Como Red Uruguaya de Mujeres Abolicionistas (Red UMA), sentimos la necesidad de replicar el artículo «Contra la transfobia en los feminismos uruguayos: será transfeminista o no será», publicado recientemente en el semanario. Nos resulta fundamental hacerlo, ya que este nos señala directa e indirectamente, tergiversando la naturaleza de nuestra postura.
En los últimos años el movimiento feminista ha ganado cada vez más espacio en los medios y, como consecuencia, se ha establecido como un tema de debate popular. No caben dudas de que esta masividad que el movimiento ha ido adquiriendo es altamente beneficiosa, ya que visibiliza una lucha de larga data y permite que muchas mujeres se acerquen a él. Sin embargo, esta exposición también tiene efectos negativos que nos parece importante resaltar. Al fin y al cabo, que se hable más de feminismo no significa que se hable mejor, y hemos notado cómo en los debates sobre el tema se exponen constantemente los mismos puntos de vista y se ignoran aquellas posturas que, como la nuestra, desafían esa hegemonía. Esta censura es peligrosa, no solo porque impide que nuestras opiniones tengan más alcance, sino también porque permite que se propaguen e instalen falsos relatos, que coartan la construcción de un espacio en el que podamos intercambiar entre corrientes.
El movimiento separatista-abolicionista ha sido sistemáticamente excluido de los debates feministas y las pocas veces que se lo incluyó ha sido para atacarlo y catalogarlo como un movimiento «odiante», «sectario» e, incluso, «dogmático», con una soltura que solo ha contribuido a perpetuar una idea ficticia y carente de profundidad de lo que es el movimiento y que ha sido aceptada por la opinión pública como verdad absoluta. Al no ponernos como interlocutoras a quienes lo militamos, se crean suposiciones erróneas respecto a lo que teorizamos y adherimos, se reduce toda una teoría feminista con sensibilidad e historia a una interpretación de lo que se dice que es y no se nos da lugar para, efectivamente, informar y reivindicarnos. Ser abolicionistas implica tener una mirada crítica de las instituciones que perpetúan nuestra opresión y plantear una alternativa posible para modificar la estructura patriarcal y mejorar las condiciones de vulnerabilidad de las mujeres. La prostitución, la explotación reproductiva, la pornografía y el género son aquello que queremos abolir.
Entendemos el género como el conjunto de normas sociales que se nos impone a hombres y mujeres en función de nuestro sexo biológico: mientras que al varón se le exigen pautas de comportamiento para reafirmar su dominación, a la mujer se le exigen otras para naturalizar su sumisión. La maternidad obligatoria, la imposición de las tareas domésticas y de cuidado, el seguimiento de los cánones de belleza, la priorización de las necesidades del resto por sobre las propias, la imposición de ser «delicadas» y débiles, el deber de tener una vida sexual heterosexual y con un único hombre son algunas de las manifestaciones del género que nos perjudican. Creer en la abolición como única vía para nuestra liberación es el resultado de entender el género como una construcción social que implanta la jerarquización de los sexos. ¿Se imaginan qué pasaría si aptitudes como la elasticidad se valoraran tanto como la fuerza? ¿Si ser una mujer líder tuviera una connotación positiva? ¿Si se nos permitiera desarrollar la fuerza, física y psicológica, desde pequeñas? ¿Si no se nos exigiera lucir más jóvenes y más atractivas? ¿Si pudiéramos ser más allá de lo que se espera que seamos? Nosotras sí. Nos abrazamos a la utopía de abolir el género, que comenzó pareciendo descabellada, pero que lentamente se hace piel en nuestras vidas, y cuyo resultado es acercarnos a un poco más de libertad. Decir que nos «identificamos» con nuestro género por decir que somos mujeres equivaldría a decir que nos identificamos con nuestra opresión y con las imposiciones que se nos adjudican desde nuestro nacimiento. No podemos aceptar eso.
