La antigua alianza se rompió; el hombre sabe que está solo en la inmensidad indiferente del universo, de donde apareció por casualidad. Ni su destino ni sus obligaciones están escritos en ninguna parte. Puede escoger entre el reino y las tinieblas.
Jacques Monod
Era la primera reunión del año en la redacción de Charlie Hebdo y dibujantes, periodistas y columnistas volvían a verse las caras tras el descanso de las fiestas. El director de la revista, Stéphane Charbonnier (Charb), los había invitado a todos a juntarse en la redacción, pero lo cierto es que la formalidad no suele ser la característica más sobresaliente de los humoristas gráficos. Es gracias a un par de dibujos de Coco (Corinne Rey) que sabemos cómo estaban ubicados en el espacio de la redacción y alrededor de la mesa. En la cabecera junto a la puerta se ubicaban los dibujantes Tignous (Bernard Verlhac) y Cabu (Jean Cabut). En el flanco izquierdo estaban Elsa Cayat (columnista de psicología), Georges Wolinski (dibujante), Sigolène Vinson (columnista jurídica) y Laurent Léger (periodista de investigación). En la cabecera opuesta se sentaron los dibujantes Charb y Riss (Laurent Sourisseau). En el flanco derecho de la mesa, Fabrice Nicolino (columnista de ecología), Bernard Maris (Oncle Bernard, que escribía sobre economía), el periodista y escritor Philippe Lançon y el dibujante Philippe Honoré.
En un segundo plano, retirados de la mesa, se sentaron los visitantes Michel Renaud y Gérard Gaillard, organizadores de un encuentro internacional de diaristas de viaje (Le Rendez-vous international du Carnet de voyage) que se celebraba en Clermont-Ferrand y que habían ido hasta allí para devolverle unos dibujos a Cabu, y que fueron invitados a presenciar la reunión. Por su parte, Coco había estado sentada en esa mesa junto a Tignous y Luce Lapin (columnista de derechos de los animales) entraba y salía de la sala. También por allí, presumiblemente cerca de Charb, estaba Franck Brinsolaro, su custodio. Fuera de la sala de redacción se encontraban Simon Fieschi, el webmaster del semanario, Mustapha Ourrad, el corrector, Jean-Luc Walet, el maquetador, Cécile Thomas (editora de la imprenta Les Échappés, que imprime la revista), Angélique Le Corre, la recepcionista y la mascota de Charlie, la añosa perra Lila.
Era miércoles y ese mismo día Charlie Hebdo había publicado su número 1177 con un dibujo de Luz (Rénald Luzier) en la portada, en el que, bajo el título «Las predicciones del mago Houellebecq», el escritor aparecía diciendo: «En 2015 pierdo los dientes. En 2022 hago el Ramadán».
Ese mismo día era la fecha de lanzamiento de la cuarta novela de Michel Houellebecq, Sumisión, la fábula política de una Francia gobernada por un presidente islámico, de modo que la reunión giró en parte sobre la novela y en parte sobre la creciente agitación social en los suburbios parisinos y la ascendente aparición de jóvenes yihadistas nacidos en Francia que se iban a Siria.
Sobre las 11.30 el encuentro ya estaba terminando y Coco bajó la escalera para fumar un cigarrillo con Angélique, antes de irse a buscar a su hija de 2 años a la guardería. En las escaleras fue interceptada por los hermanos Kouachi vestidos de negro de pies a cabeza y armados con kalásnikovs: «¡Coco! Llévanos a Charlie Hebdo. Queremos a Charb».
