El arte contra el chaleco - Semanario Brecha

El arte contra el chaleco

Desmanicomializar: dejar de entender a la enfermedad mental como un correlato de la peligrosidad y comprender que la salud es un derecho humano fundamental capaz de lograr una acción transformadora en el sujeto. La palabra parece cobrar fuerza luego de que un paciente muriera en la Colonia Etchepare en el mes de marzo.

Vilardevoz. Foto: Alejandro Arigón - Archivo

La prisión es el único lugar donde el poder
puede manifestarse de forma desnuda, en sus dimensiones
más excesivas, y justificarse como poder moral.”
Michel Foucault

“Me dieron electroshock en seco”, cuenta Jorge mientras con sus manos se agarra la cabeza. Tiene poco más de 70 años, habla pausado y no recuerda desde cuándo está ahí, aunque sí sabe que buena parte de su vida la pasó entre los muros del hospital Vilardebó. También sabe, y se siente bien orgulloso de eso, que fue uno de los primeros en llegar a la radio; esa que, cada sábado desde hace 17 años, les da voz y rompe el aislamiento.

Flexibilizadora de muros y potenciadora de gargantas, la radio Vilardevoz buscó desde sus inicios romper con la lógica de normalización y hegemonía, insertándose en un nuevo paradigma: el de la desmanicomialización. El arte se convirtió así en un arma fundamental para luchar contra una ley de salud mental (la 9.581) que data de 1936 y que no considera a los pacientes sujetos de derecho, sino objetos de tratamiento. “Enfermos” y “psicópatas” son algunas de sus categorías; el empleo, la educación y la vivienda son temas completamente ausentes en el cuerpo de la ley.
Incapaz de garantizar un derecho, junto con las lógicas del encierro y el aislamiento genera un sistema de victimización y estigmatización que trasciende las rejas del manicomio, haciéndolo extensivo a la forma de relacionamiento y a la construcción de identidades sociales. El “loco”, el que no produce, debe ser disciplinado, apartado, y si es posible, olvidado. La vara de la normalización por consenso golpea bien duro a quienes no encajan en el esquema de sociedad productiva, condenándolos a una vida de aislamiento donde el manicomio no aparece como algo transitorio, sino para toda la vida.

Es justamente aquí donde el arte viene a dar su cimbronazo para instalar el concepto de la desmanicomialización. Ahora bien, ¿qué es esto? De ninguna manera consiste en echar los pacientes a la calle librándolos a su suerte, sino que es la desestigmatización de la locura. Es, básicamente, dejar de entender a la enfermedad mental como un correlato de la peligrosidad y comprender que la salud es un derecho humano fundamental capaz de lograr una acción transformadora en el sujeto.

“La desmanicomialización es generar una red de soporte externa adecuada a los tratamientos y promover el respeto a los derechos y obligaciones, a través de comunidades terapéuticas, centros diurnos, casas de acogida, entre otros”, explica el psicólogo Alfredo Perdomo, integrante de la Asamblea Instituyente por la Salud Mental, Desmanicomialización y Vida Digna.

PUERTA GIRATORIA. “No hay más camas”, le dijeron a Manuel en enero. Enfurecido, salió de allí y rompió cuatro vidrios, los que finalmente fueron el pase a la internación que estaba esperando. Es que el hospital es su casa, esta no es la primera vez que duerme en sus camas y deambula por sus pasillos, porque Manuel, como tantos otros, no tiene adónde ir.
“Lo que pasa muchas veces es que las personas son dadas de alta, pero no tienen un lugar de referencia, por lo que vuelven a la calle y vuelven a estar internadas, es lo que se llama ‘puerta giratoria’”, comenta Cecilia Baroni, psicóloga y coordinadora de la radio Vilardevoz. Es que si de alguien es buena amiga la locura es de la pobreza, y nada más terrible que estar loco y encima ser pobre. La invisibilización puede llegar al extremo.

Pero mientras no se modifiquen las condiciones de vida y trabajo que existen dentro del manicomio, éste no dejará de ser un lugar de encierro y represión, perpetrador de una lógica excluyente. Resulta necesario transformarlo en un espacio de tratamiento y reinvención subjetiva, de lo contrario la locura y la pobreza seguirán siendo un binomio difícil de desarticular.
Hasta que los cambios lleguen, Manuel seguirá soñando con tener estabilidad monetaria para manejarse por fuera de los muros y poder vivir con su mamá.

