Estado de sitio en Sanandaj, la gran ciudad kurda del norte de Irán, adonde llegaron refuerzos de las fuerzas especiales durante la noche del lunes 10 al martes 11. Masacre en Zahedán, la lejana capital de Sistán y Baluchistán, en el sureste del país, donde las fuerzas de seguridad mataron recientemente a decenas de fieles suníes a la salida de la gran mezquita de la ciudad. Discriminadas política, económica y socialmente desde el inicio de la República Islámica, hace más de 40 años, por pertenecer sus poblaciones a etnias no persas, estas dos ciudades en rebelión son víctimas de una represión aún más feroz que en el resto de Irán.
En Zahedán, el 6 de octubre, terminaban las oraciones del viernes y los fieles comenzaban a salir de la mosalla, el lugar reservado para las principales ceremonias religiosas, cerca de la principal mezquita sunita de la ciudad. La provincia está bajo tensión debido a la reciente violación de una adolescente de 15 años por un jefe de Policía en la ciudad portuaria de Chabahar. Por eso, después de la oración, un grupo de jóvenes baluchíes se manifestó gritando insultos contra el régimen ante la comisaría que está frente a la mezquita, al otro lado de la avenida.
Los enfrentamientos comenzaron con el lanzamiento de piedras por algunos manifestantes. Muchos fieles fueron a ver, entonces, lo que estaba pasando. Fue en ese momento cuando la Policía, que, sin embargo, no se encontraba en peligro, abrió fuego.
La población exigía desde hacía semanas que el oficial fuera detenido y juzgado. Sin resultado. De ahí el creciente descontento. «Las autoridades no dieron seguimiento al pedido para, de este modo, provocar a la población, escalar la protesta y así identificar a los líderes, ubicar los barrios que protestan y aplastarlos», explica Hardy Mede, doctor en Ciencias Políticas e investigador del Centro Europeo de Sociología y Ciencias Políticas (CESSP, por sus siglas en francés).
Si bien el detonante de estas últimas manifestaciones fue efectivamente la impune violación de una adolescente baluchí por parte de un oficial –persa, además–, las protestas forman parte, de todos modos, del gran movimiento de protesta que se ha apoderado de Irán tras el asesinato a golpes de Mahsa Amini el pasado 16 de setiembre en Teherán. Es claro para la población que ambas son víctimas de la misma violencia contra las mujeres.
En Zahedán, la Policía no se contentó con lanzar proyectiles de gas lacrimógeno desde el techo de la comisaría, ni con disparar perdigones a los manifestantes como en muchas ciudades iraníes. Buscaron matar y usaron munición real. Simultáneamente, otros tiradores sin uniforme aparecieron en los techos de varias casas cercanas, como lo demuestran las fotografías compartidas por los manifestantes.
«Apuntaban al corazón y a la cabeza», precisó la oficina del maulavi (título religioso entre los sunitas) Abdulhamid Ismailzahi, quien no es solo el líder espiritual de los baluchíes, sino el de todos los sunitas iraníes. Los que cayeron bajo las balas fueron no solo manifestantes, sino también fieles y simples transeúntes.
Según investigaciones de Amnistía Internacional publicadas el jueves 6, en Zahedán «las fuerzas de seguridad iraníes han matado ilegalmente al menos a 66 personas, incluidos niños, y han herido a cientos más con armas de fuego». «Otras 16 personas han muerto en incidentes separados como parte de la continua represión de estas protestas», agregó la ONG en su comunicado. En total, más de 82 personas fueron asesinadas, pero esta cifra incluye solamente a las víctimas cuya muerte pudo documentarse. En realidad, según la rama suiza de Amnistía Internacional, que investigó la masacre, el número de víctimas «es mucho mayor».
El maulavi Abdulhamid Ismailzahi no es en modo alguno enemigo del régimen. «Siempre ha llamado a participar en las diversas elecciones de la República Islámica. Incluso se reunió con el presidente Ebrahim Raisi en las últimas elecciones presidenciales y llamó a votar por él. Siempre esperó que esto pusiera fin a la discriminación que sufrían los baluchíes. Pero eso no cambió nada», dice la socióloga francoiraní Azadeh Kian, directora del Centro de Enseñanza, Documentación e Investigación de Estudios Feministas de la Universidad de París Diderot y autora de Femmes et pouvoir en islam (Michalon, 2019).
La provincia más miserable de Irán en términos del nivel de vida de sus habitantes (el 80 por ciento de los baluchíes vive por debajo del umbral de la pobreza), la población de Sistán y Baluchistán, no se beneficia de sus importantes recursos naturales, incluidos el petróleo, el gas, el uranio, el cobre y el oro. Tampoco se beneficia de proyectos de desarrollo, que conciernen principalmente a la región de Teherán y las provincias del norte. Sistán y Baluchistán tiene la tasa de analfabetismo más alta del país.
A ello se suma el peso de los servicios de seguridad, por la frontera afgana, el tráfico de drogas y la presencia de grupos irredentistas sunitas, incluso yihadistas, como Jundallah, Jaish Al-Adl, Ansar Al-Furqan, la Liga Sunní en Irán y la Organización de Liberación de Baluchistán Occidental, algunos apoyados por Pakistán o Arabia Saudita. Tienen poco impacto en la población, pero permiten al régimen legitimar la represión.