Los hermanos Kouachi, en nombre de Al Qaeda Yemen, mataron a 12 personas en la ejecución de su operativo contra la revista en venganza por sus ofensivas representaciones de Mahoma y los incesantes chistes contra la religión. El primero en ser asesinado fue Frédéric Boisseau, un empleado de Sodexo, encargado del mantenimiento del edificio. Una vez dentro de las oficinas de la revista, los Kouachi asesinaron a los dibujantes Charb, Tignous, Cabu, Honoré y Wolinski, a los columnistas Maris y Cayat, al corrector Ourrad, al visitante Renaud y al custodio Brinsolaro. Y una vez en la calle, al policía Ahmed Merabet. El atentado dejó también cuatro heridos: Fieschi, el webmaster, recibió una bala en la columna vertebral, Riss, una en el hombro, Lançon, en la mandíbula y Nicolino, en las piernas.
SEGUIR
De todos los que escribieron sus memorias del atentado, Coco fue la última en publicar. Su novela gráfica Seguir dibujando vio la luz en 2021. Como la mayoría de los relatos de supervivientes, el de Coco es una indagación de cómo hacer para seguir adelante después de la violencia, el trauma y la pérdida. Sin embargo, para ella seguir adelante fue todavía más difícil que para el resto, ya que tuvo que enfrentar el crucial dilema de ser la que les franqueó la entrada a los asesinos.
Los relatos de supervivencia suelen estar sembrados con la pregunta «¿qué hubiera pasado si?» y Coco no va a parar nunca de pensar en ello. ¿Qué hubiera pasado si no bajaba a fumar un cigarrillo? ¿Qué hubiera pasado si se rehusaba a abrir? ¿Y si hubiera gritado para alertar a los de adentro? ¿Y si hubiera intentado huir? ¿Estarían hoy todos vivos y yo muerta? En su novela gráfica, Coco muestra cómo la ametralladora seguía disparando, pero ahora, preguntas.
Seguir dibujando no es, sin embargo, una historieta autoflagelatoria. Es muy notable que Coco en ningún momento se cuestione si ella es la culpable de que sus compañeros estén muertos. Tampoco pone excusas: no apela a su pequeña hija, ni antepone su vida a la de sus compañeros como justificación. Simplemente, se pregunta si podría haber hecho otra cosa y por qué se limitó a obedecer y poner el código como le exigían los atacantes. La respuesta, creo yo, está claramente reflejada en su dibujo.
Sin embargo, la novela gráfica de Coco no es angustiante, sino todo lo contrario. Su dibujo sencillo, cómico y expresivo viene de la escuela del humor agudo a lo Claire Bretécher. Así, Coco se lanza a contar lo sucedido el día del ataque, claro, pero también recrea el ambiente de la revista: la camaradería, las discusiones, las risas, el café, las tortas que habían llevado para celebrar el cumpleaños de Luz. Es un relato que intercala la tormenta interior de la dibujante, que necesita reparar su psique para seguir funcionando, y la vida que continúa, entrelazada con la historia. Coco relata los eventos que siguieron al atentado: las marchas multitudinarias, la necesidad de sacar el siguiente número de la revista para demostrar que Charlie no había sido derrotado, la mudanza provisoria a la redacción de Libération y, posteriormente, el cisma que quebró al staff en dos bandos, debido a la lucha por reorganizar la gobernanza y el reparto del dinero. Y es que la revista que estaba siempre por fundirse recibió no solamente un alud de donaciones y suscripciones, sino que vendió 6 millones de ejemplares del llamado «Número de los supervivientes» (en cuya portada Luz volvió a dibujar a Mahoma llorando y sosteniendo el cartel de «Je suis Charlie», coronado por una declaración: «Está todo perdonado»).
Si bien es cierto que Coco dejó pasar mucho tiempo entre los hechos que narra y la obra gráfica que relata lo vivido, este es probablemente el origen de su fortaleza, ya que le permite tomar distancia y reírse en medio de la tragedia. Para ello Coco convoca ese sentimiento de irrealidad que inevitablemente se apropió de ella. ¿Quién iba a decir que un día se abriría la puerta y nos masacrarían a todos? La mirada de Coco es perfecta para detectar el absurdo de la vida cotidiana y así va posando sus ojos sobre detalles que aligeran la carga de una novela autobiográfica en la que el 50 por ciento de los personajes son asesinados en el primer acto. Coco es muy consciente que poder reírse todavía de las desgracias es tan central como poder reírse de las religiones.