UNA LETRA QUE AMPARE. La legislación sobre salud mental es necesaria para proteger los derechos de las personas con trastornos mentales, quienes muchas veces ni siquiera conocen cuáles son, convirtiéndose así en un sector vulnerable de la sociedad. Estas personas se enfrentan a la estigmatización, a la discriminación y a la marginación, incrementándose así la probabilidad de que se violen sus derechos.

Los procesos legislativos son lentos y el proyecto de ley puede dormir unos cuantos años en los cajones parlamentarios. De hecho, es desde el año 1985 que se quiere reformar la norma; algunas cosas se han logrado, incluso en 2005 se creó una comisión para redactar una nueva ley de salud mental, pero nada de esto ha llegado a buen puerto. Ahora el nuevo gobierno prometió retomar esta asignatura pendiente. Incluso el ministro de Salud, Jorge Basso, declaró en la Comisión de Salud de la Cámara de diputados que “el hospital psiquiátrico en sí tiende a desaparecer en el mundo”, ratificando así su compromiso de cambio con este paradigma de atención. Pero, mientras tanto, el texto de 1936 es el que rige.

“Al no tener una ley actualizada, si vas a pelear por una persona a la que le van a dar electroshock sin consultarla, no tenés marco legal para defenderla”, argumenta Baroni. La persona queda a merced de la buena voluntad de los médicos y psiquiatras, quienes en su mayoría tienen una formación biologicista y asocian la enfermedad a la medicación. La salud mental queda en una encrucijada.

Federico es cálido, bajo, y su tono de voz se complementa con su estatura. Lleva un buen tiempo internado, aunque no quiere decir cuánto. La separación de su mujer, el consecuente alejamiento de su hija y la pérdida de su trabajo lo terminaron de enfermar.“La psiquiatría nunca me ayudó, las pastillas sí a tranquilizarme un poco, pero para resolver el tema nunca me ayudaron”, cuenta, y agrega que a partir de lo artístico pudo “transformar el dolor de tanto maltrato de la psiquiatría en compartir con quienes la pasaron igual que él y que, a pesar de los momentos malos, tienen cosas para dar a la sociedad”.

ARTE, LOCURA Y CURA. “Vos sabés que yo no quería venir, pero alguien me dijo ‘dale, gordo, vení conmigo’, y acá estoy. Es como dice una compañera: no estamos locos, estamos por recibirnos. Y acá me ves, con alegría, con optimismo, con ganas de compartir”, cuenta Carlos, un setentoso corpulento que participa del taller de literatura que se dicta los jueves en el Vilardebó. A su lado está la “Reina de los Acrósticos”, que se hace llamar así por su facilidad para componer este tipo de poemas. Dueña de una rapidez mental asombrosa, comenta que aquí es donde realmente puede ser ella y logra sentirse una persona respetada y querida, porque fuera de las paredes del Vilardebó todavía no encontró su lugar.

Es que aún hoy continúa existiendo un universo que pone de un lado a los “sanos”, y del otro, aislados y ocultos, a los “enfermos”. Un buen ejercicio mental es imaginar a una persona que padece una enfermedad física: a nadie se le pasaría por la cabeza encerrarla y aislarla, sino brindarle asistencia médica para curarla. ¿Entonces por qué sí lo hacemos, normal y asiduamente, con aquellas que tienen un trastorno mental?

Marcos escuchaba voces. Alguien pensó que un muro haría que desaparecieran, así que fue internado en el Vilardebó. Con el correr del tiempo las voces no se detenían, pero esta vez brotaban de las paredes; ladrillos de por medio se encontraba la radio Vilardevoz, donde participa desde 2005. “Fue salir de un mundo y entrar en otro. Salir de un lugar de marginación y depresión. Fue un disparador en mi vida”, recuerda cuando intenta bucear en sus orígenes.

