Josh (Ben Stiller) y Cornelia (Naomi Watts) componen una pareja de cuarentones sin hijos, aparentemente conformes con su vida. Él, documentalista atrapado desde hace ocho años en la confección de un documental muy ambicioso, de corte filosófico, da clases en la universidad. Ella es productora de las películas de su padre (Charles Grodin), también documentalista pero reconocido y famoso. Sus mejores amigos acaban de tener una beba, y Josh y Cornelia se sienten ajenos a la locura exclusivista que aquéllos comienzan a desplegar. En ese preciso momento conocen a otra pareja pero mucho más joven, los veinteañeros Jamie (Adam Driver) y Darby (Amanda Seyfried), ella dedicada a hacer helados artesanales, él, coincidencia, iniciándose en las labores del documentalismo. Todo sucede en Nueva York, claro está.
La historia es una suerte de enamoramiento de la pareja mayor por la pareja menor, un empezar a hacer cosas que nunca hicieron, como aprender a bailar hip hop (Cornelia), usar sombreritos ridículos (Josh), participar en una ceremonia de consumo de ayahuasca (los dos). Invirtiendo los roles que se supone usuales para las distintas generaciones, los mayores empiezan a ser iniciados por los más jóvenes en una suerte de camino inverso a la asunción de la madurez. Hasta que el azar coloque a Josh en una pista que comienza a mostrarle que su admirado Jamie no era tan auténtico ni tan desinteresado como él pensaba, y se las ve negras para demostrarle a su esposa y a su suegro –también cooptado por Jamie– la verdad de la milanesa.
La película se ocupa así de las diferencias y desajustes generacionales tanto como de los vericuetos de la vocación y lo que hay que hacer para llevarla adelante, los engaños de fuera y los engaños de dentro. Lo hace desplegando no pocas dosis de ingenio, con algunos tramos muy bien logrados, como toda la secuencia de la participación en la ceremonia de la ayahuasca, o el contraste entre el hipertecnificado hogar de los cuarentones y el hábitat retro donde viven los jóvenes, que escriben a máquina, miran Vhs y escuchan discos de pasta (toda una indicación de que, frente a la imposibilidad absoluta de estar siempre en “la última”, lo anacrónico puede ser, eventualmente, lo más novedoso). El director Noah Baumbach (Historias de familia, 2005, fue la única que se dio en los cines, pero tiene otras que tuvieron destino Dvd), colaborador en ocasiones de Wes Anderson, lleva su filme mayoritariamente en tono de comedia, pero lo corta a menudo con matices de reflexión existencial que instalan una cierta sensación de incomodidad. (No hay que descartar que la incomodidad venga por el lado de ver a Ben Stiller haciendo reflexiones existenciales.) En el filme hay, además, detalles que conspiran contra la coherencia interna del relato: que Josh no sospeche –como lo hace el espectador desde la primera aparición– de la actitud adulona de Jamie; que en cada una de las dos parejas –y en ambientes dizque intelectuales– las mujeres sean como corifeos de sus hombres y les sea acordada tan escasa definición más allá de su condición de “compañera de”. Por ejemplo, mientras la película sobreabunda en los bloqueos y afanes creativos de Josh, no hay nada que indique algo sobre el trabajo de Cornelia; su condición de productora es un dato verbal, y daría lo mismo si fuera domadora de delfines. En fin, que Mientras somos jóvenes es una película aguda y mayoritariamente entretenida, aunque rechina por momentos –sobre todo en el tramo final–, más por exceso que por defecto. Por ahora, Woody Allen sigue sin tener quien lo suceda.
https://youtu.be/OBS0akkTVa8