Si se leyeran todos los testimonios de los sobrevivientes, se caería en que hay una escena que siempre se repite: Coco diciéndole a cada padre, hermano, esposa, compañero de trabajo o a quien quisiera oírla que fue ella la que les abrió la puerta. Y, sin embargo, hasta ahora la única persona que fue capaz de confesar que culpaba a Coco por lo sucedido fue la esposa de Tignous, en su libro de memorias Si tu meurs, je te tue: «En la sala de la Comédie Bastille, Coco, envuelta en una manta dorada de supervivencia, derrotada y todavía llorando, parece deambular. Me acerco, ella es mi vínculo con Tignous. “Lo siento, lo siento”, repite, “fui yo quien abrió la puerta… Ingresé el código. Fui yo quien les abrió la puerta…”. Me oigo responderle, sin entender del todo el significado de lo que le digo, que en su lugar yo habría hecho lo mismo. Pero ¿por qué le dije eso? Porque soy amable. Porque ella está devastada. Porque la aprecio. No estoy orgullosa de ello, pero aún hoy no puedo perdonarle nada. Nada. En cuanto a si esto es correcto o no, no puedo. Es inexpresable».1
EL AMOR Y LA SUERTE
Tal vez la pregunta que más persiga a los protagonistas de esta historia sea la que tiene que ver con el azar. Con lo que los seres humanos corrientemente atribuyen a la buena o mala suerte. Por eso el título y el epígrafe de esta nota remiten al libro del biólogo –y premio Nobel– Jacques Monod. «Nos gustaría pensar que somos necesarios, inevitables, ordenados desde la eternidad. Todas las religiones, casi todas las filosofías e incluso una parte de la ciencia dan testimonio del esfuerzo infatigable y heroico de la humanidad negando desesperadamente su propia contingencia».2 La tesis del libro de Monod es que la vida humana surgió por casualidad y que evoluciona impulsada por la selección natural (bueno, al menos hasta que aparecen las ametralladoras).
No hay ni plan, ni destino, solo azar.
Así, a las preguntas que se hacía Coco, se suman las de los que se salvaron por la contingencia. ¿Y si no me hubiera quedado en la cama?
En el caso de Luz, fue por la conjunción fortuita de la fecha del atentado con la de su cumpleaños, a la que se le sumó una ardiente propensión al amor, que lo retuvo en el lecho con su esposa Camille una hora más de lo debido. En el caso de la dibujante Catherine Meurisse, fue el desamor lo que le hizo perderse la reunión en la redacción: la ruptura con un amante incapaz de abandonar a su familia le deparó una noche de tristeza sin poder dormir. Ambos llegan muy tarde a la rue Nicolas-Appert (Coco se encargará de burlarse de que la sede de Charlie esté en una calle que lleva el nombre del inventor de la lata de conservas) y los vecinos los detienen antes de subir, advirtiéndoles sobre la presencia de los hombres armados.
Luz será el primero en publicar un libro sobre lo sucedido. Charlie. Catharsis no es una novela gráfica, sino una serie de episodios más o menos breves que operan produciendo la catarsis que anuncia el título. Muy pegado al estilo desprolijo y repentista de la propia revista, Luz esboza escenas que le permitan procesar lo que ha pasado. Da cuenta del amor, el sexo, la amorosa vida conyugal, la felicidad que lo retiene en casa y lo salva. También el incordio de los custodios que le pone el Estado tras el ataque, el miedo, la pérdida de libertad, el derrumbe emocional. Luz dibuja una conversación con Charb en la tumba, bajo la premisa de que, en el fondo, el muerto podría haber sido cualquiera de los dos, que podría ser Luz en lugar de Charb el que yaciera allí abajo. Charb o Luz, da igual, tan solo unos dibujantes físicamente tan parecidos, ideológicamente tan hermanos; fue solo cuestión de suerte.