ABRIR ALTERNATIVAS. A nivel mundial se considera que lo ideal es que una persona no permanezca en un centro psiquiátrico más de 30 días, pero en Uruguay el promedio es bastante más extenso: ronda los 20 años. Pese a los diversos intentos por lograr una legislación en materia de salud mental que regule estas cuestiones, aún es una asignatura pendiente en la democracia uruguaya. Como explica el psicólogo especialista en salud mental Nelson de León: “Desde la reapertura democrática en 1985 no hemos podido avanzar en ese sentido”.

Si bien en el año 1996 el cierre del hospital Musto inició un proceso de desmanicomialización, éste se hizo de manera forzada ya que las razones por las que se puso fin al establecimiento no estaban sostenidas en la creación de dispositivos sustitutivos de atención comunitaria, sino en los varios casos de muerte por hipotermia de los pacientes que allí vivían. Esto visibilizó la situación en la que sobrevivían los “locos” y horrorizó a la sociedad uruguaya, pero “los gobiernos neoliberales del inicio de la democracia no destinaron recursos a estos procesos”, argumenta De León.

Es que no sólo es necesario un cambio de paradigma social, sino también una “desmanicomialización presupuestaria”. Es decir, que los recursos económicos destinados a solventar el encierro en los manicomios sean dirigidos a las modalidades sustitutivas. “Esto es económicamente viable”, afirma el psicólogo, y agrega que “en esta nueva etapa de gobierno se empezó a repensar el tema, y con lo que sucedió en las colonias se han generado las condiciones para que haya un compromiso de cambio”, dice, en referencia al paciente que el pasado 26 de marzo murió atacado por una jauría en la Colonia Etchepare.

Federico hace un alto en el taller de literatura, se para delante de sus compañeros y con su tono pausado les avisa que se va al Ministerio de Salud Pública a trabajar en la Comisión de Salud Mental. Ellos le desean suerte, él es su representante en la lucha por un mundo sin manicomios. De León afirma que para 2020 Uruguay tiene que lograrlo, tal cual lo estableció la Organización Panamericana de la Salud en el documento que denominó “Consenso de Panamá”. Esto, más que una simple reforma legal, es una revolución, porque los hombres y mujeres encerrados en condiciones que muy lejos están de lo humano pasarían a ser sujetos de derecho. ¿Llegará?

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Nueva muerte en las colonias psiquiátricas

Sellado

Atado a una silla y con quemaduras, así fue encontrado un paciente en la colonia Santín Carlos Rossi el pasado 9 de mayo. Uno más de los muertos invisibles, la noticia recién se conoció este miércoles, pocos días después de la denuncia realizada por el movimiento de usuarios La Salud Para Todos ante la justicia.

A las 18 horas una enfermera lo halló sin vida. Sin autopsia mediante, una médica firmó el certificado de defunción por “muerte natural”, obviando las quemaduras que tenía en la cara y la entrepi­­­­­e­r­­­­­na. Horas más tarde un empleado de la morgue avisó al movimiento sobre estas irregularidades y otra médica pidió una autopsia, pero el cuerpo fue sepultado sin los estudios correspondientes.

No fue el único caso, ese mismo 9 de mayo Jesús Martínez perdía la vida en la colonia Etchepare por una presunta golpiza de sus propios compañeros, y antes, el 25 de marzo, Luis­ Grecco moría atacado por una jauría. Ambos casos pusieron de manifiesto el abandono que padecen los internos de las colonias. Una situa­ción que lleva varios años pero que se hizo visi­ble a partir de la tragedia.

Al respecto, el presidente del Movimiento Nacional de Usuarios de Salud Pública y Privada, Néstor Gurruchaga, expresó: “Lo que pensamos como usuarios organizados es que hay que cambiar el paradigma de cómo se trata a los pacientes, terminar con los temas del manicomio y que la gente deje de estar hacinada en esas dos colonias”.

El titular del movimiento fue más lejos aun y argumentó que “no sólo está la gente hacinada, también los funcionarios trabajan en malas condiciones. Es un depósito de gente”, sentenció.

La presidenta de Asse, Susana Muñiz, y el director de las colonias, Osvaldo do Campo, ya fue­ron convocados por el Parlamento para declarar ante la Comisión de Derechos Humanos. Hasta el momento, los funcionarios dicen desconocer la situa­ción y se llaman a silencio. Todo lo que sucede en las colonias está herméticamente sellado.

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