La siguiente es una historia que proviene de una lejana tierra asiática sobre la que poco conocemos, no hay muchas cosas claras y está circundada por una nebulosa de purpurina y esmog, gobernada por un gordito caprichoso al cual el poder le fue heredado. No, no estamos hablando de una saga de Dragon Ball Z, es, claro está, Corea del Norte, la mágica. Y como tal nos sitúa en un contexto donde esta historia de “fulano dijo” toma dimensiones distintas que si habláramos, digamos, de Canadá.
A sus 32 años, Shin Dong-hyuk es la única persona de la que se tiene registro que haya escapado de una zona de control total norcoreana. Su epopeya, que inspiró al bestseller de 2012 Escape from Camp 14, del ex periodista del Washington Post Blaine Harden, comenzó a ponerse en duda a partir de que el autor se enteró de que Shin había aportado datos, fechas y lugares en su relato que distaban de la realidad.
La importancia de Shin reside en que, a partir de conocerse su historia, la Onu comenzó a investigar oficialmente al régimen de Corea del Norte. Shin se convirtió en el poster child de las atrocidades cometidas por el gobierno de la familia Telerín norcoreana. Testificó ante la Comisión de Investigación de las Naciones Unidas, lo que llevó a una campaña mundial de acusaciones y denuncias sobre la situación en su país, antes rodeado por un inmenso hermetismo.
Confrontado por Harden, Shin finalmente admitió que hubo inexactitudes, y pidió disculpas por medio de un comunicado en su Facebook, donde anunciaba que posiblemente sería lo último que diría. “A aquellos que me han apoyado, (que) confiaron y creyeron en mí todo este tiempo, les estoy muy agradecido y al mismo tiempo les pido perdón a cada uno de ustedes”. Duda de si va a poder seguir con su lucha contra el régimen, pero dice que, en su lugar, otros podrán continuar.
Si bien los hechos básicos del relato son tal cual los contó, la diferencia está en algunos detalles de lugares y fechas. En el libro, Shin afirma que nació en el Campo 14, al norte de Pyongyang, uno de los peores establecimientos para presos políticos, del cual, según los especialistas, nadie sale vivo. En los gulags norcoreanos a los presos políticos se les extiende la condena hasta la tercera generación, es decir que hasta los nietos deberán pagar esa pena permaneciendo prisioneros en el campo. Cuenta Shin que en el Campo 14 vivió con su madre y su hermano hasta los 13 años, cuando, siendo un adolescente y con el cerebro lavado, los escuchó complotando para escaparse y los denunció. Presenció su ejecución y creyó que había hecho lo correcto. Lejos de premiarlo, los guardias lo torturaron colgándolo de pies y manos al techo, sobre una fogata, para obtener más información. Con un gancho de metal le perforaban la ingle. Le cortaron un dedo por romper accidentalmente una máquina de coser. Escapó en 2005, con otro prisionero, sobre cuyo cuerpo tuvo que escalar luego de que quedara electrocutado en un cercado, y así llegó a China.
Ahora Shin admitió a Harden que a los 6 años él, su madre y su hermano fueron transferidos a otro campo, el Campo 18 –que ya no existe, pero del cual era posible salir caminando y no horizontalmente en una bolsa negra–, y fue ahí que escuchó su plan, los denunció y los ejecutaron. Agregó también que no fue uno sino dos escapes los que intentó desde el Campo 18: en 1999 y 2001. La segunda vez llegó a China pero lo capturaron y repatriaron a los cuatro meses, primero al Campo 18, y luego al Campo 14. La terrible tortura que detalló en el libro como ocurrida a sus 13 años, en realidad fue a los 20, cuando regresó de China. Lo quemaron y torturaron durante seis meses en una prisión subterránea.
En un comunicado en su página web, Harden dice que Shin justificó las inexactitudes asegurando que revivir su historia le era muy doloroso. Expertos en Corea del Norte y activistas por los derechos humanos respaldan de todos modos a Shin, afirmando que unos pocos detalles no tiran abajo la historia ni la situación norcoreana. Harden se mantiene en defensa de su entrevistado, no duda de que la tortura existió, y de ello dan cuenta las cicatrices de su espalda y piernas, comprobadas por médicos.
Desde Corea del Norte se utilizan estas inexactitudes para descalificar al desertor, como ya lo hicieron otras veces: por ejemplo, en el otoño boreal pasado lanzaron un video en el que su padre desacreditaba todo lo dicho por su hijo y aseguraba que Shin nunca había estado en un campo de presos políticos.
Los buenos mentirosos conocen la importancia de los detalles de las historias, si uno de ellos no concuerda se pone en duda todo el resto, por más real que sea. Que desde el gobierno del líder supremo Kim Jong-un –cuya figura ya alcanzó las dimensiones mitológicas de un Elvis gordo o un Michael Jackson modelo siglo XXI– se atropellan los derechos humanos es algo que no se puede negar, y se sustenta con un sinfín de testimonios recogidos por diversas organizaciones. Las denuncias por violaciones, hambruna, asesinatos y torturas en los campos son muy reales.
En este caso la desinformación es tal que se vuelve difícil verificar si las inexactitudes tiran por la borda o no toda la historia. Muy pocos son los extranjeros que entran en contacto con el gobierno de Pyongyang. Salvo algunos, como el buen camarada de Kim, Dennis Rodman y su versión improvisada de los Harlem Globe Trotters, pocos podrían contarlo. Sí, Dennis Rodman y violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Eso es Corea del Norte.