El hombre de dos reinos - Semanario Brecha

El hombre de dos reinos

El espíritu del film “Francisco: el padre Jorge” resulta más próximo a aquellas satinadas biografías que publicaba la vieja revista Billiken que al relato apasionado, mágico, atrevido, desprolijo, (ir)respetuoso, y a la vez contagioso, sugerente y humano que un Pasolini o un Fellini se hubieran lanzado a construir, cayera quien cayese.

A grandes rasgos, la historia que cuenta la película es la del padre Jorge, el sacerdote argentino que hace poco tiempo se convirtiera en el máximo representante de la Iglesia Católica. Se lo ve de muy joven, compartiendo juegos y salidas con amigos y hasta enamorándose de una muchacha, al tiempo que también le hace frente a una fuerte vocación religiosa que no parece contar con el completo beneplácito de algún ser querido que desearía, en cambio, verlo feliz pero como hombre casado y padre de familia. La vocación pudo más, ya se sabe, tanto como para que el tal Jorge Bergoglio se volviera un día otro tipo de padre y llegase a tomar las riendas de una parroquia en un barrio humilde, misión que le costará mucho dejar atrás para seguir el camino aun más comprometido que compañeros y superiores pensaron debía transitar, Vaticano mediante.

Todo está ahí entonces, pero… Es verdad que se ve al padre Jorge cuando era adolescente (Gabriel Gallichio), se aprecia su proverbial humildad, los vínculos familiares, sus amistades y hasta la atracción que en él despierta una joven con gustos similares. Habida cuenta de sus pasos sacerdotales que lo muestran siempre en contacto con la gente común, la película se dedica después a relatar las idas y venidas del padre Jorge ya adulto mayor (Darío Grandinetti), escuchando y considerando los argumentos que podrían llevarlo a ocupar el cargo por el cual ahora se lo conoce como el Francisco del título. Como se señalaba más arriba, todo está ahí, pero se trata de un todo demasiado terso y de buen ver. No hay por ninguna parte un asomo de contradicción que no se solucione con un gesto de entendimiento o una frase comprensiva. No parecen existir obstáculos de peso ni en el camino del padre Jorge ni, para colmo, en el mundo que narra el trabajo del argentino Bedo Docampo Feijóo, inquieto guionista (Miss Mary) y director irregular, que emprende aquí una tarea de tono complaciente a lo largo de la cual casi todos los personajes se expresan con una corrección que no es la del mundo que nos rodea, un mundo en el que los barrios pobres ostentan una prolijidad que a todas luces impresiona como increíble –no el adjetivo increíble que ahora significa hermosísimo, sino el increíble que tiempo atrás quería decir que no se podía creer–. El punto de partida sería, como se asegura, el libro que la periodista española Elisabetta Piqué –papel que en la pantalla interpreta Silvia Abascal– escribiera sobre el padre Jorge, libro que Docampo Feijóo y César Gómez adaptaron, sin tener en cuenta hasta dónde hubiera correspondido incluir un poco más de realismo. El espíritu de esta coproducción argentino-española resulta así más próximo a aquellas satinadas biografías que publicaba la vieja revista Billiken que al relato apasionado, mágico, atrevido, exasperado, desprolijo, (ir)respetuoso, y a la vez contagioso, sugerente y humano que un Pasolini o un Fellini se hubieran lanzado a construir, cayera quien cayese. Uno de los viejos y queridos relatos que empujaban –y todavía empujan– al espectador a imaginar y pensar, doble proceso que la buena disposición de Grandinetti y un reparto donde hay lugar para la bienvenida naturalidad de Jorge Marrale, la esplendorosa fotografía en pantalla ancha de Kiko de la Rica y una banda sonora en la que asoman las voces de Carlos Gardel y Mercedes Sosa, en principio, prometían favorecer. Como están las cosas, nadie se va a enojar con esta historia del padre Jorge, pero ¿va alguien a recordarla?
1. Argentina/España, 2015.

https://youtu.be/MiF4syfL5oI

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