La Escuela Universitaria de Música (Eum) supo ser un centro de enseñanza casi exclusiva de música erudita, pero desde hace unos años la vienen cursando muchos músicos de formación e interés sobre todo en música popular, que buscan, además de un título, una formación más sólida y la ampliación de sus horizontes. Una consecuencia de ello es la proliferación de un tipo de músico que antes era muy raro: bateristas que también saben tocar percusión erudita, bajistas que además dominan el contrabajo, guitarreros eléctricos familiarizados con la guitarra clásica, que saben improvisar y arreglar pero también leer partituras, que probaron procedimientos de composición no-intuitivos y aprendieron a conceptualizar su propia estética, que aprecian la música electroacústica y saben distinguirla de un mero amontonamiento de ruidos raros.
Tangente surgió en ese ámbito. Se formó en 2006, lanzó un primer disco en 2013. Este es su segundo fonograma.1 Cuando se grabó (a fines de 2015) sus integrantes tenían entre 26 y 29 años. Todas las composiciones están firmadas en conjunto. Es un power trio: Juan Martín López en voz y guitarra eléctrica, Nacho Correa en bajo y Mauricio Ramos en batería. A veces Nacho se desplaza al contrabajo y Mauricio a un set de percusión que incluye un xilófono, en unos pocos surcos se suman invitados en trompeta y saxo. El disco está grabado en vivo en la Sala Vaz Ferreira. No parece haber superposiciones ni correcciones. Es mucho decir, porque es una música difícil de tocar. No creo que haya otro grupo con esta formación básica en Uruguay que toque patrones tan complejos, que los ejecute con similar precisión y al mismo tiempo con la garra de este trío, y que tenga la soltura para alternar en forma tan solvente lo puntillosamente determinado y lo semiimprovisado.
Hay surcos con duración de canción estándar y otros largos (el último llega a casi 11 minutos). La mitad de ellos son instrumentales, la otra mitad son canciones. Las letras tienen un cierto toque surrealista muy de rock progresivo. No hay coloquialismo (excepto en la libertaria “Doña Nena”, que termina imprecando insistentemente contra una “vieja de mierda”). Los textos esquivan los clichés, pero no lucen por su refinamiento poético: son letras de músicos. Creo notar una influencia velada de folclorismo argentino en algunas composiciones (sobre todo “Raíz” y “El grande”), que a su vez se trasmuta en cierto toque de Spinetta en el canto de Juan Martín, que oscila entre lo intenso-dramático, lo expresamente grotesco, y modulaciones expresivas que dejan los textos al borde de la comprensión. (No pasa nada, están todos impresos en el folleto, en la preciosa caligrafía de la poeta y maestra Ilda Muslera, nacida en 1920.) Esas posibles referencias argentinas y de algunos elementos de rock son los únicos regionalismos que detecto.
Cuando hay canto la voz tiene el protagonismo habitual, pero los instrumentos no suelen hacer acompañamientos convencionales, y no siempre se vinculan entre ellos en forma estándar: el bajo es muy melódico, la guitarra (casi siempre con un sonido podrido) alterna entre acordes, líneas y ruido, y la batería puede ser, además de base rítmica, una rica orquestación de timbres o incluso de frases indefinidamente “melódicas”. A veces hay armonías jazzístico-bossanovistas, pero predominan contrapuntos que difuminan la funcionalidad tonal. Hay muchos compases poco convencionales y ritmos cruzados, y también muchos cambios abruptos. Es notable cómo el grupo genera con esos sustratos peculiares unos patrones peculiarmente energéticos, gozosos e interesantes, que alternan con climas más estáticos, momentos de exploración tímbrica o de espera. Las intervenciones de los vientos tienen un precioso aire entre soul, hard bop y modern jazz. No se notan errores, pero sí una saludable imperfección, o mejor, una prescindencia con respecto a ese criterio de limpieza industrial que suele ser la aspiración de los grupos pop o de electrónica. Esta música no aspira a ser pulcra ni linda, sino a conmover por vías más sutiles: las de la sorpresa, del contacto con mundos sonoros no transitados, del gesto intenso y catártico que se destaca frente al momento más susurrado.