Si bien “la lucha contra las drogas” suele despertar toda clase de argumentos reaccionarios en los que se criminaliza a tirios y troyanos por igual, metiendo en la misma bolsa a consumidores, dealers de poca monta y traficantes, el que parece haberse llevado todas las palmas en este sentido es el recientemente electo presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte (“Rody”, como le dicen sus simpatizantes). Según informa el diario The Independent, en un barrio pobre de Manila, durante un discurso ante una multitud –que también fue trasmitido por la televisión–, Rody soltó una diatriba de amenazas a los narcotraficantes, entre las que incluyó: “Esos hijos de puta están destruyendo a nuestros hijos. Les aviso, no se metan en eso, incluso si son policías, porque realmente los mataré”; luego agregó, como para coronar: “Si alguno de ustedes conoce un drogadicto, mátenlo, ya que sería demasiado doloroso pedir que lo hicieran sus mismos padres”. Asimismo afirmó que ofrece una recompensa de 5 millones de pesos filipinos (poco más de 100 mil dólares) por un capo de la droga muerto, y, en tono de chiste, que pagaría 4.999.000 pesos si estaba vivo, según replicó el sitio 24 Horas.
Y es que, como parte de su plan de endurecer la lucha contra el narcotráfico, viene llamando a la ciudadanía a tomar las armas y directamente eliminar a los drogadictos y a los traficantes. Pero para el pueblo filipino ya no es extraño que Duterte busque la muerte de alguien; al parecer, su campaña por la presidencia estuvo condimentada con esta clase de comentarios. Uno podría pensar que no es del todo serio en sus afirmaciones, pero lamentablemente sí lo es: Rody había dicho que ordenaría a sus fuerzas de seguridad que dispararan a matar: “Olviden las leyes sobre los derechos humanos”, llegó a señalar en una ocasión. También dijo que habría tantos cadáveres vertidos en la bahía de Manila que los peces engordarían por alimentarse de ellos.
Duterte ha sido acusado de tener conexiones con los escuadrones de la muerte, los Vigilantes de Davao, a quienes se les atribuye la muerte y desaparición de más de mil personas. Si bien este vínculo fue rechazado por él varias veces, en otras ocasiones también se jactó de haberlos apoyado. Por esta relación implícita, el presidente se ha ganado los motes de “Harry el sucio” y “El castigador”. Si todo esto no fuera suficiente impronta como para llamarlo dictador, también amenazó con establecer un gobierno unipersonal, en caso de que los legisladores lo desobedecieran.
Pero las declaraciones “polémicas” del presidente electo también contemplan otros órdenes: había anunciado anteriormente que prohibiría totalmente la venta de alcohol en el país, que reinstalaría la pena de muerte, con la horca como su método de ejecución predilecto, y que introduciría un toque de queda para los niños, en las 7.107 islas que componen el archipiélago.
Por si todo esto fuera poco, recientemente se difundió una entrevista en la que Duterte, en ese entonces candidato presidencial, rememoraba su experiencia como alcalde en una revuelta carcelaria de 1989. En ella los presos habían secuestrado, violado y asesinado a una misionera australiana que visitaba la prisión. Consultado por esa situación, el entonces candidato filipino afirmó en tono de broma: “La violaron, pero era muy hermosa. El alcalde debió haberlo hecho primero”. Luego de que estos dichos despertaran una indignación internacional, Rody se negó a retractarse: “Es una cuestión de honor”, dijo.
Duterte ganó las elecciones con una aplastante mayoría, seduciendo a la ciudadanía con sus discursos de mano dura y por presentarse como un gran antisistema, dispuesto a terminar con la corrupción y con las elites y clanes familiares que por 30 años gobernaron el archipiélago, profundizando la brecha social.