«Zahedán parece una ciudad ocupada. Esto era así incluso antes del movimiento de protesta. Los edificios más importantes ya estaban protegidos por fuerzas policiales. Los puestos de responsabilidad, incluido el de gobernador, nunca son ocupados por baluchíes, sino por persas, incluso por azeríes. La discriminación proviene del hecho de que los baluchíes son sunitas. El caso es que los sunitas nunca han tenido un ministro en ningún gobierno desde el inicio de la República Islámica, en 1979», añade Kian, que ha llevado adelante estudios de campo en esta región. Una marginación política acorde con la Constitución de la República Islámica, que excluye a los sunitas de puestos de alta responsabilidad.
«ABAJO EL DICTADOR»
En el otro extremo del país, los kurdos, también en su mayoría de fe sunita –excepto en la región de Kermanshah–, son víctimas de una discriminación similar. De ahí las manifestaciones particularmente masivas en el Kurdistán iraní, donde, durante casi cuatro semanas, decenas de miles de manifestantes pacíficos han tomado las calles todas las noches al grito de: «¡Abajo el dictador!» (en referencia a Ali Khamenei, el líder supremo iraní), «¡Abajo la República Islámica!, ¡No al velo islámico!».
Las mujeres también continúan quemando su hiyab en público mientras gritan el eslogan feminista kurdo «Jin, jiyan, azadi» (‘Mujer, vida, libertad’). Incluso hay mujeres y hombres bailando juntos en la calle, lo cual está prohibido por la ley. Mientras los manifestantes de Zahedán se enfrentaron a la Policía con gritos de «Allahu akbar», no es el caso de Sanandaj, donde ciertas consignas tienen un tono claramente antirreligioso. Durante el funeral de Mahsa Amini, el mulá fue incluso ahuyentado por la familia de la víctima, que venía de un pequeño pueblo cerca de Sanandaj.
«La situación en esta ciudad es terrible –dice Azadeh Kian–, las fuerzas de seguridad asaltan viviendas, arrestan y ejecutan. Incluso disparan a la gente desde helicópteros». «El Estado ya no está presente por la noche en Sanandaj», agrega Hardy Mede. «De hecho, estamos asistiendo a dos formas de protesta y, por tanto, a dos dinámicas. La primera es la organizada por los partidos políticos kurdos, con manifestaciones que se desarrollan principalmente en espacios públicos. La segunda es la de los barrios abandonados, en los márgenes, donde vive la población más pobre», dice el investigador del CESSP.
Según Médicos Sin Fronteras, los manifestantes de Sanandaj se pusieron en contacto con la ONG para que tratara a los numerosos heridos por la represión, algunos de los cuales se encuentran en estado crítico. Temen ser arrestados si van al hospital.
Según Hengaw –una ONG kurda con sede en Noruega– y fuentes locales, un avión de combate iraní llegó al aeropuerto de Sanandaj durante la noche del lunes al martes, al tiempo que varios autobuses que transportaban fuerzas especiales se dirigían a la ciudad. Lo que también preocupa a esta organización son las grandes dificultades que experimentan los habitantes de la región para enviar videos de los hechos, debido a las restricciones de acceso a Internet (véase «La rebelión», Brecha, 23-IX-22). De ahí su temor, junto con el del Centro para los Derechos Humanos en Irán, con sede en Nueva York, de que Kurdistán corra la misma suerte que Sistán y Baluchistán.
Otra diferencia con esta provincia es la influencia que ejercen sobre la población los movimientos kurdos, fundamentalmente el Partido Democrático de Kurdistán, el Komaleh, y, en menor medida, el PJAK (anagrama del Partido por una Vida Libre en Kurdistán, cercano al Partido de los Trabajadores del Kurdistán, conocido en Turquía como PKK), todos aderezados por una larga experiencia de la lucha clandestina, una influencia que, sin duda, ha aumentado desde el inicio de la insurrección.
«Estos partidos, desde sus redes clandestinas, están intentando organizar la protesta y darle un carácter kurdo, con reivindicaciones identitarias», analiza Hardy Mede. «Por el contrario, los intelectuales kurdos, en su mayoría, están en contra, así como no están a favor de la violencia y quieren evitar cualquier recurso a las armas. Han pedido a los peshmergas (guerrilleros kurdos, cuyas bases están en el Kurdistán iraquí) que no intervengan. Quieren dejar libres a los iraníes para que lideren su revolución por su cuenta.»
No obstante, el régimen iraní se beneficia de estas afirmaciones de identidad. De ahí las acusaciones, reiteradas este martes en Sanandaj por el ministro del Interior, Ahmad Vahidi, según las cuales la revuelta está «apoyada, planificada y dirigida por grupos terroristas separatistas». «Es falso», replica Azadeh Kian. «Es una maniobra para intentar dividir el movimiento, haciendo creer que existe un riesgo de dislocación del país, que muchos iraníes no pueden aceptar. Sin embargo, esta táctica es efectiva. Lo ves en las redes sociales.»
El régimen vivió un revés el martes con la entrada en protesta del sector petrolero. Los videos muestran a los trabajadores en huelga quemando llantas y bloqueando caminos fuera de la planta petroquímica de Assalouyeh, cerca de la ciudad de Bouchehr, en el suroeste. Acciones similares se han registrado en particular en Abadan, en el oeste, donde parece haber comenzado una huelga. Un inicio de agitación que solo puede inquietar al poder: durante la revolución islámica, las huelgas en las refinerías habían sido un punto de inflexión en la lucha contra el régimen del sha.
En el resto del país, empezando por Teherán, la protesta parece haber encontrado su ritmo. Eventos todas las noches, desde las 18 horas. Y una vez a la semana, el sábado, durante todo el día.
(Publicado originalmente en Mediapart. Traducción de Brecha.)