Ya no importó que Cuevas estuviera haciendo historia en Roland Garros, ni la liberación de Campiani, ni los posteos de Gargano en Instagram, ni nada. Sólo se hablaba del “Fifagate”. Nadie se detuvo a pensar siquiera si las acusaciones eran o no ciertas: Eugenio y los demás ya son culpables, así lo ha decidido el pueblo, que hace 30 años que insiste con que la Fifa es corrupta y con que Figueredo es un clásico ejemplo de “dirigente con boliche”, ese que llegado el caso y si la ocasión lo amerita, pero siempre por el bien del fútbol, sería capaz de moverse por la frontera de la prolijidad y la delicadeza.
“Escuchame una cosa, pibe. Te voy a decir una cosa: no te hagás el inteligente conmigo”, le soltó Figueredo hace unos cuantos años al entonces periodista Rafael Villanueva, que había incomodado al entonces presidente de la Auf que se disponía a echar al técnico Juan Ramón Carrasco tras la recordada derrota por 3 a 0 ante Venezuela. No hace falta ser Umberto Eco para decodificar tamaño mensaje. Si le hubiera dicho “No me vas a cagar vos a mí, pendejo, que yo fumo abajo del agua”, el efecto hubiera sido prácticamente el mismo. Es que si por algo se caracterizó Eugenio a lo largo de su dilatadísima trayectoria fue por hallar siempre la forma de caer parado, por cazar todo en el aire, por estar de vuelta cuando los demás recién estábamos pensando en ir. Eugenio sabe.
Por eso, más allá del miedo a la posible prisión (en el peor de los casos le darán una suite con vista al mar), o a las consecuencias económicas que pueda depararle el proceso, a Eugenio lo debe estar comiendo por dentro una verdad dura como la cancha de la cantera sobre la que se levanta el estadio de Huracán Buceo, ese club popular que bajo su gestión prácticamente desapareció: al gran Eugenio, al que se las sabe todas, lo cagó un gordo con cara de bonachón y un llaverito.
Eso seguro no se lo perdonará mientras viva.
El HOMBRE Topo. A esta altura todos sabemos que el escándalo que sacude las bases del “máximo organismo rector del fútbol mundial” estalló gracias a la mediación de un dirigente estadounidense llamado Chuck Blazer, que llegó a ser uno de los personajes más influyentes de la Concacaf pero que al parecer no frecuentaba la cristalinidad en su proceder. Y que cuando se vio cercado por el Fbi, el hombre (un gordito de barba, “ecuación” de Santiago Tavella y Santa Claus) transó en oficiar de buchón. Así fue que este Amodio yanqui concurrió a diversas reuniones con dirigentes portando un llaverito con cámara y micrófono, y fue así que escrachó a medio pueblo, incluyendo a Eugenio, a Léoz y a todo aquel que cambió votos por guita con la misma decisión con la que Natalia Oreiro cambiaba dolor por libertad.
A todo esto: ¿no habrá un Chuck en el fútbol uruguayo? ¿Será que esos personajes que hace años frecuentan nuestro fútbol sin resistir el más mínimo análisis racional, no son más que espías llamados a desenmascarar a todos aquellos que operan en beneficio propio? ¿Habrá registro en el llavero de Freddy Varela de las conversaciones previas a la firma del último contrato con Tenfield? ¿Será el Pato Celeste un agente de Interpol infiltrado para combatir los males de nuestro deporte? Teoría esta última que vendría a explicar la cercanía de este simpático personaje con el gobierno de Mujica y hasta la medalla que supo recibir en 2013.
Como decía el Morro García cuando Da Silveira insistía con que su rendimiento futbolístico había bajado porque estaba de novio con una modelo rubia: “Ojalá”. Al menos sería una explicación.
Ni lerda ni perezosa, la Mutual Uruguaya de Futbolistas Profesionales manifestó –vía Twitter– que si el jugador no se opone, solicitará la anulación de la sanción contra Suárez, debido a que uno de los integrantes del comité que elaboró el fallo figura en la lista de los presuntos corruptos. Más allá de lo incómodo que sería decirle a Jonathan Rodríguez: “Che, ¿te acordás de que ibas a ir a la Copa América? Bueno, ya no”, quizás una cosa no tenga mucho que ver con la otra, y estemos corriendo el riesgo de volver a dar un poquito de pena. Después de todo, si pensamos que sin Suárez no le podemos ganar a nadie, que no se note. Por respeto a los jugadores que saldrán a la cancha con el puma en el pecho.
Yankees go home (run). Por último, quizás quepa preguntarse qué lleva al Fbi a gastar tiempo y recursos en un caso que le es prácticamente ajeno. Estados Unidos parece no hacer nada ante los que te ponen un enterito naranja y te cortan el pescuezo, ni ante los que salen a prender fuego a cristianos o cazar delfines. Pero ven a un puñado de gordos quedarse con un par de vueltos, y ahí sí que saltan.
¿Alguien les pidió que intervinieran? ¿Y si la Fifa desaparece? Porque será mala pero es nuestra. Si hasta hace poco pensábamos que nos odiaba, después vimos que nos entró a poner arriba en el ranking y empezamos a clasificar a los mundiales, y como que ya no nos parecía tan corrupta ni que nos estaba persiguiendo tanto. Después sí: nos suspendieron a Luisito porque le hizo una caricia dental a un italiano medio pelado, y volvimos a odiarla. Pero ahora ya casi que se nos había pasado. Porque la corrupción de la Fifa es como la ineficacia de la burocracia de la Intendencia de Montevideo: pasamos quejándonos de la lentitud de los trámites, de la mugre y del Corredor Garzón (aunque no sepamos ni dónde queda), pero ni locos votamos otra cosa que no sea al Frente Amplio, pues nadie nos ha demostrado poder hacerlo mejor. Análogamente, seguimos criticando a la Fifa pero después se nos caen las medias por ir a un Mundial. Porque será corrupta, pero los mundiales le quedan preciosos.
El Che Guevara dijo alguna vez algo así como que la mejor cualidad de un revolucionario es ser capaz de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Paradójicamente, Estados Unidos razona de manera análoga cuando se pone el disfraz de superhéroe mundial y sale a hacer justicia por mano propia fuera de fronteras, usando marines, drones, el Fbi o lo que sea.
Pero al Che le gustaba el rugby, y en Washington prefieren meter un batazo que pegarle tres dedos.
Dejen el fútbol para los que saben.