El llamativo silencio institucional y de referentes frenteamplistas que sucedió al despido masivo e intempestivo de todos los trabajadores de M24, la radio de FM propiedad del Movimiento de Participación Popular (MPP), se pretendió sustituir, a las pocas horas, por la idea de que dicha emisora no pertenecía al sector mayoritario del Frente Amplio (FA). En las redes sociales, varias focas, trols y bots lanzaron la información de que el MPP solo alquilaba la radio y, por tanto, no era responsable de la venta al grupo El Observador ni de los despidos. Pero la deformación informativa duró poco, no solo porque varios de sus experiodistas desnudaron la identidad de los propietarios, sino porque, además, una simple búsqueda de documentos permitió conocer una resolución del 6 de mayo de 2024 por la cual Bonimar SA (propietaria de la emisora) transfería el 100 por ciento de sus acciones a la dirigente del MPP Andrea Martini Guigou. El texto, firmado por Beatriz Argimón, en ejercicio interino de la presidencia, y por la entonces ministra de Industria, Elisa Facio, dice: «Apruébase la transferencia parcial de la titularidad de la frecuencia 97.9 MHz, Canal 250, de la ciudad de Montevideo, departamento de Montevideo, cuyo titular es Bonimar SA, a favor de la Sra. Andrea Mirela Martini Guigou. Establécese que la empresa Bonimar SA quedará integrada por la Sra. Andrea Mirela Martini Guigou con el 100 por ciento del capital accionario».
El control del sector también quedó claro respecto a las emisoras de Colonia (FM 102.5) y Maldonado (FM 90.9). Un senador del MPP, Nicolás Viera, posee el 67 por ciento de la primera (Búsqueda, 27-XI-25), mientras que la segunda está en manos de Martini en un 99 por ciento.
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Tras un fin de semana de silencio del oficialismo, el lunes en la reunión del secretariado del FA el delegado emepepista Heber Bousses justificó la venta y los despidos por permanentes pérdidas económicas. Veinticuatro horas después, empezaron a hacerse oír manifestaciones individuales de dirigentes frenteamplistas en solidaridad con los extrabajadores de M24. Lo hizo el presidente del FA, Fernando Pereira, la senadora Liliam Kechichian, el diputado del MPP Gabriel Otero. En la última transmisión de la programación del lunes 24, manifestaron su solidaridad el ministro de Trabajo, Juan Castillo y el exsenador por el MPP Ernesto Agazzi.
También hubo pronunciamientos institucionales del PIT-CNT y de la Asociación de la Prensa Uruguaya que denunciaban la arbitrariedad de los despidos.
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Por otro lado, circula la versión de que no todos los dirigentes del MPP estaban en conocimiento de la medida tomada. En tal sentido, el senador Sebastián Sabini tomó distancia de la decisión en una rueda de prensa. Consultado sobre los despidos y la venta de la radio, respondió: «Creo que deberían hablar con los dueños de la radio, que son los representantes legales […]. Obviamente es una situación triste y dura que muchos trabajadores queden sin trabajo; mi solidaridad con ellos, pero que hablen con quienes representan a la radio». Y ante la pregunta de la relación de su sector con la emisora dijo: «Hablen con los responsables de la radio».
El evidente malestar del legislador abona la tesis de que los ceses y la venta a un grupo sostén del presidente libertario argentino Javier Milei fue tomada en el seno del círculo áulico del presidente Yamandu Orsi y que varios de sus hombres de confianza negociaron la venta con el excanciller argentino Gerardo Werthein, uno de los principales propietarios del grupo dueño de El Observador.
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Ninguno de los saludos en solidaridad con los trabajadores de referentes frenteamplistas ubica responsabilidad en los propietarios de la radio. Más bien se parecen a un QEPD. Son dichos que no pueden diferenciarse de manifestaciones frente a un desastre natural o a una epidemia como la del covid, en los que la responsabilidad queda licuada en lo imprevisto. Pero, a la vista de que el empleador arbitrario es el sector mayoritario del FA, entre las figuras del FA –salvo saludos a los «pobres empleados» que quedan sin trabajo en la peor época del año– no hubo señalamientos claros y condenatorios del evidente desprecio por la suerte de los trabajadores. Todo parece justificarse en una ecuación económica y en las pérdidas que para el MPP significaba mantener un medio alternativo a los hegemónicos.
La interrogante es si la propiedad de una emisora o de cualquier otro medio, más allá de su papel en el debate cultural, tiene como factor determinante la ganancia económica. La izquierda (no hablo del progresismo) ha tenido a lo largo de la historia y con suerte variada distintas empresas periodísticas o radiales. Y siempre se justificaron en la necesidad de dar la batalla contra el pensamiento hegemónico de las derechas. No parece que El Popular y Radio Centenario sean fuentes de ingreso superavitarias para las organizaciones políticas que las sostienen. Tampoco puede inferirse que medios alternativos como este semanario, Caras y Caretas o La Diaria sean mecanismos de enriquecimiento para propietarios.
La venta de M24 no es un rayo en un cielo sereno. Es un síntoma más del devenir del progresismo uruguayo. Aquí vale una aclaración: en el FA existen sectores de izquierda que conviven con agrupamientos que han abandonado el pensamiento cuestionador del modelo económico, social y político, para transcurrir por una lógica de medidas paliativas, que le den un rostro humano al capitalismo.

No puede entenderse el paso dado por el MPP sin constatar el abandono de la batalla ideológica y cultural de la que hacen gala los gobernantes progresistas, capaces de buscar empatía con lo más reaccionario de la población, destacando, como hizo Orsi esta semana en los desayunos de Búsqueda, el modelo de Nayib Bukele para combatir la inseguridad. El presidente rectificó al otro día sus palabras (después de que, como dijo una colega, el secretario de la Presidencia, Alejandro Sánchez, le editara las declaraciones) y descartó –no se sabe por cuánto– ese modelo para Uruguay.
Lo paradójico de todo esto es que quienes hablan de batalla cultural son los integrantes de la ultraderecha, que incluso no dejan de invocar a Antonio Gramsci. Mientras tanto, el progresismo pelea por no irritar al poder y limar antiguas pujas transgresoras.