Comprendemos el feminismo como el movimiento que lucha por la liberación de la mujer de toda forma de explotación y opresión. El objeto de la lucha es liberarnos y el sujeto político somos las mujeres (el sexo biológico femenino). Esto no significa utilizar un supuesto «feministómetro» (término comúnmente utilizado para despolitizar movimientos) para imponer quién puede o no ser sujeto del feminismo, sino establecer lineamientos teóricos a partir de lecturas de la realidad para poder sentar las bases de un movimiento político, que podrán ser problematizadas, mas no suprimidas por completo, ya que, de lo contrario, nos hallaríamos frente a algo distinto a lo que es un movimiento político. Como consecuencia, creemos que la raíz de nuestra opresión es única y diferente a la raíz de la discriminación que sufren las mujeres trans, lo que no implica afirmar que una sea más grave que la otra.
Por esto es importante definir los conceptos. La opresión es una relación asimétrica entre personas o grupos fruto de una desigualdad estructural, y es la estructura patriarcal la que determina esta condición de opresores y oprimidas en el caso de los sexos. La discriminación, por otra parte, supone una marginación/exclusión de un grupo del resto de la sociedad por ser «diferentes», por no obedecer la idea de normalidad. Este binarismo en el que se ve el mundo y se inserta el patriarcado, en el que lo masculino es lo deseable y lo femenino lo indeseable (o, como diría Simone de Beauvoir, el hombre como «lo Uno» y la mujer como «lo Otro»), excluye a las personas trans mientras que a las mujeres nos incluye, pero como lo subalterno. Las mujeres no somos excluidas de la sociedad por nuestra condición de tales, sino que se nos imponen roles que nos posicionan y reproducen ese lugar de inferioridad que se nos asigna. Quienes oprimen necesitan de nuestra existencia como oprimidas para perpetuar su posición de privilegio. No existe un sexo opresor sin un sexo oprimido, así como no existe burguesía sin proletariado.
Como sujetas políticas del movimiento, reivindicamos y predicamos los espacios por y para mujeres (separatismo). Esto no significa invalidar otras luchas ni a otras personas; tampoco significa autoproclamarnos como el único grupo social que sufre las consecuencias del sistema patriarco-capitalista. Simplemente queremos espacios en los que nuestras voces sean las protagonistas, espacios en los que no tengamos que reproducir lógicas masculinistas para ser escuchadas, espacios en los que podamos compartir las realidades de nuestras vidas privadas y hacerlas públicas con compañeras que posiblemente tengan las mismas vivencias debido a la raíz de nuestra opresión. Kate Millet decía: «Lo personal es político». Y, para materializarlo, necesitamos que nuestras voces estén en el centro del movimiento, que podamos tejer vínculos de contención entre nosotras, luego de siglos de histórica relegación, luego de siglos de ver a la compañera de al lado como competencia.
Es oportuno destacar que, si bien el transactivismo abarca aspectos que no conciernen al feminismo, y viceversa, tiene problemáticas en común, como la precarización laboral y la prostitución. Reconocemos en el sistema prostituyente una de las instituciones patriarco-capitalistas más perversas e identificamos en él problemáticas que conciernen a ambos movimientos. Es por eso que, aun defendiendo la autonomía y la separación de ambas luchas, creemos acertado acompañarnos en el camino para abolirlo. No nos asombra que como mujeres se nos exija que llevemos adelante todas las luchas sociales, porque esto responde, justamente, a la socialización del género que recibimos, que nos posiciona como cuidadoras y nos exige desatender nuestro autocuidado para cuidar al resto.
Es sustancial entender el abolicionismo como una herramienta de liberación, como una puerta hacia el pensamiento crítico y el cuestionamiento constante del sistema que nos castiga por nacer mujeres. Priorizarnos dentro de nuestro propio movimiento no significa otra cosa que buscar aquellas libertades que se nos han arrebatado históricamente. Somos mujeres y reconocerlo no significa odiar ni negar la existencia de otras personas. Buscamos salidas a nuestras problemáticas y construimos espacios en los que podamos escucharnos entre mujeres. Nuestra existencia no es transfóbica, nuestra reivindicación no es violenta. Hablamos de nosotras porque queremos reconstruir la voz que el sistema nos ha quitado.
* Integran la comisión de redacción de la red: Lucía Caballero, Cecilia Montaldo, Elisa Debenedetti, Lucía Lucas Sosa, Florencia Gitar, Florencia Musso, Maite Vázquez, Sabrina Méndez, Daniela Laborde. Habitualmente se expresan en su cuenta https://www.instagram.com/red.uma/.