Del derrumbe emocional también se ocupará Camille Emmanuelle, la esposa de Luz. En 2021 publicará Ricochets. Proches de victimes de attentats: les grands oubliés, que, como revela el título, trata de lo que han tenido que afrontar los parientes y los amigos de las víctimas directas. «Al final, el terapeuta se vuelve hacia mí: “Y usted, señora, ¿cómo está?”. Me sorprende la pregunta. Sólo acompaño. “Usted es un ser querido de una víctima, una víctima de rebote.”»3
Para dar una idea contundente de cómo es tener que ocuparse de todo, Camille empieza Ricochets reproduciendo su llamada a la pizzería Lucky Luciano, donde la noche del día de los atentados esperaban dar una fiesta sorpresa por el cumpleaños de Luz. Camille llama diez minutos antes de la hora de la reserva, para anularla. El encargado de la pizzería, indignado, le recrimina la cancelación tardía de una mesa para diez personas que han bloqueado para ellos. Y ella: «Sí… Lo siento mucho… Me quedé sin batería. Pero era una cena sorpresa de cumpleaños para mi esposo. Y no sé si lo sabe, pero esta mañana hubo un ataque en Charlie Hebdo. Y en la cena debía haber tres de Charlie. Bueno…, hay dos que están vivos. Así que… no vamos a ir… no vamos a celebrar su cumpleaños».
Camille hace una lista de los deberes que se le imponen a aquel que, por azar, quedó como subvíctima: «Apoyar, consolar, escuchar, responder, planificar, organizar, bloquear, ser un pararrayos, responder nuevamente, tranquilizar a los seres queridos, cuidar, estar ahí, ser fuerte, no derrumbarse, calmar los miedos, acoger las lágrimas, anticipar las ansiedades, encontrar la ligereza, moverse mil veces, gestionar la vida cotidiana, enterarse de las amenazas, dar alegría, hablar del futuro, llevar la vida.
Etcétera».4
La levedad: así tituló Catherine Meurisse su novela gráfica sobre Charlie. Todos los sobrevivientes coinciden en dos cosas: que no están del todo vivos y que quedaron para siempre presos en aquel día. Meurisse es una artista finísima. Inteligente, refinada, cómica. Para decirlo de manera brutal: no parece de Charlie Hebdo. Es que Charlie ha hecho del mal gusto una bandera, de lo cruel, una consigna, pero el que sepa mirar verá que detrás del sacudón están las sutilezas. Charlie es el choque, mientras que Catherine es una levísima caricia. Y La levedad es también eso: el camino para encontrar de nuevo la ligereza, poder volver a andar liviano. Al igual que los demás, Meurisse cuenta aquel día: la separación que la dejó sumida en un mar de lágrimas e insomnio, la llegada tarde que la salvó, la vida después de los atentados: los custodios, el absurdo. Lo hace conjugando el sentido del humor con ese nicho que sabe habitar muy bien: el de la literatura y el arte. Editado por Impedimenta en gran formato, el libro combina el trazo sencillo del dibujo de prensa con las acuarelas elaboradas de página entera y vuelve placentera (y por momentos liviana) una experiencia tan dolorosa.
