La música del baile que Anthony Quinn le enseña al intonso Alan Bates, en aquel final en la playa de Zorba el griego (Michael Cacayannis, 1964), debe de estar seguramente entre las más bellas y estimulantes del mundo. Sólo por eso Mikis Theodorakis habría pasado a la historia, pero esa pieza bellísima es apenas una gota en la torrencial creación musical –óperas, oratorios, sinfonías, sonatas, bandas sonoras de películas, música para el teatro y más de quinientas canciones– del griego nacido en 1925, creación que es una fuente de identidad emocional y política para ese pueblo. Resistente contra los nazis y seguidamente contra los británicos que invadieron Grecia al terminar la Segunda Guerra Mundial –en la negociación entre Stalin y Hitler no les correspondía, a los griegos, constituirse en la nación socialista que la resistencia de hecho había organizado–, preso y torturado por unos y otros, y luego por la dictadura de los coroneles, presidente de las Juventudes Lambrakis –a las que pertenecía el político asesinado cuya historia es narrada en Zeta, de Costa-Gavras, y cuya música también compuso Theodorakis–, diputado, ministro, su música fue prohibida primero por la monarquía reaccionaria de Constantino y luego por la dictadura de los coroneles, exiliado en Francia, gracias a una selecta y activa presión internacional, después de la prisión correspondiente, Theodorakis es mucho más que un músico. “Hombre legendario, dios del Olimpo, su música huele a tomillo y jazmín, a vino espeso, a cordero asado. Habla del cielo y del mar, del aire y la luz, de las puestas de sol. Es más que nada el grito de una Grecia pisoteada”, dice el escritor J Coubard en la biografía que escribió sobre él.
No hace mucho que todavía el octogenario Theodorakis encontraba la fuerza necesaria para protestar en las calles contra las imposiciones financieras decretadas contra Grecia por el Fmi y la Unión Europea. Con otro sobreviviente, Manolis Glezos –que se había convertido en un símbolo nacional cuando sacó la bandera nazi de la Acrópolis, en la Atenas ocupada por los alemanes–, Theodorakis encabezó una de las mayores manifestaciones que se hicieron contra lo que se le quería imponer a Grecia, y que fue duramente reprimida por la policía. El manifiesto que los viejos resistentes leyeron en esa oportunidad es una síntesis de la historia de Grecia, de la historia de Europa, y del carácter antihumano y antidemocrático del capitalismo financiero.
Cuando bajo la dictadura estuvo confinado en un campo de concentración, entre las muchas cosas que creó –Theodorakis enviaba canciones de resistencia que cantantes griegas exiliadas, como María Farandouri y Melina Mercouri, interpretaban para hacer pública la situación del pueblo griego–, escribió en 1969 el poema “Arcadia”. Hoy, más de cuatro décadas después, luce premonitorio: “Soy europeo y tengo dos oídos: uno/ para oír y el otro, sensible./ Gime un checo, un ruso, un polaco,/ y entonces/ todo hombre se siente herido/ el cielo se desploma/ Pero si es negro, griego o hindú/ el afligido/ me encojo de hombros: que Dios/ lo ayude./ Soy europeo: tengo dos oídos, de los cuales/ uno solo es receptivo cuando/ el este rechina sus dientes”.
A punto de cumplir 90 años –el próximo 29 de julio–, recién dado de alta en una clínica donde fue internado por problemas respiratorios, quizá no tenga ya tiempo, el viejo león, de asistir a la recuperación, si es que sucede, de su amada patria. Aunque no por nada, cuando llegó a sus 80, miles de griegos lo saludaron llamándolo “Atanatos”, que quiere decir “inmortal”.