El ariete - Semanario Brecha
Un año de ofensiva israelí

El ariete

Manifestación pro Palestina en Nueva York, el 26 de setiembre Afp, Getty Images, Michael M. Santiago

Primero fue Gaza y la concreción de un exterminio planificado; luego, Cisjordania, teatro de una operación militar de una envergadura desconocida en casi tres décadas; después, los ataques en territorio iraní y, finalmente, Líbano, bombardeado por un lado e invadido por el otro. A lo que hay que sumar las incursiones periódicas en Siria y Yemen y, por supuesto, la continuación de las «acciones de limpieza» en Gaza sobre tierra ya arrasada, que solo entre el lunes 30 y el martes 1 mataron a otras 90 personas: en espacio de pocos meses, el gobierno israelí de Benjamin Netanyahu está a punto de lograr su sueño de llevar la guerra a todo Oriente Medio sin que nadie le ponga freno. Ni dentro de su país ni, mucho menos, fuera.

Desde que Israel lanzara su ataque a la Franja de Gaza –el miércoles próximo hará un año–, la narrativa de sus aliados occidentales ha variado dentro de un arco limitado: al inicio, defendieron en bloque el «derecho a la defensa» de su protegido ante la ofensa del enemigo «terrorista»; cuando vieron que ya les era imposible mantenerse en esa línea –vista la destrucción causada y que incluso hablar de desproporción en la respuesta sonaba a todas luces cínico–, pasaron al registro «y qué quieren que hagamos si este tipo –por Netanyahu– es un loco incontrolable. No somos nosotros, es él». De esos 13 no han salido hasta ahora Estados Unidos y Europa.

Pero la ajenidad tiene sus límites cuando se sabe que sin Washington y sin Bruselas poco podría durar Netanyahu o gobierno israelí alguno en esa dinámica de guerra continua impuesta en la región y más allá. Entre los clichés de los viejos relatores de fútbol, había uno que usaban para referirse a los 9 que lideraban los ataques y se suponía que se bastaban solos para aplastar a las defensas rivales: ariete les decían. Quienes leían un poquito más el juego observaban que esos lobos solitarios raramente ganaban partidos. Necesitaban, al menos, que la pelota les llegara, apoyos. Netanyahu ha jugado el papel de esos arietes, o, más bien, lo han presentado como si fuera tal, dijo por estos días el sin embargo no tan veterano escritor francés François Beaune. Y en su blog en el portal Mediapart (1-X-24) escribió: «Las gentes en Francia no llegan todavía a darse cuenta de que Israel somos nosotros. Nuestra base militar, nuestra presencia en Oriente Medio, la lógica llevada al extremo de nuestro orden colonial pretérito. Nadie lo dice de manera clara, y estas gentes prefieren no verlo. El genocidio en Gaza debería servir de revelador: Israel es ese espejo que refleja la realidad de Occidente a los ojos de todo el mundo». La periodista española Olga Rodríguez recordaba el fin de semana pasado (eldiario.es, 28-IX-24) una frase aún más directa del profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Harvard Stephen Walt, que, al referirse a los lamentos que se escuchan a menudo en su país sobre la brutalidad de Netanyahu y los suyos, dijo: «Es muy sencillo. Si no se quiere que alguien haga algo, no se le dan los medios para hacerlo. Por lo tanto, hay que concluir que el gobierno de Estados Unidos no tiene objeciones a lo que Israel ha estado haciendo durante el último año».

Rodríguez también traía a colación que las dos veces que Netanyahu viajó en los últimos meses a Estados Unidos «coincidieron con ataques israelíes a terceros países»: entre fines de julio y principios de agosto, misiles israelíes mataron al líder de Hamás Ismail Haniya y a un alto mando de Hezbolá; uno en Teherán, el otro en Beirut. El máximo dirigente de Hezbolá, Hasán Nasralá, fue asesinado, a su vez, el 27 de setiembre en un ataque israelí mientras Netanyahu estaba en Nueva York. Había ido a buscar y había obtenido el aval estadounidense para la operación, saludada abiertamente por el presidente, Joe Biden, y su vice, Kamala Harris. Pocos días antes, los mayores responsables políticos washingtonianos se habían turnado para hablar de la «necesidad de evitar a toda costa» una escalada que llevara a una guerra total en Oriente Medio. Y al mismo tiempo la Casa Blanca anunciaba un refuerzo de la ayuda militar a Israel y el envío de más tropas hacia la región. Esa permanente contradicción entre dichos y hechos fue todavía más flagrante en lo referido a Gaza a lo largo del año transcurrido desde el 7 de octubre de 2023: los dichos sobre los «esfuerzos permanentes» en la búsqueda de un cese al fuego en la Franja se dieron de bruces, por un lado, con los vetos a resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que iban en ese sentido y, por otro, y sobre todo, con el respaldo permanente en armas y municiones al aliado israelí. Lo mismo podría decirse de la Unión Europea, más allá de matices discursivos.

* * *

«¿Cuál es la mayor diferencia entre el mundo en el que creciste y el mundo en el que van a crecer tus nietos?», le preguntaban por estos días al historiador palestino-estadounidense Rashid Khalidi (Diario Red, 1-X-24). «Yo crecí en un mundo donde no había ninguna voz palestina […], en el que la narrativa sionista era completamente hegemónica e Israel se describía abrumadoramente como “una luz para las naciones”. Esto ya no es así. Actualmente Israel está amplia y correctamente considerado como un Estado paria. Y eso está entre el puñado de cosas buenas que han sucedido en estos tiempos realmente tan malos», respondía Khalidi.

Si hay un punto en el que Netanyahu y los sionistas pueden haber salido perdidosos este año es, sin duda, el del control del relato. Lugares comunes, como que Israel era «la única democracia auténtica» de Oriente Medio y su Ejército «el más moral del mundo», fueron barridos a misilazos. La idea de que en Gaza hay en curso un genocidio se instaló en los propios corredores de las Naciones Unidas, y es ya algo evocado sin tapujos por todos sus relatores especiales, como lo atestiguan sus diversas declaraciones a lo largo de este año. La Corte Internacional de Justicia ha avanzado en esa dirección y le ha reclamado a Israel que se retire de los territorios que ocupa desde 1967, en Cisjordania y Jerusalén Oriental, y al resto del mundo que cese sus «relaciones comerciales y de inversión» que colaboren con esa ocupación. Algo similar ha resuelto, en dos ocasiones este año y por abrumadora mayoría, la Asamblea General de las Naciones Unidas. Israel ha tomado cuenta de esta evolución y Netanyahu no se ha privado –la semana pasada lo hizo una vez más– de tratar a la ONU de «pantano de antisemitas» y de declarar persona non grata a su secretario general, António Guterres. De nada han servido tantas resoluciones y declaraciones. Tampoco las propuestas de paz presentadas. Ni las ofertas de mediación, por ejemplo, de países árabes «moderados», como Jordania, Egipto y Catar. En la mediación de Estados Unidos, eso sí, ya nadie cree. Es otro de los puntos en que «lo de Gaza» ha dejado las cosas bien claras. 

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