El rebote de la matanza de Charlie alcanzó también a Emmanuel Carrère. La mano de los Kouachi llegó tan lejos como para colarse en su muy aislado retiro de yoga. Es impactante el relato del momento en el que lo van a buscar a su cabaña y sabe que tiene que haber pasado algo muy grave para que rompan así el retiro. «No es nadie de su familia», le dicen finalmente. El que murió es nada más que Bernard Maris, el economista de Charlie. En Yoga, Carrère nos habla, nuevamente, del amor. El de su amiga Hélène por Bernard. Un amor inesperado y tardío, que llegaba cuando ninguno de los dos esperaba volver a enamorarse, ya que Bernard había enviudado recientemente y Hélène había atravesado un duro divorcio: «La norma de vipassana es que tus allegados no pueden ponerse en contacto contigo excepto en casos de fuerza mayor. El atentado era una cosa horrible, la muerte de Bernard también lo era, pero yo no podía hacer nada, no era un amigo íntimo y, como había comentado el taxista del Morvan, que yo estuviese enterado o no, que yo estuviera en París o no, en nada cambiaba los hechos. No era, por tanto, un caso de fuerza mayor».5
¿Por qué lo sacan, entonces, a la fuerza de su retiro? Porque Hélène quiere que, en el entierro de Bernard, Carrère hable del amor de este por la literatura. Y agrega que lo natural habría sido que lo hiciera Houellebecq, pero a raíz de los atentados, a raíz del lanzamiento el mismo día de su novela Sumisión, Houellebecq se había ido al campo.
Otras personas se encontraron fortuitamente con la muerte en Charlie porque estaban en un lugar en que no solían estar –como Michel Renaud, el visitante de los diarios de viaje– y muchos escaparon de la muerte aquel día, por azar o por necesidad. Los Kouachi dijeron que no mataban mujeres, pero mataron a Elsa, plantando para siempre la duda de si eso le tocó en suerte por ser judía. La muerte ese día esquivó a Coco, a Luce y Cécile, a Angélique y a Sigolène. También escaparon ilesos, por saber esconderse, Jean-LucWalet, Gérard Gaillard y Laurent Léger.
En el libro6 de la viuda de Wolinski se menciona que un segundo guardia de Charb justo había salido a comprar un sándwich a la rue Richard Lenoir, pero su presencia fantasmal solo está en la página de ese libro y nadie más lo menciona. En sus declaraciones en el juicio, Sigolène menciona, al pasar, lo siguiente: «El 7 de enero de 2015 hacía frío y estaba gris. No me gusta cuando hace frío y está gris. Tomé un Vélib con mi pareja, a quien le había propuesto asistir a la conferencia editorial para que pudiera reírse… porque es bueno reír en invierno. Pero finalmente mi pareja me dijo: “Los dejo solos”».7
Patrick Pelloux, médico urgentista y colaborador de Charlie, estaba en una reunión cerca de la revista y fue de los primeros en atender a los heridos. Antonio Fischetti (columnista de ciencia y ecología) había ido al funeral de su tío. Gérard Biard, el secretario de redacción, estaba en Londres. Zineb El Rhazoui –la polémica columnista experta en asuntos de religión– se encontraba de vacaciones en Casablanca.
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HERIDAS
Los sobrevivientes repiten que una de las cosas que más les desesperan es no poder recordar exactamente el momento del ataque. Cómo fue, segundo a segundo. Terminan creyendo o bien que han perdido la memoria por el estrés o, algo peor, que aquel momento no tuvo, en principio, nada de memorable.
Todo pasó en 1 minuto y 49 segundos. Y así es como Riss eligió titular su libro, el más enojado de todos. Al igual que Riss, Philippe Lançon quiere asir los detalles, pero, a diferencia del primero, Lançon tiene una obsesión por cotejarlos. Qué le dijo a Coco. Cuándo tomó conciencia de su herida. Dónde quedó la bolsa que le había regalado el escritor argentino Héctor Abad. No hay libros más diferentes que El colgajo, de Lançon, y Un minuto cuarenta y nueve segundos, de Riss. Son el sonido y la furia.
