El colmo del freaky - Semanario Brecha

El colmo del freaky

El quidditch, deporte favorito del protagonista de Harry Potter, se ha convertido en un deporte ya practicado en al menos 21 países, con una asociación internacional que dicta sus reglas y un torneo anual en el que diversos equipos disputan una copa mundial.

Quidditch

Los que hayan leído los libros de Harry Potter, o incluso quienes hayan visto solamente alguna de sus películas recordarán el quidditch, deporte favorito del protagonista. En Hogwarts, colegio de magia y hechicería donde los aspirantes a magos o brujas se instruían, la concentración que exigían materias tan complicadas y abstractas como el estudio de runas antiguas, aritmancia o herbología tenían una contrapartida de dispersión y desempeño físico en el quidditch, deporte regional e internacional en el que dos equipos de siete jugadores cada uno se confrontaban volando sobre escobas mágicas. Los partidos se jugaban con cuatro pelotas al mismo tiempo, y el deporte en sí era bastante peligroso, no exento de accidentes.
A pesar de que la pottermanía ya pasó su punto álgido –por ahora la saga literaria está concluida y tampoco quedan más películas que filmar–, se sabe que sus fanáticos alrededor del mundo se cuentan por millones. Sólo la página de las películas Harry Potter en Facebook cuenta hoy con 74.970.000 adhesiones, y sus multitudinarios círculos superan a los de sagas como El señor de los anillos o Star Wars. Ahora bien, seguramente nadie podía esperar algo como esto, y es que el quidditch se ha convertido en un deporte ya practicado en al menos 21 países, con una asociación internacional que dicta sus reglas –la International Quidditch Association (Iqa)– y un torneo anual en el que diversos equipos disputan una copa mundial.

Como una forma de respeto al quidditch original, creación fantástica de la escritora J K Rowling, este deporte se llama más específicamente “muggle quidditch”, refiriendo a que es jugado por personas carentes de poderes mágicos y, por ende, con reglas alternativas. Cada equipo cuenta con tres “cazadores”, que son quienes pueden anotar puntos y se disputan una pelota (la quaffle) que deben arrojar a través de tres aros situados en la portería adversaria; por su parte, los “golpeadores” son dos, y su objetivo es golpear a los jugadores contrarios con sus propias pelotas (las bludgers), si lo hacen, el jugador deberá tirar la quaffle (en caso de llevarla en sus manos) y volver hasta su propia portería. Los “guardianes” por su parte cuidan sus aros y evitan que el equipo adversario anote. Hasta aquí podría parecer un juego bastante común, quizá una mezcla de hándbol, rugby, waterpolo y manchado, pero la gran singularidad es que todos los jugadores sin excepción deben estar montados sobre escobas, sosteniéndolas con una mano y colocándolas entre sus piernas. Si un jugador “cae” de la escoba mientras está en el campo, sus acciones se invalidarán hasta que vuelva a montarse. El séptimo de los jugadores es el “buscador”, quien debe exclusivamente perseguir a un snitch runner, jugador neutral que aparece con una pelota (la snitch) introducida en una media que queda colgando, bien sujeta a su cinturón. El snitch runner puede agregarle interés al espectáculo del partido ya que, si el juez lo permite, puede aparecer andando en bicicleta y hasta lanzarle bombas de agua al resto de los jugadores; también tiene la potestad de empujar a los buscadores o tirarlos al suelo para evitar que agarren la snitch. Cuando un buscador captura finalmente la snitch su equipo gana 30 puntos, y da por finalizado el primero o el segundo tiempo.

Visto y pensado a la ligera, este muggle quidditch puede parecer una estupidez mayúscula, con el agregado de que todos estos muchachos corriendo sobre escobas le da un cariz especialmente ridículo al asunto. Pero también es cierto que, por lo que puede verse en videos de partidos subidos a la web, los jugadores parecen pasársela realmente bien. Lejos de la seriedad radical que llegan a adquirir los deportes profesionales, de momento el quidditch, con sus reglas múltiples y cierta dinámica caótica, parece cumplir con los cometidos elementales de un buen juego: llevar a sus integrantes a pasar un muy buen rato.

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