En derecho se denominan “de fuerza mayor” los sucesos ocurridos en circunstancias imprevisibles y cuyas consecuencias afectan a un ser humano, implicándolo, y a partir de lo cual puede eximírselo de responsabilidad en su accionar. Casos de este tipo suceden a veces en accidentes naturales u otros hechos fortuitos; el ejemplo típico es el de dos personas a bordo de un avión a punto de estrellarse y que tienen solamente un paracaídas. Una de las dos salva entonces su vida utilizándolo, y la otra muere dentro del avión. Como se considera una circunstancia de fuerza mayor y el instinto salvó su vida (aun ocasionando la muerte del otro) el sobreviviente queda exento de culpabilidad, por haberse visto envuelto en una situación que lo excede y que él no ocasionó.
Sobre estas circunstancias extremas en las cuales el miedo se impone, los instintos comienzan a dominar y los individuos pierden su compostura y sus principios, trata, con lucidez demoníaca, esta película.1
Una familia va a pasar sus vacaciones a un hotel de esquí al pie de los nevados Alpes franceses. Un día, mientras almuerzan en un restaurante y disfrutan del paisaje de la montaña, una avalancha se precipita sobre ellos y el resto de los comensales. En ese momento, mientras la madre abraza y contiene a sus dos hijos, el padre toma su celular y se aparta corriendo de la mesa, abandonando a los suyos. La avalancha nunca llega al hotel y no les sucede nada, pero la reacción “egoísta” del padre comienza a ser un lastre difícil de sobrellevar para la familia, y particularmente para su esposa.
Este es el punto de partida para una comedia negra o drama conyugal (cada cual elija la etiqueta que mejor le quepa) a partir del cual el director sueco Ruben Östlund despliega una tensa disputa familiar, excusa para desgranar algunos de los mandatos culturales relacionados con géneros y roles, según los cuales el hombre es el encargado de poner el cuerpo ante cualquier amenaza que se cierna sobre su grupo familiar. La situación no sólo es inaceptable para la esposa, sino también para el implicado, quien niega reiteradamente los hechos. Nótese la escena de un “salvataje” en medio de la nieve, en el cual el padre levanta en brazos a su mujer, reconstituyendo así un orden ancestral que vuelve a ubicarlo como un hombre valiente, a pesar de que la situación toda se revela como un acuerdo tácito, un “montaje” en función de ello. Un final dentro de un ómnibus, que coloca al factor desencadenante de revés, invirtiendo los géneros, supone un apunte sarcástico que resignifica y se burla de las convenciones y las construcciones ideológicas desarrolladas.
Es en estos tramos y en tantos otros que Östlund demuestra ser de los más certeros e ineludibles herederos de su coterráneo Ingmar Bergman. La escena en que sin aviso previo se aparece un dron en plena sala y en medio de una intensa conversación supone un exabrupto genial de un director que sabe desconcertar y manipular emocionalmente a su audiencia. Primeros planos que, lejos del típico diálogo en plano-contraplano, se fijan en un solo rostro permitiendo entrever los torrentes internos y las metamorfosis emocionales de los personajes; la portentosa fotografía que coloca a la naturaleza como un factor determinante; gélidos silencios que son cortados implacablemente por imponentes ráfagas de Vivaldi, nos llevan a comprender que estamos ante una película excepcional, y ante un autor de primer orden.
1. Turist. Suecia, Francia, Noruega, Dinamarca, 2014.