Pero es inevitable componer un cuadro, hilar los testimonios, retomar lo que decía Carrère sobre el velorio de Oncle Bernard y Houellebecq con lo que cuenta Riss y luego Lançon: «Bernard Maris tenía la cabeza repleta de proyectos. Libros, novelas, incluso apareció en una película de Jean-Luc Godard titulada Film Socialisme. Se lo veía en bata charlando acerca del capitalismo sobre un enorme barco crucero en el Mediterráneo. Un tiempo después, el buque usado para la filmación naufragó sobre unos arrecifes de la costa italiana, exhibiendo durante meses, a la vista de todos, su casco monstruoso oxidándose día tras día, al igual que nuestro mundo que se va degradando inexorablemente sin que nadie se preocupe».8
Todo se corresponde. El crucero de Godard es el Costa Concordia, el de la tragedia estúpida del capitán que pasa cada vez más cerca de la costa de Giglio para saludar, choca contra las rocas, abandona el barco que se hunde: Schettino. «Vada a bordo, cazzo!». Aquello se volvió camiseta.
«Un mes antes de la fecha fatídica [Maris] organizó una cena con amigos a la que me invitó. Entre ellos estaba Michel Houellebecq. Para nutrir sus próximos escritos, Houellebecq le hacía preguntas a Bernard Maris sobre puntos muy precisos de economía y esperaba de él respuestas igual de precisas. No sabíamos que Houellebecq iba a sacar unas semanas después un libro, Sumisión, que imaginaba una Francia poco a poco transformada por un islam conquistador. Hablábamos de esto y de aquello con la mente tranquila, sin saber que compartíamos nuestros últimos días juntos, vivos y libres. Inconscientes de que ya estábamos condenados. Unos años antes, Charlie Hebdo había hecho una camiseta que llevaba impreso un dibujo de Willem. En ella se veía a Bin Laden y George W. Bush, armados, enfrentados y rodeados de cadáveres. Los dos pronunciaban, en un globo compartido, esta frase: “Dios es amor”. Bernard Maris tenía puesta esa camiseta el último día de su vida.»9
En la redacción de Charlie hubo cuatro heridos. Lançon contó su convalecencia con una gran maestría en El colgajo, que comparte sensibilidad con La levedad de Catherine Meurisse, ya que su recorrido está punteado por un diálogo con el arte. También Simon Fieschi contó sus largos meses de convalecencia. El atentado lo dejó paralizado, y lentamente fue recuperando el uso de sus brazos y piernas.
En 2020, Fieschi había escrito un artículo en Charlie Hebdo, ilustrado por Riss. Allí escribía: «Pensé mucho en esa cama y comprendí que morir era mi única solución. Pero ¿cómo? Incapaz de suicidarme, paralizado en una cama de cuidados intensivos y bajo constante supervisión médica. Verme obligado a vivir me parecía una negación intolerable de mi libertad. Concluí que, para recuperar esta libertad, tenía que esperar el momento oportuno, observar y mejorar hasta que finalmente tuviera la oportunidad de suicidarme».9 Fieschi fue recuperando gradualmente el movimiento de brazos y piernas. Murió en una habitación de hotel el 17 de octubre de 2024.
- Chloé Verlhac, Éditions Plon, París, 2021, pág. 32. ↩︎
- Jacques Monod, El azar y la necesidad. Ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna. Ediciones Orbis, Barcelona, 1985, pág. 50. ↩︎
- Camille Emmanuelle, Bernard Grasset, París, 2021, pág. 14. ↩︎
- Ob. cit., pág. 6. ↩︎
- Yoga, de Emmanuel Carrère, Anagrama, Barcelona, 2020, pág. 214. ↩︎
- Maryse Wolinski, Darling, I’m Going to Charlie, Atria Books/37 Ink, Nueva York, 2017, pág. 23. ↩︎
- Citado por la periodista Charlotte Piret, de France Inter, en el live-tweet del 8-IX-20. ↩︎
- Riss, Libros de El Zorzal, págs. 154-155. ↩︎
- «Se réveiller dans un sarcophage en janvier 2015», Charlie Hebdo, 24-X-20. ↩︎