Estamos ante una pequeña y delicada exposición,1 una muestra “de cámara”, se podría decir, que cuenta con siete u ocho piezas originales de gran valor antropológico y estético, en excelente estado de conservación: un tipí en miniatura, un raspador, aplastamora, sobres, carcaj y una gran manta con diseños polícromos. El interés de los discípulos de Joaquín Torres García (incluidos sus hijos) por lo que se ha dado en llamar culturas originarias (aunque Daniel Vidart sostenga, no sin razón, que está mal dicho, ya que este continente se pobló por sucesivas migraciones provenientes de otros… no hay pobladores originarios stricto sensu) precede incluso al regreso del maestro del universalismo constructivo a Uruguay, en 1934. Francisco Matto realizó sus primeras adquisiciones de objetos indoamericanos en un viaje por el extremo sur del continente en 1932, y a la llegada del maestro ese interés y esa pasión no hicieron más que acrecentarse. No fue el único de los alumnos que profundizó en una forma de arte y de conocimiento que siempre alentó el autor de Metafísica de la prehistoria indoamericana. Traemos a colación la experiencia de Matto porque las mismas razones que hacen valiosa su colección son las que dan sentido a esta concebida por el matrimonio Augusto Torres (Barcelona, 1913-1992) y la también pintora Elsa Andrada (Montevideo, 1920-Nueva York, 2010). La colección está compuesta por más de 1.200 piezas, hoy al cuidado del Mapi. En los dos casos, Matto y Torres-Andrada, importa tanto o quizás más que el valor histórico y etnográfico de las piezas el hecho de que ambos corpus se hayan constituido basándose en criterios estéticos propios de artistas de primer nivel, creadores modernos insertos en una sólida tradición vernácula. Algo que queda de manifiesto en esta selección de piezas de fines del siglo XIX y principios del XX confeccionadas por los pies negros (pueblo nómade que habitó el extremo norte de América, parte de lo que hoy es Estados Unidos y Canadá) y que posee como pieza cardinal un gran manto de búfalo pintado con escenas de vida de cazadores. “Todos estos artefactos –y la manta es un elemento más– se encuentran en diálogo con la biblioteca, los discos, las anotaciones, inventarios, fotografías, observaciones y una importante cantidad de reproducciones y otro tipo de ejercicios plásticos producidos por los artistas con base en el estudio sistemático de distintas técnicas y materiales utilizados por diversos pueblos” (Natalia Montealegre dixit).
Naturalmente se explica este interés del matrimonio Torres-Andrada por manifestaciones creativas –utilitarias y/o rituales– de los indios del norte, en tanto participan de una estética geómetra ligada al concepto de arte universal tal como lo concebía Torres García. La decoración de los objetos con base en depuradas líneas y tres colores básicos, con diseños que se adecuan a las funciones de transporte y acopio propio de sociedades nómades, encanta por su practicidad y su poder de síntesis. El carcaj de cuero vacuno y de bisonte y los sobres o parfleches integran con gracia la idea del recipiente y el universo textil, haciendo bello lo útil, y viceversa. El mayor conocimiento sobre los grupos humanos que crearon estos objetos, y el poder adentrarse en su peculiar manera de plasmar una cosmovisión, carga a esta muestra –y a la colección de la que se desprende– de un interés adicional. Elsa y Augusto disfrutaron y aprendieron coleccionando estas piezas, y mucho de ese aprendizaje y de ese disfrute se contagia al visitante y lo llena de un asombro que es nuevo y antiguo a la vez.
- Historias pintadas en la piel.