía para que la gente se alivie un día de mucho calor. “Como judío que ha perdido tantos parientes en el Holocausto, se me asemejan a las duchas que los judíos se vieron obligados a tomar antes de entrar en las cámaras de gas”, dijo Bulka a The Jerusalem Post. La publicación de sus dichos generó una marejada crítica de comentarios online, señalando el mal gusto de la iniciativa y la necesidad de remover las “duchas”.
El museo respondió vía Facebook que los rociadores son necesarios, señalando las altas temperaturas en este último verano polaco, y recalcando que el calor en los espacios abiertos suele llegar casi a 40 grados. “Entre los visitantes hay muchas personas que vienen de países en los que no tienen lugar estas altas temperaturas. Algo había que hacer, hubo casos de desmayos y otras situaciones peligrosas”, señala la publicación. También especifica lo diferentes que son estas líneas de rociadores de las verdaderas duchas de las cámaras de gas. Como agregado didáctico, señalan que “las duchas falsas instaladas por los alemanes dentro de algunas de las cámaras de gas no se utilizaban para dispersar el gas. El Zyklon B que entraba a las cámaras se introducía de forma completamente diferente: a través de agujeros en las paredes o el techo”.
La practicidad parece chocar en este caso con el gusto y la sensibilidad de algunos visitantes. Pero quizá la solución a este problema sea simple: sustituir los rociadores por otros que dispensen el agua desde otro ángulo, evitando así remover traumas y alterar sensibilidades.